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jueves, 29 de abril de 2010

Lucidez Retrospectiva..

(A los independientes de los años setenta que ahora se las dan de lúcidos y les va bien)*

Por Jorge Mera Figueroa.




Y, ahora, huevón,

te las das de lúcido,

explicando porque no te la jugaste entonces,

cuando había más de algo que perder.

No compartías el proyecto, dices,

intuías su demencia,

su fracaso inevitable.


No te dejaste seducir

por la promesa de un mundo mejor

ni por el prestigio que daba

estar en eso,

participar, vociferar,

ser progresista, ser choro.

Pobre y triste huevón,

mentiroso además.

Nadie iba andar preocupado de seducirte,

tonto huevón, nadie.

Tenías miedo y te corriste, eso es todo.

Tampoco te oponías.

Esas independiente cuando todos,

o bueno, casi todos, tu no,

se comprometían.


¡Lúcido el huevón!

Huevón fresco, huevón cobarde,

huevón egoísta, precavido,

prematuramente viejo el huevón.

Eso es lo que eras.

Cómodo y silencioso, el huevón.

Que las cosas no te rozaran,

que te notaras lo menos posible.

Ese era tu afán.

No preguntabas, como ahora, que las cosas han cambiado,

¿Cómo voy yo?, o ¿Porqué no yo?

Entonces estabas calladito,

ocupado en mantener tu precario equilibrio.


No te discuto tu derecho a comportarte así,

allá tu pobre huevón.

Critico tu opción, pero no te mataría por eso,

ni siquiera te habría molestado entonces.

Yo soy volteriano ¡ubícate tonto huevón!

lo que no acepto

es que ahora

te las des de lúcido

de vidente

y si te apuran,

hasta de salvador de la patria.

Tu, patán desmesurado,

anémico moral,

maraco,

¡Gusano!

* Aunque muy bien le queda a los independientes de hoy que no toman partido salvo que su opción sea la mayoritaria.

Lucidez Retrospectiva, Jorge Mera, en Lucro Cesante Nº2


sábado, 13 de marzo de 2010

He sido testigo de lo ocurrido en Concepción y Talcahuano.

Por nuestro corresponsal, Charles Darwin.

(Fotos de Roy Corvalan Meneses)


4 de marzo de 1835.- Hemos entrado en el puerto de Concepción. Mientras el barco ganaba el fondeadero, desembarqué en la isla de Quiriquina. El mayordomo de la finca vino corriendo a caballo a darme la noticia terrible del gran terremoto del 20: «Que ni una casa había quedado en pie en Concepción ni en Talcahuano (el puerto); que 70 aldeas habían sido destruidas, y que una gran ola había arrasado las ruinas de Talcahuano.» De esta última afirmación tuve luego abundantes pruebas, pues toda la costa estaba sembrada de maderos y muebles, como si allí hubieran naufragado mil navíos. Además de las sillas, mesas, estantes, etc., que había en gran número, veíanse varias techumbres de casas transportadas casi enteras. Los almacenes de Talcahuano habían sido abiertos violentamente, y grandes pacas de algodón, hierba mate y otras mercancías de valor yacían esparcidas por la playa. Durante mi paseo alrededor de la isla observé que habían sido lanzados a la costa numerosos fragmentos de rocas que debieron estar sepultados en el mar a gran profundidad, según indicaban las plantas y animales a ellos adheridos; uno de esos fragmentos tenía cerca de dos metros de largo, uno de ancho y medio de grueso.

La isla misma denunciaba el empuje irresistible del terremoto, así como la playa patentizaba los efectos de la gran ola. El terreno en muchos puntos estaba agrietado de Norte a Sur, tal vez por haber cedido los lados paralelos y verticales de esta angosta isla.

Algunas de estas fisuras, próximas a los acantilados, tenían cerca de un metro de anchas. En la playa habían caído también muchas y enormes rocas, y los habitantes creían que cuando llegaran las lluvias se abrirían nuevas grietas. El efecto de la vibración en la dura pizarra primaria de que se componen los cimientos de la isla era todavía más curioso: las partes superficiales de algunas estrechas arrugas habían quedado tan trituradas como si contra ellas hubiera estallado un barreno de pólvora. Este efecto, que se manifestaba en las fracturas frescas y en el suelo desplazado, debió quedar limitado junto a la superficie, porque de otro modo no hubiera quedado un bloque sólido de roca en todo Chile. El supuesto anterior no tiene nada de improbable, porque sabido es que la superficie de un cuerpo vibrante es afectada de modo diferente que la parte central. Tal vez por esta razón precisamente los terremotos no producen en las minas profundas trastornos tan terribles como podría esperarse. Abrigo la creencia de que esta convulsión ha contribuido de una manera más eficaz a reducir la extensión de la isla de Quiriquina que el prolongado desgaste causado por el mar y los fenómenos atmosféricos en el transcurso de una centuria entera.

Al día siguiente desembarqué en Talcahuano, y después fui a caballo a Concepción. Ambas ciudades presentaban el más espantoso aspecto y a la vez el espectáculo más interesante que en mi vida he contemplado. El que las hubiera conocido antes de la catástrofe no podría menos de sentirse profundamente conmovido, porque las ruinas estaban tan entremezcladas unas con otras y la escena toda tenía tan pocas apariencias de lugar habitable, que apenas era dable imaginar su antigua condición. El terremoto comenzó las once y media de la mañana. Si hubiera ocurrido a media noche habría perecido el mayor número de habitantes, que en esta provincia suben a muchos millares, en lugar de los ciento escasos que murieron; así y todo, lo único que los salvó fue la costumbre tradicional de salir corriendo de las casas al sentir el primer estremecimiento del suelo. En Concepción, cada casa y cada fila de casas formaban un montón o una línea de ruinas; pero en Talcahuano, a causa de la gran ola, no podía distinguirse apenas más que una capa de ladrillos, tejas y vigas, con tal cual parte de pared que continuaba en pie. Por esta circunstancia, Concepción, aunque no tan completamente derruida, presentaba una vista más terrible, y, si se me permite la expresión, más pintoresca. El primer choque fue súbito. El mayordomo de Quiriquina me dijo que la primera noticia que recibió fue hallarse rodando por el suelo con el caballo. Se levantó, y volvió a ser derribado. También me contó que algunas vacas habían sido precipitadas al mar, adonde bajaron rodando desde las laderas de la isla. La gran ola mató mucho ganado; en una isla baja, cerca de la parte más abrigada de la bahía, el mar arrebató 70 animales, que se ahogaron. Créese generalmente que éste ha sido el peor terremoto de que hay memoria en Chile; pero como los más fuertes ocurren sólo tras largos intervalos, no puede saberse fácilmente. En realidad, cualquier otro trastorno sísmico de mayor intensidad no hubiera causado más estragos en ésta localidad, porque la ruina era completa. Innumerables temblores de escasa importancia siguieron al gran terremoto, y en los primeros doce días se contaron nada menos que 300. Cuando vi el estado en que se hallaba Concepción, no acierto a explicar cómo pudo escapar ileso el mayor número de habitantes. Las casas, en muchas partes se desplomaron hacia fuera; de modo que formaron en el centro de las calles montículos de ladrillos y escombros. Míster Rouse, el cónsul inglés, nos dijo que estaba almorzando cuando la primera sacudida le hizo salir corriendo. No bien había llegado a la mitad del patio, cuando un lado de su casa se vino abajo con espantoso estruendo. Tuvo la serenidad suficiente para reflexionar que si lograba encaramarse a la parte superior de lo que había caído se salvaría. No pudiendo mantenerse en pie, a causa de los movimientos del suelo, trepó a gatas, y en cuanto hubo ganado la pequeña eminencia, se desplomó el otro lado de la casa, pasándole las grandes vigas por muy cerca de la cabeza. Con los ojos ciegos y la boca tapada por la nube de polvo que obscurecía el aire, llegó por fin a la calle. Como los choques se sucedían con intervalos de pocos minutos, nadie se atrevía a acercarse a las deshechas ruinas, aun ignorando si alguno de sus más caros amigos y parientes se hallaría a punto de perecer por falta de auxilio.

Los que habían salvado algunos bienes se veían obligados a vigilarlos constantemente, porque los ladrones merodeaban de un sitio a otro, y a cada pequeño temblor del suelo, mientras con una mano se golpeaban el pecho, clamando: «¡Misericordia!», con la otra hurtaban de las ruinas lo que podían. Los techos de bardas cayeron sobre los hogares y estallaron incendios en todas partes. Las familias que quedaron arruinadas se contaban por centenares, y pocos tuvieron medios con que procurarse el sustento del día.

Los terremotos por si solos bastan para destruir la prosperidad de todo país. Si las fuerzas subterráneas que ahora permanecen inertes debajo de Inglaterra desplegaran el poder que seguramente han ejercitado en las antiguas épocas geológicas, ¡qué espantosa transformación se operaría en el país! ¿Qué sería de los elevados palacios, ciudades de densísimo caserío, grandes fábricas y hermosos edificios públicos y privados? Y en el caso de que el nuevo período de perturbación empezara por algún gran terremoto en el silencio de la noche, ¡qué horrenda sería la carnicería! En un instante Inglaterra se hallaría en plena bancarrota, y todos los papeles, documentos y relaciones se perderían. Impotente el Gobierno para cobrar los tributos y mantener su autoridad, la violencia y el robo imperarían en todos los condados de la nación. En las grandes ciudades arreciaría el hambre, y en pos de ella seguirían la pestilencia y la muerte.

Poco después del choque se vio una gran ola que, desde la distancia de tres o cuatro millas, avanzaba hacia la bahía con un perfil alisado, y todo a lo largo de la costa arrancó de cuajo viviendas y árboles, mientras seguía su camino con arrollador empuje. Al fondo de la bahía se desató en una espantosa línea de blancos rompientes, que subieron a la altura de 23 pies verticales sobre las mayores mareas del equinoccio. Su fama debió de ser prodigiosa, porque en el fuerte hizo retroceder 15 pies un cañón con su cureña, cuyo peso se calculaba en cuatro toneladas. Una goleta fue trasladada en medio de las ruinas, a unos 29 metros de la playa. A la primera ola siguieron otras dos, que barrieron una infinidad de objetos, que quedando flotando. En cierto sitio de la bahía esas olas pusieron en alto una embarcación y la sacaron a tierra, dejándola en seco; la llevaron nuevamente, para volver a arrojarla a la playa, y por fin la arrastraron al mar. En otra parte, dos grandes navíos que estaban anclados uno junto a otro dieron vueltas todo alrededor, y sus cables se engancharon y retorcieron por tres veces; aunque tenían las áncoras a 36 pies de profundidad, estuvieron tocando el fondo por algunos minutos. La gran ola debió de avanzar lentamente, porque los habitantes de Talcahuano tuvieron tiempo de huir a las alturas allende a la ciudad. Algunos marineros bogaron en un bote hacia el mar, confiando en que si alcanzaban la crecida antes de romper, navegarían con toda seguridad sobre ella, y así sucedió, por fortuna. Una anciana con un muchacho de cuatro o cinco años corrió a meterse en un bote; pero no habiendo quien remara, la pequeña embarcación se estrelló contra un ancla y se partió en dos; la vieja se ahogó, pero el muchacho fue recogido algunas horas después agarrado a una tabla. Entre las ruinas de las casas quedaron charcos de agua de mar, y los niños, construyendo botes con mesas y sillas, parecían tan alegres como tristes sus padres. Sin embargo, era en extremo interesante observar cuán animados y ecuánimes se mostraban todos, contra lo que hubiera podido esperarse.

No faltó quien lo explicara, con bastante fundamento, por la circunstancia de haber sido tan general el estrago que nadie pudo considerarse más arruinado que los demás ni sospechar retraimiento o desvío por parte de sus amigos, una de las consecuencias más penosas que acompaña a la pérdida de las riquezas. Mr. Rouse y un grupo numeroso que tomó bajo su protección vivieron la primera semana en un huerto, debajo de unos manzanos. En un principio el tiempo se pasó tan alegremente como en una jira campestre; pero a poco un copioso aguacero les causó graves incomodidades, por carecer de todo abrigo.

En la excelente descripción que el capitán Fitz Roy hizo de este terremoto se dice que en la bahía hubo dos explosiones: una semejante a una columna de humo, y otra como el ruido que hace una gran ballena al lanzar su surtidor. El agua parecía, además, hervir por todas partes, «se puso negra y exhalaba un olor a azufre muy desagradable». Esta última circunstancia se observó en la bahía de Valparaíso durante el terremoto de 1822; a mi juicio, puede explicarse por el hecho de revolverse en el fondo del mar el cieno, que contiene materias orgánicas en descomposición. En la bahía del Callao, durante un día de calma, noté que al arrastrar un barco su cable por el fondo se señalaba su curso por una línea de burbujas.

La clase pobre y menos instruida de Talcahuano atribuía el terremoto al maleficio de unas viejas indias que dos años antes, en venganza de una ofensa recibida, habían tapado el volcán de Antuco. Esta necia superstición es curiosa, por demostrar que la experiencia ha hecho observar al pueblo indígena cierta relación entre la suprimida actividad de los volcanes y los temblores de tierra. Fue preciso invocar la magia para suplir el desconocimiento de la relación entre causa y efecto, y así, se recurrió al cierre de los respiraderos de los volcanes. Dicha creencia es más curiosa en este caso particular, porque, según el capitán Fitz Roy, hay fundamento para dar por cierto que el Antuco no experimentó la menor alteración.

La ciudad de Concepción estaba construida al antiguo estilo español, con las calles trazadas en cuadrícula rectangular; una de las series iba de SO a O, y la otra, de NO a N. Las paredes que seguían la primera dirección se sostuvieron mejor que las de la segunda; el mayor número de bloques de ladrillo fueron arrojados hacia el NE.

Ambas circunstancias concuerdan perfectamente con la idea general de que las ondulaciones habían procedido del SO, y en la dirección de este mismo cuadrante se oyeron también los ruidos subterráneos; porque es evidente que los muros que seguían la dirección SO y NE, presentando sus extremos hacia el punto de donde venían las ondulaciones, tenían muchas menos probabilidades de caer que los orientados en las líneas del NO y SE, debieron ser sacadas de nivel a un mismo tiempo, ya que las ondulaciones venidas del SO hubieron de extenderse en olas NO y SE al pasar por debajo de los cimientos. Esto puede ilustrarse colocando libros sobre una alfombra, y luego, en la forma indicada por Michell, imitando las ondulaciones de un temblor de tierra; si se practica la experiencia, se verá que caen con mayor o menor prontitud, según que su dirección coincida más o menos próximamente con la línea de las ondas. Las grietas del terreno, por regla general, aunque no de un modo uniforme, se extendían en las direcciones SE y NO, y, por tanto, correspondían a las líneas de ondulación o de flexión principal. Teniendo presentes todas estas circunstancias, que tan claramente señalan el SO como principal foco de perturbación, es interesantísimo el hecho de que la isla de Santa María, situada en ese cuadrante durante la general elevación del suelo, subiera a una altura tres veces mayor que cualquier otra parte de la costa.

La diferente resistencia ofrecida por los muros, según su dirección, se puso bien de manifiesto en el caso de la catedral. El ala que miraba al NE no era más que un informe montón de ruinas, en medio de las que se alzaban marcos de puertas y aglomeraciones de vigas, como si flotaran en una corriente. Algunos de los bloques angulares de ladrillo eran de grandes dimensiones, y la sacudida los hizo rodar a distancia en el llano de la plaza, semejando fragmentos de roca al pie de una alta montaña. Los muros laterales (orientados al SO y NE), aunque excesivamente fracturados, permanecieron en pie; pero los enormes contrafuertes (perpendiculares a los anteriores y paralelos a los que cayeron), en muchos puntos habían sido cortados como con un cincel y derribados. Ciertas partes ornamentales del coronamiento de estos mismos muros habían sido desplazadas por el terremoto y puestas en dirección diagonal. Una circunstancia semejante se observó después de un temblor de tierra en Valparaíso, Calabria y otros lugares, incluso algunos en varios de los antiguos templos griegos. Este movimiento de torsión parece a primera vista indicar un remolino o vórtice debajo de cada punto así afectado; pero tal hipótesis es muy improbable. ¿No podrían haber sido causados esos desplazamientos por la tendencia de cada piedra a, colocarse en alguna posición particular con respecto a la línea de vibración, de un modo análogo a lo que sucede con los alfileres al sacudirlos en una hoja de papel? Por regla general, los arcos de puertas y ventanas se sostuvieron mucho mejor que las demás partes. Sin embargo, un pobre cojo que durante los pequeños temblores había tenido la costumbre de arrastrarse debajo de cierto arco de una portada, murió esta vez aplastado.

No ha sido mi intento describir minuciosamente el aspecto de Concepción, porque creo imposible dar idea exacta de los variados sentimientos que experimenté. Varios oficiales visitaron las ruinas antes que yo y sus palabras no eran bastante enérgicas y expresivas para dar una exacta idea de las escenas de desolación. Es penoso y deprimente ver obras que han costado al hombre tantos años de labor derribadas en un minuto. Pero este sentimiento de compasión a los habitantes de la ciudad derruida cedía muy luego el puesto a la sorpresa y asombro de ver producida en cortos minutos una transformación que se suele atribuir a la acción lenta de los siglos. En mi opinión, desde mi partida de Inglaterra, difícilmente hemos contemplado espectáculo de tan profundo interés.

Dícese que en casi todos los grandes terremotos se ha notado una gran agitación en las vecinas aguas del mar. El movimiento parece haber sido, en general, de dos clases, como en el caso de Concepción: primeramente, en el momento del choque, el agua sube e invade la playa en una crecida suave, y después se retira tranquilamente; en segundo lugar, algún tiempo después, la masa total del mar se retira de la costa, y vuelve luego en olas de empuje irresistible. El primer movimiento parece ser una consecuencia inmediata del terremoto, que afecta a la parte sólida de la tierra diversamente que a la masa líquida del mar, alterando un poco sus respectivos niveles; pero el segundo caso constituye un fenómeno más importante. En la mayoría de los terremotos, y especialmente en los ocurridos en la costa occidental de América, es cierto que el primer gran movimiento de las aguas ha sido de retirada. Algunos autores han intentado explicarlo suponiendo que el agua conserva su nivel mientras la tierra oscila hacia arriba; pero seguramente el agua cercana a la tierra, aun en una costa algo escarpada, debería participar del movimiento del fondo; y, aparte esto, según ha observado Mr. Lyell, tales movimientos del mar han ocurrido en islas muy distantes de la línea principal de perturbación, como sucedió en la de Juan Fernández durante este terremoto, y en la de Madeira durante el famoso de Lisboa. Sospecho (pero el asunto es de los más obscuros) que las olas grandes de invasión, aunque engendradas por la sacudida, atraen en el primer momento el agua a la costa haciéndola retirarse, y a la vez avanzan hacia tierra para romper; así he observado que sucede en las pequeñas ondas producidas por las ruedas de paletas de los remolcadores. Es notable que mientras Talcahuano y El Callao (cerca de Lima), situados ambos en grandes bahías superficiales, han sufrido en los terremotos fuertes las consecuencias de las grandes olas, Valparaíso, que se halla junto al borde de un mar muy profundo, nunca ha sido anegado, no obstante haber recibido los choques de durísimas sacudidas. Del hecho de no aparecer la gran ola en el momento de sobrevenir el terremoto, sino mucho después, a veces hasta pasada media hora, y del de ser afectadas islas distantes, análogamente a las costas inmediatas al foco de perturbación, parece deducirse que dicha ola se forma primeramente en alta mar; y como así sucede de ordinario, la causa debe ser general. Presumo que el punto de origen de la mencionada ola se halla en la línea en que las aguas menos perturbadas del profundo océano se unen a las más cercanas a la costa, que han participado de la sacudida de la tierra. De aquí, se seguiría que la ola será mayor o menor según la extensión del agua superficial que haya sido agitada, a la vez que el fondo en que descansaba. El efecto más importante de este terremoto fue la elevación permanente de la tierra; acaso fuera más correcto hablar de ella como de la causa del fenómeno. No cabe dudar de que todo el terreno alrededor de la bahía de Concepción se elevó de dos a tres pies; pero merece notarse que, a causa de haber sido borradas por la ola todas las antiguas líneas de la acción de las mareas sobre las inclinadas playas arenosas, no pude descubrir pruebas de este hecho más que en el testimonio unánime de los habitantes, quienes aseguraron que un pequeño bajío rocoso ahora visible estaba anteriormente cubierto de agua. En la isla de Santa María (a unas 30 millas de distancia) la elevación fue mayor; en cierto sitio el capitán Fitz Roy halló bancos de mejillones pútridos adheridos aún a las rocas a la altura de 10 pies sobre la de la pleamar, y los naturales de la isla habían buceado en otro tiempo, durante las bajas mareas equinocciales, en busca de las citadas conchas. La elevación de esta comarca encierra un interés particularísimo, por haber sido teatro de varios otros terremotos violentos y por la enorme cantidad de conchas esparcidas sobre el terreno, hasta la altura de 180 metros, seguramente, y creo que hasta la de 300. En Valparaíso, según dejo dicho, se encuentran conchas análogas a 400 metros de altura, y apenas cabe dudar de que esta gran elevación se ha efectuado por sucesivos y pequeños levantamientos, como el que acompañó o causó el terremoto de este año, y asimismo por un lento e insensible movimiento ascensional, que con toda certeza aumente en algunas partes de esta costa.

La isla de Juan Fernández, 360 millas al Nordeste, fue en la época del gran choque del día 20 violentamente sacudida; de tal suerte, que los árboles se daban unos contra otros, y apareció un volcán bajo del agua, cerca de la costa; estos hechos son notables porque la citada isla también experimentó con mayor violencia que otros lugares a igual distancia de Concepción las consecuencias del terremoto de 1751, y esto pone de manifiesto alguna conexión subterránea entre los dos puntos. Chiloé, unas 340 millas al sur de Concepción, parece haber sido afectado de un modo más intenso que la región intermedia de Valdivia, donde el volcán de Villa-Rica no presentó la menor señal de alteración, mientras en la Cordillera frente a Chiloé dos de los volcanes entraron al mismo tiempo en violenta actividad. Estos dos volcanes y algunos otros cercanos continuaron por largo tiempo en erupción, y diez meses después sufrieron de nuevo la influencia de un terremoto en Concepción. Algunos hombres que cortaban leña cerca de la base de uno de estos volcanes no percibieron el choque del 20, a pesar de que todo el territorio de los alrededores temblaba a la sazón; aquí tenemos el caso de una erupción que atenúa o reemplaza a un terremoto, como hubiera sucedido en Concepción, según la creencia de la gente baja, si el volcán de Antuco no hubiera sido tapado por arte de hechicería. Dos años y nueve meses más tarde, Valdivia y Chiloé volvieron a sentir un terremoto más violento que el del 20, y una isla del Archipiélago de Chonos se elevó permanentemente más de ocho pies. Adquiriremos una idea más clara de las proporciones de estos fenómenos si (como en el caso de los glaciares) los suponemos realizados en Europa, a distancias correspondientes. En tal supuesto, la sacudida se hubiese extendido desde el mar del Norte al Mediterráneo, y a la vez se hubiera elevado una ancha faja de la costa oriental de Inglaterra, junto con algunas islas adyacentes, y esto de un modo permanente; una serie de volcanes en la costa de Holanda hubiera entrado en actividad y producídose una erupción en el fondo del mar, cerca del extremo septentrional de Irlanda; y, por último, los antiguos cráteres de Auvergne, Cantal y Monte de Oro hubieran lanzado a la atmósfera negras columnas de humo y permanecido en violenta actividad. A los dos años y nueve meses Francia hubiera sido arrasada por un terremoto, desde el Centro hasta el Canal de la Mancha, y hubiera surgido en el Mediterráneo una isla permanente.

El área en que se efectuó la erupción de materias volcánicas el día 20 se extiende 720 millas en una dirección y 400 en otra, perpendicular a la primera; de aquí, pues, según todas las probabilidades, que haya en esta región un lago subterráneo de lava, de una extensión casi doble de la del mar Negro. Por la íntima y complicada manera con que las fuerzas elevatorias y eruptivas se mostraron relacionadas durante la serie de los fenómenos, podemos llegar confiadamente a la conclusión de que las fuerzas que elevan lentamente y por pequeñas impulsiones los continentes, y las que en períodos sucesivos arrojan materias plutónícas por orificios abiertos, son idénticas

Tengo muchas razones para creer que los frecuentes temblores de tierra en esta línea de la costa son causados por la ruptura de los estratos, desgarrados por la tensión de las capas terrestres al ser levantadas, y por la inyección de roca en estado fluido.

Estos desgarramientos e inyecciones, si se repiten con frecuencia suficiente (y sabemos que los terremotos afectan repetidas veces a las mismas áreas y del mismo modo), forman una cadena de montañas, y la isla lineal de Santa María, que ha sido elevada a triple altura del territorio circunvecino, parece estar pasando por este proceso. Creo que el eje sólido de una montaña se diferencia, en cuanto al modo de su formación, de una montaña volcánica sólo en que la roca fundida ha sido inyectada repetidas veces en lugar de haber sido eyectada en sucesivas erupciones. Además, creo que es imposible explicar la estructura de las grandes cadenas de montañas como la de la Cordillera, en la que los estratos, tendidos sobre el eje inyectado de roca plutónica, han sido volteados sobre sus bordes a lo largo de varias líneas de elevación, Paralelas y próximas, salvo en esta hipótesis de que la roca del eje ha sido inyectada repetidas veces en intervalos suficientemente largos para permitir a las partes superiores, o cuñas, enfriarse y solidificarse, porque si los estratos hubieran sido empujados violentamente para darles las posiciones, inclinadas, verticales y hasta invertidas, que ahora tienen, mediante un solo golpe, habría sido preciso que la tierra se hubiera conmovido hasta sus mismas entrañas, y en lugar de ver hoy abruptos ejes montañosos solidificados bajo grandes presiones, diluvios de lava habrían fluido de puntos innumerables en toda línea de elevación.


** Charles Darwin nació 12 de febrero de 1809 y fue testigo directo del terremoto y maremoto que afectó al centro sur de Chile en 1835 mientras viajaba en calidad de investigador en el navío inglés “Beagle”. Este texto corresponde a un fragmento de “El diario de viaje de un naturalista alrededor del mundo”, escrito por Darwin. La traducción es de Juan Mateos y la edición de el aleph.com (descargado gratuitamente en www.librodot.com)

lunes, 19 de octubre de 2009

Acostumbrada Letanía de Lunes por la Tarde.


Por Ariel Zúñiga Núñez (Azeta Ene)



Pasear a un perro viejo es seguirlo pues no te huele ni te escucha

e ir detrás de lo que es tuyo

de algo que te quiere porque lo alimentas

desalienta


Todo para evitar la celda que se ha transformado esta casa

los vasos quebrados y las colillas arrumbadas

de la fiesta que apostaste la vida a perder

el corazón empero late tal como la cabeza abombada

la garganta seca, casi peor que el bolsillo


La ausencia de los amigos que siempre están lo suficiente

que además se quedan demasiado

como el mal vino en el paladar

los desamores en la mente

y en el catre


de los huesos arrumbados en la sábanas

amor dilapidado en las insaciables fauces de la codicia

del acuerdo lúbrico

prostitutas no asumidas de tales

personas no conscientes de tales


La fiesta a que deberías llegar una hora después

o irte una hora antes

ese trago que deberías haber dejado a medias


Tras los besos interesados

que sin embargo sonríen y seguimos como a un perro viejo

tras lo nuestro para justificar el gasto

jueves, 3 de septiembre de 2009

Tu Vida Mi Vida.

Cuento de Ariel Zúñiga, leído por él mismo.

sábado, 22 de agosto de 2009

El desamor es más adictivo que el Amor.


Por Ariel Zúñiga

El desamor es adictivo
sus efectos son persistentes en el organismo.
Cuando se ama se piensa todo el tiempo en el amado,
cuando se es desamado se piensa aún más en el desamante.

El dolor, es más persistente que el placer
la infelicidad más perdurable que la infelicidad.
Hay quienes reparten sólo sufrimiento y angustia
y te capturan, como una droga cortada por DEA

El amor y el desamor, la felicidad y la infelicidad
te evaden de la vida y sus responsabilidades.

Hay quienes los confunden, pues son equivalentes
Aunque sus efectos,
para quienes los han disfrutado y padecido
son opuestos.

Difiere un buen polvo de una paliza,
una estocada de una caricia
para quienes sepan diferenciarlo.

El desamor te atrapa.
te angustia el ser herido
el ser herido nuevamente
el haberlo sido
y te duele el dolor mismo

Ojalá el amor tuviera esa virtud
de capturar tus emociones
de un modo tan constante y persistente
como el desamor

domingo, 2 de agosto de 2009

Piano Bar a Secas.

Que se expresen las lenguas vivas y los demás se callen.

Por Ariel Zúñiga


Por diversos medios electrónicos me informé de la realización de un “Piano Bar” organizado por la biblioteca de Maipú. Asistí sin la menor idea de qué se trataba aunque las dos palabras del título, en su sentido natural y obvio, indican música suave y alcohol, ergo, conversación, intimidad; si el convocante es una biblioteca refiere además a literatura. Esos antecedentes deberían bastar y sobrar para aventurar qué puede llegar a ser un Piano Bar.

Pero la actividad no era sino la ceremonia de término de semestre de los talleres que operan al seno de la biblioteca del municipio lo que desplaza a la literatura de lo central priorizando en una serie casi infinita de tópicos más importantes; si tal antecedente se hubiese informado cada quién podría haber elegido perder su tiempo como bien le viniera en gana. Una amiga me había dicho ya hace un mes que el Piano Bar no le “tincaba” ya que no habría ni piano ni menos bar. Debido a que soy un optimista jubilado le dije que iría de todos modos aunque la música proviniera de un mañoso equipo estéreo y las viandas, en vez que pequenes, fueran galletas recomendadas por la doble A y las bebidas sucedáneo de café y té supremo. Lo importante era la literatura y eso valía con creces caminar tres cuadras hasta la plaza y sentarse un par de horas.

Las especulaciones respecto a la distancia sideral que existiría entre la actividad publicitada y la realizada era alimentada por la endémica costumbre a exagerar presente en algunos nichos etiológicos, en especial la de los burócratas, con mayor razón en época electoral.

Obstante a estos pre juicios, la actividad no era un choclón destinado a que apareciera el Alcalde hablando maravillas de su contribución a la cultura, las artes y la cafetería local; sólo era el término de semestre de una actividad que se realiza en la biblioteca infestada de ese servilismo provinciano en que los jefes buscan quedar bien con otros jefes, los que a su vez quieren quedar bien con todos, y en que los obsecuentes ganan espaldarazos y sonrisas a codazo limpio. Lo novedoso era el lugar elegido, amplio, incluso acogedor, aunque tan oscuro como un cine rotativo.

En una sociedad del espectáculo todos, hasta el ciudadano más modesto, se presta al juego de figurar, aunque sea por 1,5 segundos - la conocida frase de Warhol ha debido actualizarse según el crecimiento vegetativo de la población -, es por ello que no era el talento la razón por la que algunos participaron. Cuando esto es así constituye una flagrante agresión al público quien no asiste regularmente a actividades culturales, por ser poco frecuentes, y porque además existe el conocido precedente de que los figurones las hacen zozobrar. Sea el figurón que da el discurso creyendo que estamos en la época de los clubes radicales o en alguna reunión de la logia de los búfalos mojados, o aquel que descubrió las presentaciones computacionales y cree, por algún delirio modernista pasado de moda, que alguien quiere ver diapositivas que explican la belleza o la pertinencia de esto o aquello. Lo más patético de esto último es que esos feligreses de la alta tecnología por lo general son neófitos lo que hace fracasar la presentación una y otra vez exigiéndole al público una paciencia lindante en la santidad. Finalmente se coordina la música y las diapositivas y resulta que el mensaje es obvio, esperable y olvidable, en suma, prescindible. Al igual que las intervenciones de los jefezuelos que aprovechan de tonificar las cuitas en horarios de descanso, o de especular con un malogrado ego que los ha hecho buscar el podio sin otro talento que las ganas, el voluntarismo, la patudez y o el pituto. El resultado es algo peor que la de un meeting encubierto, es un exibicionismo de vulgaridades primarias que deben ser realizadas en el contexto doméstico o en hospitales bajo atenta supervisión psiquiátrica.

Todo esto, sumado y aprisionado en el mismo fardo, no hace sino provocar una estampida de los ávidos de cultura. Quien asiste a un acto como éste por su propia voluntad lo más probable es que no lo haga nunca más y que seguramente evite muchas otras que se publiciten de ese modo. Cuando alguien se intoxica comiendo prietas su cuerpo rechaza las cebollas, las nueces y la carne roja; la forma de lidiar con nuestros traumas es clausurando puertas y así evitamos lo placentero para no sufrir. ¿Volverá a un evento parecido un joven en que sus padres con suerte leen “las últimas noticias” y asiste a una actividad como esa? Cuando algunos se preguntan sobre la escasa convocatoria de estas actividades o porque su público cautivo envejece irremediablemente, sin posibilidad de renovación, deben partir de la base que en la era digital nadie se sienta dos horas en un sitio en forma voluntaria para ser aburrido de modo continuo y sistemático.

Si todo esto no fuera suficiente, además, la banalización de la imagen debido a la democratización de los medios fotográficos hace comportarse a los individuos como una especie de yonquis del enfoque, incapaces de vivir sus vidas al momento que las viven pues están sacando fotos como turistas japoneses. El monopolio en un asunto como este tenía sus ventajas: Desde luego que había que soportar al prepotente fotógrafo del pueblo que podía cobrar un ojo y la mitad de otro por una foto que veremos dos veces y guardaremos. La proliferación de la cámara digital hace que todos los primates miméticos se sientan autorizados a poner sobre los derechos de los demás su neurótico clicqueo; nuevas cámaras capaces de fotografiar en silencio, a completa oscuridad, en movimiento y a cincuenta metros del objetivo pero que algunos, quizá como un modo de lidiar contra el aburrimiento, deben atropellar a todo y todos por contarse en uno más de los paparazzos. Nuevas cámaras que en una computadora pueden compartirse en forma gratuita a todo el mundo pero cada uno quiere la suya, una foto que nadie verá.

Todas iban a ser reinas, y todos famosos. Desde los escritores de comuna hasta los actores aficionados. Todos instan, o para decirlo en perfecto chileno, hinchan cuanto sea necesario las pelotas para que los vean, aplaudan o reconozcan. El talento no es ni el motivo ni la motivación de sus actos, ni quieren figurar por sus dotes innatas ni quieren en modo alguno adquirir las herramientas que ostensiblemente requieren si de figurar profesionalmente se trata: Quieren figurar y punto.

Así que la literatura no era la invitada a este piano bar, tampoco el bar, y el piano careció de la centralidad que precisaba. El niño pianista en su breve concierto se esmeró en demostrar su buena técnica lo que eclipsó su talento, ni la juventud es buena por sí misma ni la vejez; a todos las mezquinas estrellas esquivaron sus dones por igual. La falta de alcohol, además, a ratos se tornaba insostenible. Vi a varios extras bebiendo copas al modo “hasta verte cristo mío”, quienes conscientes del aburrimiento generalizado, insisto, capaz de producir daño físico y cerebral a mediano plazo, actuaban en sordina y bebían a traición.

Pero aunque la literatura era la convidada de piedra finalmente se impuso. El grupo de poesía avanzada de Sergio Rodriguez demostró cuánto se es capaz de hacer cuando los escritores se dedican a escribir. Parafraseando a las nuevas versiones de Heródoto y sus relatos sobre las Termophilas: “Ustedes qué hacen: escribir, escribir, escribir”. Eso es todo. Eso no significa que la escritura deba quedar guardada en un anaquel juntando polvo, o en la biblioteca comunal que casi es lo mismo, deben buscar el modo que esa voz se escuche entre tanto ruido y figurón que monopoliza el éter. Cuando Rodriguez comenzó un largo y aburrido discurso pensé que todo iba a estar tan mal como lo anterior; asemejaba a los perros ladrando antes de un terremoto. Pero la poesía abrió el corazón del auditorio, descargó las pilas de los fotógrafos condenándolos a sus respectivos asientos, de pronto las palabras dejaron de ser una agresión en contra del silencio. La Vie et Rose y Hello Dolly en la versión de Louis Armstrong, Duke Ellington. ¿Cuán perfecto habría sido todo si el pianista los hubiese acompañado y si un saxofonista se añadía? No presentaron sus mejores trabajos, tampoco estaban todos los buenos poetas de aquel grupo, sin embargo hicieron lo suyo. Uno tras bambalinas me dijo “es que nosotros nos aprendimos nuestros textos”. Él lo percibió así desde el escenario, está equivocado, el tema es otro: Poetas a la poesía y punto. Mientras el prolífico grupo de Rodriguez crece en su autonomía y anonimato otros, como el de Floridor Pérez en la chascona, muestran sus obras a la comunidad usando los medios tecnológicos disponibles. ¿Qué bello habría sido filmar la presentación de los poetas maipucinos? No por la compulsión por el registro sino para que otros pudieran asistir y respirar la magia, para que los vean en un colegio rural del altiplano o la patagonia, para que muchos puedan vivir la experiencia dulce eludiendo a la agraz.

Del grupo de literatura preferiría no extenderme pero sería de mal gusto. Insisto, ¿Escritores qué deben hacer? Escribir, escribir, escribir. Pero no deben tampoco escribir cualquier cosa; se debe vivir y leer, y si eso no es posible leer cuatro veces más. Y aquellos que se las dan de escritores deben forzosamente tolerar a aquellos que nos las damos de críticos.

No soy de los que defienden a los libros por ser libros, hay algunos que deberían estar exentos de impuestos y otros que deberían tributar diez veces al igual que el cigarrillo y el alcohol. No me parece sano que los niños lean a Harry Potter ni que los adultos lean The Secret, ese tipo de basura que genera daño seguro a la salud cultural de los pueblos debería contribuir en relación a sus nefastas consecuencias. Por lo tanto el que en Maipú se escriba no es un asunto que deba importarnos en lo más mínimo. Que algunos escriban bien es lógico puesto que nuestra comuna tiene tantos habitantes como algunas capitales europeas y casi su mismo nivel de instrucción; sobre una base poblacional así deben existir algunos capaces de juntar una palabra con la otra. El tema a relevar es sobre de qué se escribe. El año pasado se intentó una repasada por el ensayo pero sólo un par de trabajos pasaron el umbral de la carta al director. Con el cuento el asunto se ha agravado al punto de llegar a una situación de colapso con lo del guión teatral; el curso, debido a que se ha transformado en una terapia privada para algunos, redunda en que el grupo en sí mismo se ha convertido en un rechazo de plano para el joven que quiera incorporarse. A causa de lo anterior a parte de envejecer física y mentalmente su materia prima se encuentra sumida en un estancamiento creativo que su presentación no hizo más que dejar en evidencia. Cuando las ventanas no se abren los pulmones no trabajan bien y eso afecta finalmente a la pluma. Con el taller de creación teatral se pretendía plasmar tridimensionalmente las historias producidas por el grupo, pero éste al decaer ya no tiene historias que valgan la pena compartir; al transitar de grupo de estudio a círculo de amigos ya nadie es capaz de decirse o reconocer que están haciendo todo mal. Si alguien lo hace no lo escuchan, lo juzgan de acuerdo a la epistemología de manada o los hacen nadar con un cómodo calzado de hormigón. No se trata que el costumbrismo esté pasado de moda, que sus principales exponentes sean actualmente los nombres de algunos colegios provincianos y nadie menor de setenta años los lea, cada cual debe escribir como se le venga en gana. Mi pregunta es, si ya existe por ejemplo un Luis Rivano ¿Para qué necesitamos a un Mario Cáceres? El costumbrismo puede ir desde la historia de la vaquita buena moza que a nadie le interesa hasta la de patos malos que hablan un coa barroco y mitológico, descontextualizado, en fin, lenguas muertas. Ese tipo de literaturita provoca aplausos y galardones en un público iletrado pero jamás traspasará la barrera del callejón de los perros o de la contemporaneidad. Esa escritura no es algo de lo cual los maipucinos debemos sentirnos orgullosos pues se ha transformado en un vicio doméstico como cuando algún grupo de seres humanos consideran divertido echarse pedos. Es decir, no es un aporte de Maipú a la humanidad; la escritura es algo más que una reunión de palabras y los escritores fundamentales no se construyen actuando como meretrices ardientes de aplausos independiente de quien provengan.

Tres fueron los cuadros que presentaron. En dos de ellos se asumió que el público estaba compuesto por doscientos pelmazos incapaces de comprender el contexto si es que no se les avisaba antes. Juzgar al público de antemano, y además considerarlo estúpido, no parece más que una proyección freudiana de los artífices de la “lectura teatralizada”. El carácter de superamigos que ha adquirido paulatinamente el grupo impidió que alguien realizara la labor de director, o que lo hiciera bien, lo que redundó en que se perdiera todo lo bueno de algunos textos. Es el caso de la teatralización del brillante cuento de Sofia Parada, que actuó ella misma. El galán, la muerte, no la acompañó en lo más mínimo y además la falta de un director diligente llevó a que se “hiciera una presentación de la obra” y luego se realizara un final explicativo, a prueba de idiotas, de la misma. Se perdió la fuerza de un remate explosivo y audaz, además de un contenido universal admirable, no sólo extramaipucino. Y más aún, nadie moderó la cantidad de cebolla que se le agregó a ese caldo, la que tampoco estaba amortiguada, por lo que produjo lágrimas y aún le repite a algunos comensales.

Luego vino un sketch, mejor actuado, sin duda más ensayado, pero que al ser tan básico el guión era una cabal muestra del desprecio a priori que se tenía por el público.

Finalizaron con una obra destinada al formato televisivo, o más bien pasamos del piano bar al café concert, e insisto, sin una gota de alcohol para los maltratados asistentes. Un texto como dije antes costumbrista, incluso populista. Para hacer magia se debe correr riesgos y aquí no se tomó ninguno, en vez que agudo se fue vulgar, y en vez que crítico bufonesco. Los personajes no eran tales sino que caricaturas, sin mundo, sin vida, despojos humanos a los cuales se les había tatuado un estereotipo unidimedionalmente. La crítica no es a la puesta en escena, no es a la dirección, a la iluminación o al sonido, es a lo que se supone sabe hacer muy bien cada uno de los actores de ese cuadro: Literatura. Ya lo he dicho en otras oportunidades, allí hay algunos que podrían escribir novelas del corazón o guiones para telecine, ganarían dinero, vivirían bien, poseen los requerimientos técnicos para acometer esa tarea ¡Pero que por favor no me vengan con que eso es un aporte a la literatura! Eso es escribir para la industria del entretenimiento no para incluirlos en un selecto grupo junto a Balzac o Dostoyevski. Esos tipos vaya que escribían, y eso hicieron los del grupo de Sergio Rodriguez lo que hace buena su representacion aunque terminara siendo impopular, aunque fuera al costo marginal de eventuales pifias. Mientras unos despreciaban al público otros dijeron esto hacemos, esto somos; los aplausos fueron una corona no un basurero.

Los grupos de literatura básica estuvieron a la altura de su básico entrenamiento. No es justo para el público el que se los incluya junto a otros que se dedican a escribir, lo hagan bien o mal; poesía y literatura avanzada no es un grupo de aficionados y deben ser juzgados como tales. Algo a mala copia de otras malas copias exudaba el grupo de Sanchez, de esa poesía a la moda, de ese posmodernismo estético es decir, esnobismo de quinto enjuague. Hay una pluma ahí que signa el destino de muchos, y si nuevamente el grupo realiza una obra colectiva en que parece estar escrito por la misma persona es porque algo falla. En vez que identidad de grupo necesitamos individuos universales capaces de comunicarse con todos los mundos y épocas, eso es la literatura lo otro es cohelismo. Gran parte de la cultura es imitación y adaptación pero el arte comienza donde termina la copia.

Finalmente el municipio, una vez más, hizo pesar las tres chauchas que coloca para que estas actividades, exitosas o fallidas, se realicen en su seno. Es vergonzoso que la directora de la biblioteca parlotee y reparta diplomas pues, que yo sepa, a lo más escribe cartas de recomendación. Esa es la actitud propia de Sancho gobernando su ínsula que torna en patética cada actividad pública en nuestra comuna. No entienden ni entenderán que ellos no están regalando camisetas a un club de barrio y que lo que hacen ni es caridad ni menos justicia, siendo indulgentes a penas es su trabajo. La tercera comuna más rica del país, dueña de las fuentes de agua de toda la zona poniente de Santiago, y de una altísima recaudación comercial e industrial, tira dos pesos al tarro de la cultura y más encima después los cobra en relaciones públicas. Necesitamos más recursos, mucho más, y necesitamos respeto. Un municipio tan rico por lo menos debería becar al año a algún joven o a algunos para que escriban a tiempo completo, y tal derecho debería alcanzar a personas fuera de la comuna de modo que la biblioteca de Maipú sea un faro en vez que un quiosco. Ni siquiera se comprende que los que asisten a estos talleres carecen de recursos y por lo tanto no pueden elegir entre este curso y otros. Además es un trato vejatorio el que se considere dádivas municipales el brindar un espacio para que algunos enaltezcan a la comuna mientras los “dadivosos” lucran con dicho prestigio mal habido.

Que todos esos burócratas faciliten el trabajo que no comprenden, que abran la puerta, que sirvan el café y dejen que los lectores lean y los escritores escriban pues cuando cada uno hace lo suyo todo está bien. Una biblioteca debe ser el reino de los sabios no un enclave más de la ley de la selva.



jueves, 21 de mayo de 2009

Una Breve Charla Con Mario Benedetti.

A principios de los noventa, aprovechaba las tardes luego del liceo para vagar por la capital. Generalmente en busca de libros o de las escasas actividades culturales que un Santiago gris, adormecido, ofrecía. En una primavera llegué a la feria del libro en la Estación Mapocho. Ingresé gratis, por ser escolar y vestir uniforme. Luego de varias vueltas llegué al pequeño local de la editorial sudamericana en donde un papel tamaño carta, escrito con un plumón -seguramente un fulton- se leía: "Hoy, Mario Benedetti". Miré hacia el fondo del modesto local, de dos metros de ancho y tres de fondo, y como un niño castigado, con los mismos ojos brillantes de emoción, estaba nada más y nada menos que uno de los escritores más ceĺebres del momento. Me acerqué con timidez y le pregunté dubitativo ¿Es usted Benedetti?. Me respondió que sí, y sus ojos brillaban aún más como si aquel niño tuviese entre manos otra travesura. Un hombre mayor, un tanto más bajo que yo, algo rechoncho, me miraba esperando una pregunta mientras extendía su mano para saludarme; se notaba un poco desorientado, incluso somnoliento, ya que a nadie parecía importarle lo más mínimo su presencia. A mi tampoco me parecía un suceso extraordinario, de los autores que había leído no lo tenía considerado como el mejor, tampoco cerca de ello.

- Sabe Don Mario, estoy leyendo su novela La Tregua...
- Ahh, qué interesante ¿La andas trayendo?

Quedé perplejo, pues me parecía que quería firmarla a toda costa. Ese día no la traía en mi mochila, pero si la hubiese cargado habría dudado en ofrecérsela pues era de aquellas ediciones piratas peruanas que se conseguían por quinientos pesos en la plaza Almagro. Aún no terminaba la novela y luchaba porque no se desojara en mis manos. Si se la pasaba capaz que se molestara o que lo hiciera alguien de la editorial pues sus libros costaban mucho más de diez veces que el mio, y se ofrecían en bellas ediciones en hojas blancas bien encoladas.

- Pero no la traje hoy.
- Pues traela mañana y te la firmo -me respondió, ya más locuaz-.
- ¿Va estar aquí?
- Aquí aquí, no creo. No me han dicho todavía donde. Mañana recito y va a venir algo de público, espero.
- ¿Va a leer alguna de sus novelas?
- Algunos fragmentos y también un poco de poesía.
- ¿Usted es poeta también? - dije asombrado-.
El se rió, de pronto era un niño gordo riéndose a carcajadas.
- Si, también escribo un poco de poesía.

Me despedí. En la mañana cargué el libro, tratando que no se desojara. Después del liceo caminé hasta la Estación Mapocho. Una larga fila de personas aguardaba poder entrar. Le consulté a una de ellas qué pasaba:

- Qué, acaso no sabes, hoy está Mario Benedetti - me respondió airada una mujer al tiempo que me recriminaba por mi ignorancia-.

Una hora de fila y logré escabullirme, detrás de unas cortinas logré divisar a mi contertulio del día antes. Miles de personas en la sala el Zócalo, en el subterraneo, y no había más música que la poesía. Al finalizar cada pieza los aplausos, los gritos, los sollozos de las personas que lloraban al recordar los sueños rotos, las esperas, las ausencias, todo aquello que el poeta había simbolizado como el único tablón flotando a la deriva.

Recordé algunos, y me dí cuenta que habían sido utilizados en el "Lado Oscuro del Corazón" de Eliseo Subiela, que otros los había escuchado o leído, pero que nunca había retenido el nombre del responsable.

La primera visita de Benedetti a Chile después de la dictadura era una mezcla de ritual pagano y de concierto de Rock. El público se contenía para no atropellar a los demás, y besarlo como si se tratara de Mick Jagger.

Al finalizar el recital el poeta tuvo que salir custodiado, mi libro aún más arrugado que antes había precipitado hasta el fondo de la mochila de mezclilla.

Aún conservo el viejo tesoro, aún no esté firmado para mi vale mucho.

Cuando la vida me regaló más años pude comprender mejor "La Tregua". En el liceo hasta vimos la película, pero para comprender debía hacerla carne. El sexo casual del viejo y la joven que se conocen en un autobus, que inspiró la bella balada de Oscar Andrade llamada como el libro, al vivirla años más tarde la sentí como un deja vu. Al pasear por Montevideo creí encontrar en cada esquina tomando una Pilsen al poeta, el que nuevamente me preguntaría si traía la vieja edición pirata de su novela.

A quien quiera brindar por Benedetti le sugiero que no se apure. Lea "Gracias por el Fuego", una maravilla de novela, vea la adaptación fílmica de la Tregua y el "Lado Oscuro del Corazón" aunque parezca demasiado dulzona. Viaje a Concepción, un Montevideo muy cercano en el cual quizá conozca alguna bella joven que le recuerde que aún está vivo. Y escuche la Tregua, de Oscar Andrade. Luego se dará cuenta que es irrelevante que Benedetti haya muerto, pues sigue estando con nosotros en todas partes.

Ariel Zúñiga, Maipú 21 de Mayo de 2009.

Canción La Tregua de Oscar Andrade en Youtube.

Sobre la película La Tregua, Vida en 35 mm

Para una Visión Menos Heroica de Benedetti, lea la crónica de Roger Bartra sobre su participación en la Casa de las Américas.

sábado, 7 de febrero de 2009

Ruidos.

Por Ariel Zúñiga Núnez


Al principio era un leve crepitar dentro de las murallas que se confundía con el sonido de la madera y el adobe al contraerse y expandirse ante las oscilaciones térmicas; luego un desenfadado e incesante desfile que no respetaba ni las horas de sueño ni las de la vigilia. Quizá era por lo difícil que habrá sido para cualquier ser comprender mis horas de descanso, las cuales no se correspondían ni con los días ni con las noches, ni con los lunes ni los domingos; mientras estaba despierto me encontraba abrumado o por el calor soporífero o por el hielo que se colaba por las calaminas, y sino era eso era cualquier otro asunto desde el palpito cardíaco hasta las infaltables goteras. El dormir era una mezcla de dolor de espalda y cabeza que a ratos se agazapaba tras dolores más intensos producidos por pesadillas que no eran más que recuerdos y legítimas lucubraciones.

Al principio los mil rostros de la abulia se interponían entre el calvario y el exterminio, o quizá la molestia tangible de las ratas invadiendo mi habitación, consumiendo mis precarios víveres y destruyendo, a mordidas y rasguños, aquellas murallas que con tanto esfuerzo una vez empapelé, me hacían sangrar evitando el estallido. Vieja medicina para viejos asuntos, unas sanguijuelas por aquí un concho de vino picado por acá, papel de diario, mentolato, combatiendo la metástasis de la vida misma, el zumbido que en baja frecuencia lo destruye todo empezando por tus ambiciosos planes de ir a la ferretearía con los últimos pesos y comprar veneno, y luchar por no querer comértelo mezclado con ramitas y souflé de papas.

Al principio eran las murallas y los alimentos, luego los libros y mis apuntes. Mi cama olía a mis orines y a los meses sin bañarme pero aún el olor de su cuerpo se asomaba conspirando contra el cansancio y alimentando las pesadillas; el resto de la habitación a los orines de los nuevos habitantes los cuales ya no esperaban la oscuridad para pasearse, comerse mis muebles, fornicar y reproducirse. Nunca sabía si alcanzaría el control remoto al estirar mi mano, si es que tenía fuerzas para ello, pero si miraba la televisión frecuentemente divisaría a algún coludo acróbata pendiendo de la antena.

Hoy no lucharé contra sus mordidas, quizá me permitan conciliar el sueño o, quién sabe, quizá me despierten.

domingo, 18 de enero de 2009

Sur.

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El mito enseña que hasta Colón, todos los seres humanos en la tierra pensaban que el mundo era plano. ¿Cómo es posible que Isabel la Católica empeñara sus tesoros en un proyecto tan absurdo?

La verdad es que la circularidad de la tierra ha sido conocida desde tiempos inmemoriales. Ya que los textos escritos más añosos provienen de quienes a la postre fueron nuestros conquistadores, se les suele señalar a ellos, a los antepasados de los europeos, como los primeros astrólogos. Al contemplar las estrellas hacia el norte se observaba, y se observa, una danza estelar, más bien una ronda. Gracias a ello desde hace miles de años los sabios de todas partes han sabido que la tierra es redonda y que su eje de rotación se asoma en el norte.

¿Y el sur?

Los pueblos amerindios obtuvieron avances científicos y técnicos considerables antes de ser subyugados por la espada, la armadura, el caballo y la ambición desmedida. Para controlar la agricultura al punto que lo hicieron, hasta hoy es posible distinguir las terrazas con que cultivaban sus alimentos los incas en escarpados acantilados en el norte de Chile y el sur del país, tuvieron que dominar estas artes con la misma prolijidad, y quizá más, que los egipcios. La gran diferencia del Imperio Inca, los Mochica, la cultura Nazca, etcétera, es que el norte que servía de referencia para casi todos era el sur. La cruz del sur.

Es que el sur es lugar históricamente menos poblado de la tierra. No es por que posea menos planicies ya que el aporte de la Antártida es significativo, sino que en gran parte ha sido inhabitable. Hasta hoy la patagonia chilena y argentina se cuenta como uno de los lugares con menos habitantes en el mundo pese a poseer agua y un clima casi tan hostil que la mayor parte de Europa. Sólo es comparable a Siberia y Alaska.

La fascinación que produce el sur es dada por su excepcionalidad y gracias a los mitos de los conquistadores sobre éste. El mismo nombre patagonia se originó porque los europeos encontraron grandes huellas en la nieve producidas por un rústico calzado.

Magallanes, Shackleton, Amundsen, James Cook entre otros grandes navegantes y descubridores, han sido arrastrados hacia ese gran imán para los sueños que es el sur. Así como una gran yacimiento de hierro en Groenlandia alinea todas las brújulas hacia el norte, el cabo de hornos signa la huella de los renegados, de los corsarios, de los últimos aventureros.

Como los viejos marinos que pensaban que el sur era la antípoda, el mundo opuesto, habitado por engendros, un lugar en que las leyes físicas del norte no se aplicaban, el mundo sigue construyéndose desde el norte. Su lugar marginado, subalterno, permite la fecunda creatividad que tiñe de verde los suelos más hostiles. Y de ese azul profundo que sólo el pacífico austral es capaz de concebir.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Amante.

Por Ariel Zúñiga


Envilecimiento

licantropía

Feroz sorbencia

insolencia

razgadura

prodigalidad


ácidez borbotando

neutralidad alcalina inoculando

pubis quemante

hediente y ansioso


sed y hambre fusionados

aleados

saceados en la fragua de tus labios

en la pira de este cuarto

en el vahido de los cristales

en la envidia de los vecinos


candor corrompido

reboso indecente

lúdico devaneo

insolencia diluida en caústico tacto

en impostados lamentos aditada

esquizoides sueños esquecida

quemante realidad cristalizada

en vil rutina

emohecida

viernes, 5 de diciembre de 2008

La Insoportable Sordidez de la Infancia.

Por Ariel Zúñiga Núnez

Escuche este artículo en Mp3

Los animales nacen y sólo deben desenvolverse. En cambio al niño hay que educarlo pues es arrojado a un mundo en que todo le es ajeno.

Porque es común nos habituamos a recargar su candor con fabulaciones de psicóticos y abusadores. “El niño debe desarrollar su imaginación”, nos excusamos, al tiempo en que los habituamos a contemplar un mundo absurdo, dual y maniqueo.

A medida que desarrollamos su mente la vamos atrofiando, acotando las infinitas posibilidades a un bien y mal de dudosa procedencia. A fantasías entre comillas que sólo son versiones imaginativas de un mundo que los obligamos a aceptar como coherente.

La edad pasa y los niños persisten; de cuarenta años tras una consola de video juego pretenden evadir lo real pues fueron educados por y para la fantasía.

El mundo ni siquiera les repugna pues no lo conocen; a cambio balbucean su erudición autista de arcadia.

Cada vez me hago más escéptico del sobrecuidado que se les concede a los niños; muchos nacen de la pasión improvisada, de otros niños púberes; otros son planificados por seres vacíos que ven en la criatura una excusa para sostener sus precarias vidas. En ese contexto educar es procurarles una probeta por el mayor tiempo posible, aislarlos del mundo pues son acechados por monstruos que quieren robarles los costosos objetos de consumo con que pretendemos chantajear su pequeño corazón, o explotarlos sexualmente, pues pareciera que hay un pedófilo por cada infante.

Hay, mis ojos, la luz de mi vida ¿qué podré hacer sin ti? Prefiero envenenarte, domesticarte, acortar tu mirada para que de mí dependas. Pues el amor también se enseña, no surge espontáneamente como la maldad, la gran maldad que siempre es ingenua. Y para eso llenamos su cabecita con tonteras, para atontar su fecundidad que amenaza con independencia, con emancipación. Fecundidad que amenaza con destrucción fecunda, con rebeldía, con gloria.

Debe adquirir miedos para ser gobernado, excusas para creer en escusas, mentiras para poder mentir y mentirse.

Por favor, dense el tiempo de leer la basura con que alimentamos al futuro y admitan que quemar libros no siempre es un acto barbárico.

Admita que los libros no son buenos en sí mismo, pues en ellos se ha volcado lo más sublime del ser humano pero también lo más nefasto.

martes, 2 de diciembre de 2008

Libertos.

Por Ariel Zúñiga.

Viajabamos en una 509 vacía, mientras todos regresaban a Maipú a dormir, nosotros íbamos al centro.

- ¿Pero qué te dijo esta mina? – indagué por enésima vez.

- Que le daba paja venir a Maipú, además que era muy flaite.- Me contestó Enrique.

- Como si Perralolen fuera tan tranquilo.

Guardé la compostura, qué sentido tenía defender una comuna y de qué, y ante quién. Habíamos asumido la posición salomónica, aunque a mi no me parecía tan así. En mi casa estaba solo, había una botillería en la esquina, patio si querían fumar, habitaciones, camas, preservativos, etc, a cambio de todo eso una dirección y una referencia: Teatinos con Compañía de Jesús.

- ¿Y qué onda, conocí a las amigas?

- Me dijo que iba estar la Tere.

A Teresa la conocía de un carrete anterior, hace unos tres meses. Desde entonces me buscaba, y yo me dejaba buscar, pero siempre se interponía algo, “es que vives muy lejos”, me decía, y yo le respondía que era culpa de su domicilio y de su trabajo para evadir que el tamaño de la cuidad es un impedimento.

- Habrá que tomarse algo y de ahí nos vamos pa mi casa.

- Demás – me respondió Enrique sin mucha convicción, hacía tiempo que había perdido esa vitalidad de antaño, parecía un sobreviviente de la glaciación, delgado y desgarbado. Cuando lo conocí todos lo llamaban Kike y a mi me costaba hacerlo porque me cargan los diminutivos, me resisto a pensar que somos tan sólo un apodo bisílavo de aquellos que se encuentran a granel en una fiesta. Es la escusa de muchos para huir retóricamente de sus padres, ser bautizado por amigos para ese modo emanciparse, o de borrar la impronta que dejan algunos nombres demasiado cargados; pero para la gran mayoría es tan sólo la consagración de su anonimato, los que dicen ser sus amigos tan poco le aprecian que ni se han tomado la molestia de motejarlo artesanalmente y le imprimen “Coco” en la frente con la letanía que una cajera acerca un código de barra al escaner.

El lugar estaba atestado, al entrar nos parecía un hervidero y al sentarnos un resumidero. De un vistazo tres mujeres, un tipo, y no estaba la Teresa.

- ¡Hola! – menos mal que llegaron, dijo Ana, la única que conocía.

Me preguntaba sobre cuál podía ser nuestro aporte trascendental. O quizá estaban a punto de bailar desnudas y no tenían quien las fotografiara. Pero era solamente un decir, nuestra llegada no restaba un codo a lo mal del lugar, a sus doscientos metros cuadrados de hacinamiento, al aire denso de papas fritas mezcladas con tabaco y perfumes falsificados.

- ¿Les pedimos unos pisco souer?, insistió nuestra anfitriona luego de presentarnos.

- Preferiría unas chelas – dije, como en un felino reflejo.

- Chela, chela – reiteraba Enrique como un mantra.

Recién recababa que en todas las mesas yacían bandejas atestadas de papas fritas que reflejaban sospechosamente algunos neones verdes con palabras incompletas que pendían de las murallas. Desde que habíamos llegado no me había concentrado en las mesas pues buscaba con ansiedad al garzón para pedirle cervezas de modo de soportar la clautrofobia, y el aire enrarecido. Eran aquellos momentos en que el alcohol no es un lujo sino que una necesidad.

- ¿Pero a quien las pido?

- A la garzona - me contesta Ana.

El lugar era uno de los tantos restaurantes baratos del centro de Santiago, palta reina de entrada, mechada con agregado, bebida o jugo, café o postre por tres quinientos; colación simple por dos lucas. Y como suele ser en esos lugares había que pedir lo que no queríamos para que nos trajeran lo que sí: ¿Puede ser la mechada con puré?, “no señor, nos quedan sólo tallarines”. El que no reclama puede trabajar treinta años en el centro sin probar el puré, o atosigarse dos veces a la semana con el del día anterior recalentado al microondas y con un chorro de aceite en el centro “le eché un poco de jugito”, dicen, cuando el daño está hecho, si es que dicen algo pues lo normal es que arrojen el plato sobre la mesa y se dediquen a otros asuntos importantes como limarse las uñas.

Pero esa garzona, gorda, perezosa y mal educada, mascadora de chicle, con unas anchas caderas que amenazan con volcar el café encima del italiano en cada paseo por los estrechos pasillos, no estaba por ninguna parte, y si eso fuera poco casi todas las mujeres del lugar podrían sin dificultad haberlo sido y hasta vestían para la ocasión.

- ¿Y cual es la garzona?

- La que está ahí – me dijo, mientras señalaba a una veintena de mujeres que presumiblemente esperaban su turno en el baño. La única que hacía algo distinto era la “garzona” pero desde mi limitado ángulo no lo parecía.

- ¡Hey, aquí, dos cervezas de litro!

La veintena de mujeres me miraron despectivamente mientras rumiaban sus chicles bajos en calorías en un lugar en que la dieta eran papas fritas frías con pisco souer caliente.

Me resigné con dificultad a soportar la vida sin cerveza los próximos veinte minutos al notar que mis gritos eran inaudibles entre tantos otros, y mis gestos no correspondían: Además de ser los de un neurótico sobrio, ellos eran percibidos como sombras sicodélicas por el efecto de lente que producía el aire espeso, aceitoso y perfumado.

La lealtad de amigo me mantenía sujeto a la silla con más vigor que el sudor de la espalda. Se encontraba soltero desde hace poco y yo mismo había dado el mal consejo de “tení que salir a carretear, conocer minas”. Pero esa tontera del clavo saca otro clavo es para quinceañeras y carpinteros de quinta. Ahí estábamos, cautivos en una pesadilla y sin poder despertar, sin poder conversar ya que la deshidratación había avanzado casi hasta una embolia y los gritos eran inaudibles entre tantos otros.

A más de media hora de llegar, llegó una cerveza sin que pudiera distinguir a la garzona. La botella parecía sacada recién de la vitrina por lo tibia y polvorienta. Tomé un trago, en el vaso trizado, adornado con un biológico empavonado, y afiné mi voz para lograr hacerme oír:

- ¿Porqué no nos vamos a otro lado?

Una de ellas me hizo un gesto con la mano, indicando que aún quedaban papas fritas. Enrique se encogía de hombros con resignación.

Cuando acabaron las papas reiteré mi solicitud anticipándome a cualquier propuesta de pedir otra bandeja a la garzona que aún no lograba distinguir.

La amiga de Ana, que hasta hoy no sé cual es su nombre, intervino proponiendo que nos fuéramos al otro “ambiente” del restaurante, el que a esa hora se hacía llamar “pub”.

- Yo les dije que fuéramos para allá desde que llegamos – sentenció.

Se paró y caminó suponiendo que la seguiríamos disciplinadamente. Atravesaba la multitud como un cuchillo inmerso en la manteca con la frente altiva cual si fuera a recibir un premio Oscar tras el umbral de la puerta. No quedó otra opción que seguirla.

Enrique de la mano de Ana, otra amiga de Ana a la que tampoco escuché el nombre cuando nos presentaron, y un amigo de todas, y pareja de ninguna, que sí había sido presentado correctamente pero que de inmediato había sido investido con un sobrenombre. Caminamos como una procesión, como dicen por ahí, en fila india. Una mesa nos aguardaba debajo de unos músicos a los que tardé dos temas enterarme que no eran robotizados.

- Ven, este era el lugar – decía la entusiasta promotora del cambio de ambiente, con sus ojos brillantes, como una niña recibiendo una jesmarina.

Sólo la miré con cara de sobria conmiseración que ella consideró asentimiento. No habíamos sino caminado veinte pasos y atravesado una puerta falsa, para quedar a dos metros de unos músicos abatidos por la vida y su evidente falta de talento, y flanqueados por unas jardineras con flores de utilería. El otro “ambiente” había sido construido con los planos de un restaurante chino de mala muerte por un obrero autodidacta que no sabía leer planos. Se veía un poco más grande que la habitación contigua pero eso era porque estaba groséramente iluminado por tubos fluorescentes, sus paredes pintadas de blanco invierno con incrustaciones de dedos negros en las cuales habían colgado una amplia gama de cachivaches que un indigente con el mal de diógenes habría desechado, y espejos en el cielo raso, el cual estaba a menos de tres metros de la cerámica de oferta. El reflejo del espejo sólo cumplía la función de disimular la falta de espacio ya que apenas era visible a propósito de la polución constante que producían las papas fritas frías y el souer tibio.

Aguanté como dentro de una trinchera otros veinte minutos, sin cerveza, los que parecieron años, mientras los músicos de animatronic cantaban canciones que en mi vida había escuchado y que el público coreaba. A cada minuto dos o tres entusiastas parroquianos chocaban con nuestra mesa mientras estiraban la mano para que los músicos le “enviaran un saludo” a una mina que estaba sentada tres bandejas de papas fritas más allá. Los músicos apenas sabían leer o los cándidos pretendientes de treinta años cada uno, a lo menos, apenas sabían escribir, el hecho es que daban el mensaje equivocado el cual era corregido como por medio de un sonoprompter con altavoz por sus autores mientras afirmaban sus temblorosas manos en nuestra mesa. Yo esperaba el momento en que alguien gritara “¡corten!” pues no me parecía que todo eso pudiera estar pasando, si quiero saludar a una mina que está a cuatro metros espero que nuestras miradas se crucen o en su defecto camino hacia ella, pero estos tipos le enviaban “saludos” como si estuviéramos en una kermesse en quinto básico.

Al amigo de todas, pero solamente amigo, lo había motejado frugalmente con el rótulo de “Futuro”. Se parecía a mi bastante, cualquiera habría dicho “estos son hermanos o primos”. Pero los ocho o diez años con que se adelantaba le habían sentado muy mal como si los hubiese pasado sin dormir, bajo el sol y saltando en un pie. El llamarle Futuro, en tales circunstancias, era parte de una abstinente indulgencia.

Al fin llegaron más cervezas tibias lo que serviría para contestar los gases papafriteros con flatulencias. Uno de los pretendientes anónimos, que usaba de los servicios de los animatronic, ensayaba una coreografía y levantaba las manos cual concierto de Madona. Me percaté que quien cantaba, “estamos en la hora del karaoke” me grita eufórica la amiga número uno a ver mi cara de sorpresa, es la mujer que había saludado el pelotudo que ahora es bailarín.

- En realidad Enrique eso de estar con minas está sobrevalorado – le dije – es una de las tantas huevas que hacemos para lidiar con el tiempo, la soledad y nosotros mismos.

- Igual, voy a cachar primero qué onda con esta mina.

Quise responderle que ciertos árboles torcidos no se enderezan ni con un huinche, que a ese ritmo sus pulmones sucumbirían por falta de aire, que el colesterol, las dioxinas del aceite refrito, los gases invernadero del hielo seco, pero le dije “permiso”, y atravesé la muchedumbre arrancando del lugar. Taso en dos bandejas de papas y cuatro souer cada uno lo que demoraron en concluir que no estaba en el baño.