A principios de los noventa, aprovechaba las tardes luego del liceo para vagar por la capital. Generalmente en busca de libros o de las escasas actividades culturales que un Santiago gris, adormecido, ofrecía. En una primavera llegué a la feria del libro en la Estación Mapocho. Ingresé gratis, por ser escolar y vestir uniforme. Luego de varias vueltas llegué al pequeño local de la editorial sudamericana en donde un papel tamaño carta, escrito con un plumón -seguramente un fulton- se leía: "Hoy, Mario Benedetti". Miré hacia el fondo del modesto local, de dos metros de ancho y tres de fondo, y como un niño castigado, con los mismos ojos brillantes de emoción, estaba nada más y nada menos que uno de los escritores más ceĺebres del momento. Me acerqué con timidez y le pregunté dubitativo ¿Es usted Benedetti?. Me respondió que sí, y sus ojos brillaban aún más como si aquel niño tuviese entre manos otra travesura. Un hombre mayor, un tanto más bajo que yo, algo rechoncho, me miraba esperando una pregunta mientras extendía su mano para saludarme; se notaba un poco desorientado, incluso somnoliento, ya que a nadie parecía importarle lo más mínimo su presencia. A mi tampoco me parecía un suceso extraordinario, de los autores que había leído no lo tenía considerado como el mejor, tampoco cerca de ello.
- Sabe Don Mario, estoy leyendo su novela La Tregua...
- Ahh, qué interesante ¿La andas trayendo?
Quedé perplejo, pues me parecía que quería firmarla a toda costa. Ese día no la traía en mi mochila, pero si la hubiese cargado habría dudado en ofrecérsela pues era de aquellas ediciones piratas peruanas que se conseguían por quinientos pesos en la plaza Almagro. Aún no terminaba la novela y luchaba porque no se desojara en mis manos. Si se la pasaba capaz que se molestara o que lo hiciera alguien de la editorial pues sus libros costaban mucho más de diez veces que el mio, y se ofrecían en bellas ediciones en hojas blancas bien encoladas.
- Pero no la traje hoy.
- Pues traela mañana y te la firmo -me respondió, ya más locuaz-.
- ¿Va estar aquí?
- Aquí aquí, no creo. No me han dicho todavía donde. Mañana recito y va a venir algo de público, espero.
- ¿Va a leer alguna de sus novelas?
- Algunos fragmentos y también un poco de poesía.
- ¿Usted es poeta también? - dije asombrado-.
El se rió, de pronto era un niño gordo riéndose a carcajadas.
- Si, también escribo un poco de poesía.
Me despedí. En la mañana cargué el libro, tratando que no se desojara. Después del liceo caminé hasta la Estación Mapocho. Una larga fila de personas aguardaba poder entrar. Le consulté a una de ellas qué pasaba:
- Qué, acaso no sabes, hoy está Mario Benedetti - me respondió airada una mujer al tiempo que me recriminaba por mi ignorancia-.
Una hora de fila y logré escabullirme, detrás de unas cortinas logré divisar a mi contertulio del día antes. Miles de personas en la sala el Zócalo, en el subterraneo, y no había más música que la poesía. Al finalizar cada pieza los aplausos, los gritos, los sollozos de las personas que lloraban al recordar los sueños rotos, las esperas, las ausencias, todo aquello que el poeta había simbolizado como el único tablón flotando a la deriva.
Recordé algunos, y me dí cuenta que habían sido utilizados en el "Lado Oscuro del Corazón" de Eliseo Subiela, que otros los había escuchado o leído, pero que nunca había retenido el nombre del responsable.
La primera visita de Benedetti a Chile después de la dictadura era una mezcla de ritual pagano y de concierto de Rock. El público se contenía para no atropellar a los demás, y besarlo como si se tratara de Mick Jagger.
Al finalizar el recital el poeta tuvo que salir custodiado, mi libro aún más arrugado que antes había precipitado hasta el fondo de la mochila de mezclilla.
Aún conservo el viejo tesoro, aún no esté firmado para mi vale mucho.
Cuando la vida me regaló más años pude comprender mejor "La Tregua". En el liceo hasta vimos la película, pero para comprender debía hacerla carne. El sexo casual del viejo y la joven que se conocen en un autobus, que inspiró la bella balada de Oscar Andrade llamada como el libro, al vivirla años más tarde la sentí como un deja vu. Al pasear por Montevideo creí encontrar en cada esquina tomando una Pilsen al poeta, el que nuevamente me preguntaría si traía la vieja edición pirata de su novela.
A quien quiera brindar por Benedetti le sugiero que no se apure. Lea "Gracias por el Fuego", una maravilla de novela, vea la adaptación fílmica de la Tregua y el "Lado Oscuro del Corazón" aunque parezca demasiado dulzona. Viaje a Concepción, un Montevideo muy cercano en el cual quizá conozca alguna bella joven que le recuerde que aún está vivo. Y escuche la Tregua, de Oscar Andrade. Luego se dará cuenta que es irrelevante que Benedetti haya muerto, pues sigue estando con nosotros en todas partes.
Ariel Zúñiga, Maipú 21 de Mayo de 2009.
Canción La Tregua de Oscar Andrade en Youtube.
Sobre la película La Tregua, Vida en 35 mm
Para una Visión Menos Heroica de Benedetti, lea la crónica de Roger Bartra sobre su participación en la Casa de las Américas.
1 comentario:
Pondré tu texto en el blog (semiabandonado) Café Mozart.
Muy bueno.
Publicar un comentario