domingo, 30 de noviembre de 2008

INVITACIÓN A LANZAMIENTO



El Departamento de Cultura de la I. Municipalidad de Maipú tiene el agrado de invitarte al lanzamiento del libro El ejercicio del café (20 inútiles poemas y una canción de amor a la fuerza) del poeta Ricardo Sánchez, Orfo.
Se realizará el viernes 12 de diciembre a las 19.oo horas, en el Teatro Municipal de Maipú.
La presentación del libro estará a cargo del Académico de la Universidad Católica Silva Henríquez, Profesor de Estado y Doctor en Literatura, Jaime Alberto Galgani Muñoz.

martes, 25 de noviembre de 2008


















EL OJO DEL ÁNGEL

El encapuchado golpea a ritmo de reloj con puños y pies. Insiste al maltrecho joven atado a una silla metálica, entre garabatos y maldiciones, que hable, que diga todo lo que sabe, es su última y única oportunidad. Música de la banda sonora del “Bueno el Malo y el Feo” a todo volumen desde el equipo de sonido, silenciaba los gritos, dominando el espacio del vagón de tren abandonado. Lugar al que fue conducido el delincuente juvenil apodado el Pingüino por otros dos embozados que le tomaron por sorpresa en el barrio Matadero. Esposaron sus manos, cubrieron la cabeza con una bolsa plástica negra, de una patada en las costillas fue lanzado al interior de un auto, y conducido al lúgubre recinto.

Al hombre que se deleita flagelando, los otros le llamaron Dedo Mayor y él a su vez al más gordo y fornido, le llamó Hermano Pulgar y Hermano Meñique al de baja estatura dotado de una contextura magra.

En una pausa provocada por el cansancio, ordenó el martirizador que ubicaran a uno de los dos limpiadores. El cabeza rapada, aumentando sus temores, recordó que en una película francesa, el limpiador es ejecutor de crímenes por encargo. Localizar al Dedo Índice o al Dedo Anular daba lo mismo, pero los limpiadores deben contactarse a la brevedad. Así de perentoria es la orden del jefe. El Pingüino, sangrando de nariz y boca, apretaba los dientes para no hablar, solo quejidos en respuesta a los golpes y palabrotas.

El torturador vestía ropas utilizadas en el camuflaje de la selva, cosa que no causó sorpresa en el Pingüino. Pero, los ojos, esos ojos, provocaron un terror angustiante... Uno café y el otro de color azul inyectado en sangre. Se hace llamar el Ojo del Ángel. En su mano derecha y en el dedo medio un anillo con una ¿svástica? O una figura que no pudo determinar. Al cuello y sujeta con cadena de plata, un talismán de color rojo, grabada en ella con letras negras la palabra Abraxas. El energúmeno insistió.

- Dime el lugar en que vive el Guarén. El Cd está tocando la canción “La Muerte de un soldado”. Tres minutos demora el tema. Mira el círculo luminoso del equipo de sonido, está marcando el tiempo, tu escaso tiempo. El tiempo es un ladrón. En algún instante de él, nada falta y en otro te aferras a la vida como parásito aterrorizado por la muerte y ésta nos contempla, desgraciado… Tienes diez segundos más para hablar, hijo de puta, en caso contrario... Quizás te encontrarán en algún canal comido por las ratas hermanas de tu socio. Un pedazo de mierda más, lanzada al torrente a nadie importará. ¡Habla conchas de tu madre!

- No conozco a ese guevón al que llamai Guarén- dice el Pingüino entre palabras entrecortadas por el dolor y los labios entumecidos por los golpes.

Intervino el hombre al que llamaban Dedo Pulgar.

-Lo embarrilamos, jefe, como en la pesca antigua y de seguro hablará.

De un bolso tipo marinero extrajo unas vendas sucias manchadas con sangre seca.

-Ayúdeme hermano Meñique.

Firmemente vendadas las manos y las piernas, el maleante transpiraba de pavor. Gemía. Sujeto con fuerza por manos enguantadas, recibió agua por la boca y las narices una y otra vez, hasta que el color de su rostro comenzó a viajar por el arco iris de la desesperación. Desde el rojo al morado, acercándose al azul y abultándose peligrosamente las venas del cuello

- No sé. Por mi madre que no sé. ¡No más agua, por favor!

El dolor y el flagelo reiterado, es siempre superior al anterior, acercándose casi al límite, donde habita la muerte. Cuando demoraba en volver en sí, golpes en el rostro le recuperaban para recibir de nuevo agua en su maltrecha cara.

- Es tu última oportunidad. Si dices el lugar por donde transita y ejecuta sus crímenes, aparte de las patadas continuarás vivo

De un mueble, el Ojo del ángel extrajo una pistola similar a la que utilizan los nazis en las películas, sacó el seguro y pasó la bala. Un tenso silencio. El CD consumía el último segundo de la banda sonora de Ennio Morricone.

La cuenta se inició lenta e inexorable llamando a la vieja de la guadaña.

- Uno... dos... tres... cuatro... seis.

- ¿Y el cinco, jefe? Falta el cinco – dijo envalentonado El Pingüino en una mueca de su hinchada y deforme boca, que intentaba entre sarcástica y divertida.

- Murió mientras contaba. ¡No gueveo! ¡Maldito skin! Siete... ocho.

Acobardado el Pingüino es conocedor de que toda pistola tiene su propia voz y por nada en el mundo deseaba conocerla. Sabe que una bala nunca miente y siempre dice la única monstruosa verdad. Comprendió el pobre diablo el valor de la vida, su propia vida terminaba en el diez y antes de viajar en la carroza fantasma conducida por Satán.

- Hablaré, hablaré. Diré todo lo que sé, pero no me mate.

La escasa valentía derrotada y de rodillas ante el cañón de la Máuser. Tiembla y solloza, solicitando clemencia. Se orinó encima sin poder evitarlo y el áspero olor del amoniaco de sus orines azotó el olfato del Pingüino como una bofetada más en su rostro.

Al Ojo del Ángel ningún antecedente debe escapársele, preparando el equipo para grabar, interrogó buscando detalles de los movimientos del Guarén, jefe de una tribu urbana de delincuentes juveniles conocida por el apelativo de Los pingas. El Pingüino relató que el Guarén, amenazado por narcotraficantes a los que les hicieron la mejicana, decidió ocultarse con amigos ocupas en una casa cercana al puente ferroviario de Lo Espejo. Viste como ellos, pero, el cinturón robado a un milico le identifica. Entre los últimos vestigios de su resistencia ocultó que El Guarén era su hermanastro. Conocedor que toda información entregada se confirma y las mentiras le llevarían marcado con tiza a la calle Las Cruces, o, calato en el coche largo antes que los maestritos gatillaran que era un cabrito cantor.

Un nuevo personaje enmascarado entró a la dramática escena. Habló acomodándose los guantes de cuero negro,

- Estaba cerca de aquí comprando anzuelos para el lenguado. Dígame Hermano Mayor. El corvo y los 9 milímetros están inquietas, necesitan destrozar carne y empaparse en la sangre de los asesinos a los que la ciega ley no castiga. A esos que se salvan de sus crímenes porque no tienen discernimiento y los jueces indolentes liberan, estas alimañas son peores que las bestias.

- Hermano Dedo Índice, en este Mp3 está la grabación con datos que entrego esta mierda. Usted, supongo que identifica a las tribus urbanas, debe vigilar y actuar cerca de los Ocupas. Prefiero que utilice el corvo y deje nuestra marca.

- ¿Son guevones iguales a este? - dijo, examinando a El Pinguino que yacía en el suelo.

- ¡No! Hermano. Esta escoria es cabeza rapada. Los ocupas son como los mohicanos y se pintan el pelo de colores llamativos, chaquetas de cuero, varios aros en las orejas, pantalones ajustados y botas militares, son anarquistas y comúnmente viven agrupados en casas desabitadas. Fíjese que éste usa bototos con cordones blancos, es uno tradicional, un Sharpe. Estas mierdas forman las barras bravas e intentan según ellos llevar una vida natural, pero son peligrosos, no debe confiarse. El que usted eliminará lleva un cinturón de milico y por correo electrónico haré llegar sus datos junto a una foto que entregará el Dedo Meñique. ¿De acuerdo? Se apoda El Guarén, después de efectuado el trabajo, déjelo en la línea del tren sobre los rieles – Gruñó el Ojo del Ángel.

Mientras los encapuchados intercambiaban impresiones, el Pingüino a duras penas logró arrodillarse y observó el lugar en donde nacieron sus desdichas. Entre agitados movimiento de su pecho rescatando oxigeno, oyó que el viento de la noche mantenía largas conversaciones con las planchas de zinc de las techumbres cercanas. Allá lejos en alguna casa o en una desierta calle, un perro ladró furioso a un gato o tal vez a un otaku afirmado en la reja y después enmudeció. En un rincón del vagón abandonado, dormía un destartalado triciclo que en sus mejores tiempos fue rojo, mostraba la ausencia de una de sus ruedas. Una pelota de goma que el contaminado aire había abandonado y la caja con tipos de plomo utilizados en una imprenta. Propaganda de un negocio pintada sobre un latón, había extraviado varias letras en los vericuetos del tiempo y la humedad maquillada de óxido. Una mesa de plástico y sobre ella un computador, el equipo de música y varios discos compactos dispersos. En un armario, pelucas, barbas y bigotes para disfrazarse, junto a algunos uniformes de carabineros y de gendarmería.

Los gemidos seguían produciéndose. Trató de acallar su garganta, pero no le sirvió de nada. Dejó de gemir. Creyó que ya había terminado. Y en ese momento surgió de su interior un alarido apagado, tenue, oscurecido, una especie de áspero y tembloroso ruido, y pensó: ¿He sido yo? Dios mío ¿He sido yo el que ha hecho ese ruido? Apretó sus manos amarradas con furia y lloró. Las lágrimas empezaron incontenibles a rodar por sus mejillas.

De nuevo la bolsa negra sobre la cabeza y un par de patadas lo tumbaron en el suelo, empapándolo en el agua de su martirio. Cerró los ojos sabiendo que no dormiría esa noche, y tal vez nunca volvería a dormir en su cama. A su espalda las amenazas del llamado Dedo Índice. Drogado de terror y apunto de sufrir un desmayo; imaginaba ese rostro tenebroso con un ojo azul en que las venillas se tornaron rojas, de ese horrible ojo que nunca más olvidaría.

Un tren arrastrando los carros con desgano, avanzó por el oscuro túnel de la noche y su cadencioso ruido le llevo a situarse frente a la muralla del pasado. Recordó a su padre, guarda vía ferroviario en San Bernardo que un día aburrido de su miserable vida, se aferró al último carro con destino al sur y nunca más regresó. Su madre ocupó el puesto de su padre y en el límite de sus fuerzas, abrazó el embrujo del expreso a Temuco, dejándoles abandonados. Luego retornaron a su memoria las dolorosas experiencias del orfanato, los delitos menores, la calle, y el terrible ojo azul.

Estos fueron los reales hechos que le ocurrieron a El Pingüino. Intenta relatarlos, obviando sus debilidades, exagerando una resistencia y un valor que nunca demostró. Los policías, sentados en el silencio, interrumpido esporádicamente por el sonido de los bolígrafos sobre el papel de sus libretas de anotaciones, prestan atención a las palabras del joven facineroso. Sonrisas irónicas entre el humo de los cigarros. Su hermanastro, el Guarén fue ejecutado cercenándole el cuello y su cuerpo abandonado sobre los rieles. No quedaron huellas. El victimario se llevó su rostro, el corvo y el máuser. Un borrachín alcanzó a retirarlo de la línea férrea antes que el tren de carga pasara por el lugar. Aterrado. El Pingüino estaba seguro que sería el próximo marcado con tiza en el suelo de alguna población marginal. Solicita protección al inspector Aníbal Anteros encargado del homicidio del jefe de la tribu urbana,

El Caimán, apodo dado por el hampa al inspector, ordenó al detective Alegría ubicar el lugar en donde fue flagelado el delincuente juvenil.

- Es necesario solicitar al mando dos o tres pajarracos de la Escuela de Investigaciones como apoyo, y le agrega.

- Colega, por las declaraciones se obtienen pistas, pero es como buscar un político honrado en el parlamento. Por favor analice estas pistas. Los errores son tiempo en regresiva.

- Señor, a mi parecer el lugar se encuentra en una de las estaciones abandonadas, cerca de un local de venta de artículos de pesca y de una casa comercial que anteriormente fue una imprenta. Partiremos buscando en todas las estaciones del tren a la costa. Al parecer es un carro cerrado y abandonado al costado de la línea principal, cercana al negocio que expende artículos deportivos, y en especial de pesca.- Respondió el joven policía.

- Conversaré con el Prefecto Vergara para la asignación de los novatos. Cuidado con estos recién egresados, su juventud e inexperiencia los hace creer que son superpolicías y pueden alterar el curso de la investigación. El asesinato del subinspector Leiva, intentando hacernos creer en un suicidio es obra de estos criminales. Precaución al máximo si encuentran el lugar, por ningún motivo acercarse y tomar iniciativa individual. Recuerdo que estoy al mando y nos encontramos por primera vez ante un escuadrón de la muerte. Todas las acciones son secretas no sabemos si tenemos policías de alto rango involucrados. Nuestro pellejo depende del silencio. Y nunca un policía muerto me ha invitado a un trago. Zamora y Samaniego, quédense para analizar el sitio del suceso del asesinato del colega Leiva ¿Qué veremos en los ojos de un detective asesinado? La mayoría piensa y cree que con una mirada sabe como somos por dentro. La verdad tiene una costumbre, misteriosa y bella siempre sale a la luz. Entiendo que es familiar de Samaniego. La regla es: prudencia, silencio absoluto y sobre todo observación. Los depredadores humanos aparecen al amanecer y es cuando las presas tienen sed... - Replicó el Caimán.

En la puerta de la Brigada de Homicidios, en el instante que el Pingüino abandonaba el recinto, un auxiliar conductor de vehículo policial se acercó para observarle detenidamente. El miedo se apoderó de su sombra y la sensación fría del pánico, provocada por el brusco movimiento del hombre. Creyó ver de nuevo al talismán en cadena de plata, de color rojo con la palabra Abraxas impresa en letras negras, que se deslizaba por el espacio abierto del cuello de la camisa y en movimiento pendular se balanceaba frente a los ojos del aterrado integrante de las tribus urbanas...

Galletas de Anís



por Marina Keller


El periódico sobre la mesa, un cenicero lleno de colillas de Viceroy Ultra Light, estos son los restos de mi último retiro para tratar de estabilizar mi vida. Tantas veces llamé a tu celular, pero siempre estaba apagado o sin señal y cada vez que llamaba, más desesperado era mi intento por dejarme morir. Llegó el alba a un paso lento y raspó el sol en las cortinas color vino. Tirada despreocupadamente sobre la alfombra esperé que las llagas de esos cortes en las manos siguieran sangrando, no tenía preocupación por dejarme vencer. Un hechizo me condujo a un desespero de ideas llamativas de muerte y dolor.
Cerca de las doce del día vi tus ojos dormilones frente a los míos, traté de ponerme en pie y acercarme a tu boca para besarla, pero noté que sólo era un espejismo de mis ganas de tenerte cerca y adorarte.

Ya la desesperación ha pasado casi por completo, queda, por supuesto, el vestigio de una noche en vela y se nota en mis ojos - el maquillaje corrido y las ojeras- que he llorado más que nunca, pero no te desesperes, de todas formas nada puede ser tan duro para una chica, al final todas sabemos que siempre hay una salida.

No tenemos por qué preocuparnos ahora, la vida se conduce sola, puedo ver como por la ventana entra la luz de la tarde, ya son como las tres y todavía sigo tendida en la alfombra.
Quiero que toques la puerta, salir corriendo a abrir y enroscarme en tus brazos y sentir el olor de tu perfume de violetas y jazmín, adoro ese olor.
¿Comemos juntas? De eso ni hablar, no comes pasta y eso es lo que a mi más me gusta. Fumemos un puro juntas. Olvídalo, tus dientes se van a poner amarillos. Tal vez podríamos tendernos al sol para tostarnos un poco. No, tu piel blanca no puede estar mucho rato expuesta a la luz del sol. Somos tan distintas. Creo que la rudeza de mi carácter no me ha servido para esperarte toda la noche. Y qué noche.

¿Mañana será todo como antes? Dormiremos juntas en la cama king que compré para que te sintieras a tus anchas y te revolcaras en la noche. No me asfixias, te dije, pero bueno, siempre estás preocupada de no importunar. Y es verdad que me ayudaste a pagar la cama, pero siempre me preguntabas antes de acostarte en ella a dormir la siesta. Mariana no tienes más que hacerlo, cuando quieras, te decía. Me encanta verte dormir y no es que sea algo cómico o tal vez tierno, es simplemente que cuando duermes emites un sonido tan especial, como si en sueños alguien te hiciera el amor y perdieras ese quejido poco a poco.

Ya mañana será otro día y tengo miedo de ver tus ojos otra vez, mi niña hermosa, tus ojos de bendita adolescente, qué esperas para arrancar los míos.
Las almohadas de la cama no resistieron tus lagrimas, estuvieron húmedas varios días, no quise lavarlas, sentía ese olor a jazmín tan nítido en ellas, tan pueril, lleno de tus hormonas juveniles. Llora, te dije, porque no hay mejor remedio que ese para la pena. Yo lo sé, por eso lloro ahora que te necesito, porque tengo pena de no estar contigo y la pena no se quita con remedios o yerbas, se quita con el llanto y con el silencio.
Escucho tu voz y tu voz es el silencio, por eso cuando quiero que no estés conmigo te tengo todo el tiempo en mis oídos.

Las galletas de anís ya se acabaron, me las comí sin darme cuenta, el olor del anís es una terapia. Recuerdo que sentí ese olor en tu boca cuando me besaste en el auto, ese olor a dulce de anís y a cigarrillo, ese típico olor tuyo a jazmín en tu blusa y tus manos que tenían esa crema de aloe vera. Recuerdo esos olores porque siempre que los siento vienes tú, corres para decirme que saldrás más temprano y nos iremos juntas.
Y recuerdo el anís de esa vez que nos tiramos en la cama y nos fumamos un pito, ese día trajiste las primeras galletas de anís a esta casa.

¿Qué pasará que no llamas, qué pasará que no respiras en mi oído y me dices todas esas veces que me quieres? Ya es de noche y no has llegado. ¿Quién te convenció de que yo era la mala? ¿Quién te dijo que yo me burlaba de ti a tus espaldas? Quiero que me lo digas para matar a esa persona, para decirle que se vaya al demonio y me deje amarte, porque ya no tengo miedo de hacerlo, cuando te lo dije se acabó el miedo. Porque vi en tus ojos esa dulzura que sólo tú tienes.

Ya estoy en pie, encendí el equipo y puse esa canción que me cantaste en el pub la última noche que estuvimos juntas, ¿recuerdas? Hopelessly devoted to you, de la Newton-Jhon. Que dulce es tu voz, ¿sabías que me encanta cuando estás medio borracha?, porque te atreves a todo lo que el pudor te impide sobria.

Suena el celular, corro a contestarlo y escucho tu voz entrecortada y el silencio. Escucho cada una de tus palabras y no digo nada hasta que termines, cuando siento la necesidad de hacerlo y decir -te necesito- de nuevo el silencio y lloras.
Vendrás a verme, quieres conversar conmigo, quieres que todo se acabe ahora, porque las cosas han ido demasiado lejos y no estás dispuesta a que los demás hablen mal de ti y te tilden de lesbiana cuando no lo eres. ¿Qué es esa estupidez que dices? ¿Quién te dijo que amar es algo malo o sucio? ¿ Y qué encontrarás cuando llegues? No seré yo lo que veas, será el cuerpo de alguien que se parece a mí. Haré cortes más profundos y esperaré que la sangre escurra y oleré el jazmín y el anís de tu cuerpo por última vez. Nadie es culpable del deseo, ni de la muerte, y tienes razón cuando dices que es tiempo de que las cosas acaben, para ti y para mí, aunque siempre uno es el que se lleva la peor parte.
Dime si sigues creyendo en el sabor del chocolate como analgésico, tal vez ese era el único remedio que conoces para el sabor amargo y tal vez esta fue la única vez que no lo ocupé, es que cuando tú no estás todo sabe amargo.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Circular.

Por Ariel Zúñiga.



El despertador suena a las seis de la mañana, todos los días, desde hace cuarenta años cuando lo compré con letras en una tienda de la calle San Diego. Antes de levantarme le doy cuerda. Luego acomodo mis pantuflas y camino hacia el baño en pijama con la toballa doblada en mi brazo izquierdo. Me lavo la cara, para extraer los últimos rastros de crema nivea, y así, sin afeitar, ingreso a la cocina, abro el cajón de los cubiertos, extraigo una cuchara chica, destapo el tarro del café italiano que compré hace veinte años, para celebrar el abandono de Claudia, y extraigo dos medidas de café molido barato que compro en el bandera azul. José Luis nunca se dará cuenta del engaño, pese a ser un joven muy refinado; del mismo modo inunda la palta con el aceite español extra virgen, que ni coño, ni virgen, ni extra, no es más que un puto remedo tiltilano que me vende el viejo Juan, el de la biblioteca. Relleno la vieja bialetti, encargada a Italia luego de verla en una película de De Sicca. El tano de Tenderini me cobró un coco y la mitad del otro, pero eso es otra historia. Espero los dos o tres minutos que necesita para sonar como un viejo wolskwagen mientras, ordeno las pastillas que deberé tomar en el día y aprovecho de beber las cinco primeras, empezando por aquella para la hipertensión, sé bien que no debo tomar café pero el doctor ni se ha enterado, tomo media tacita y el resto lo boto por la ventana a quien le caiga como un arrebato. La Julia, mi vecina de abajo, me ha comentado un par de veces, durante el año nuevo, que ha visto caer un chorro marrón desde mi ventana y hasta que le apesté una mata de tomates, pero descanso culpando a la Jinet, pues entre tantos defectos que tiene uno más da lo mismo. Vuelvo al baño, preparo la espuma, la esparzo generosamente por mi rostro con el hisopo, cambio la gillette, y la arrastro desde arriba hacia abajo en los pómulos y de abajo hacia arriba en el cuello. Siempre me corto abajo del cuello, antes debía cortar la sangre con sumo cuidado pues se podía manchar el collar almidonado de la camisa blanca, hace cinco años jubilé así que da casi lo mismo, además que ni sangre me queda. Me limpio de nuevo, me seco con la toballa que guardo en mi dormitorio, el único dormitorio del departamento. La Claudia me decía que para qué tan pequeño, “se nota que no quieres hijos”, y yo sólo le contestaba con facturas, que lo caro de vivir en la capital y más encima en el centro. Sólo se animaba a recriminarme con sarcasmo “al menos así no hay lugar para tu madre”, y luego azotaba la puerta y escuchaba sus tacones saltando de dos en dos los escalones. Nunca pregunté hacia donde iba sólo me importaba que me trajera esos cigarros mentolados, delgados y largos, de esos que ahora debo comprar premunido de mis gafas oscuras. En la radio Agricultura transmiten la “gran mañana interactiva” con Alejandro de la Carrera, y la escucho concentrado. El locutor es un caballero, pero valiente y muy inteligente, mi café parece un genuino del Haití del paseo Ahumada, tomado de pie leyendo el Mercurio, cuando desenmascara a toda esa tropa de burócratas, corruptos, ateos y comunistas. Antes cubría mi rostro con Old Spice, el cual me daba un familiar estremecimiento. Pero José Luis me trae unas cremas con aloe vera que vaya a saber uno donde las consigue pero deben ser muy caras, bueno... también me las cobra caras pero debe ser complicado para él encontrarlas y si le sobra algo está bien, que le sirva para un engañito, no todo puede ser estudia que estudia. Luego aplico el tinte en el pelo, el que dejo secar con un gorro de baño mientras me fumo un cigarro mentolado extra largo de esos que compro con mis gafas oscuras en aquel kiosko de mac iver y catedral, al frente de la primera comisaría. Me encanta ese paseo, sólo una vez al mes, voy al banco a cobrar el cheque, saludo al cajero y le doy una propina, con las “ultimas noticias” bajo el brazo reviso mi casilla en el correo central y aprovecho de pagar las cuentas, dejar cartas, comprar estampillas, sobres, esquelas. Mi pañuelo de seda cubre el vulgar cuello de algodón desgastado y sus tonos beige armonizan con mis gafas, dándome un aire de Mastroiani con mis zapatos blancos. De diez a once sentado en la misma banca de la plaza de armas hago como que leo pues estas cosas no tienen aumento y mis brazos están cada vez más cortos, mi vista sólo me alcanza para mostrar el periódico al derecho puesto que de lo contrario la banda de peruanos cochinos que nos amenazan con acorralarnos en la laguna del desierto, se reirían, y no limpiaría la afrenta aunque me publiquen diez cartas al director o don Alejandro me salude al aire mientras miro por la ventana, y arrojo la última bocanada de humo, mirando el viejo patio de la vieja Julia, con la cual me junto todas las navidades y todos los años nuevos, para escuchar de sus achaques, beber su cola de mono agria, demasiado dulce, preparada con ese típico odio viceral de vieja en que le embute los clavos de olor oxidados con los que enturbia la prodigiosa agua ardiente de Cauquenes que me envía religiosamente mi tía Gimena. De ese que hacen de esa uva asoleada, de rulo, que empieza a chirriar a principios de febrero y que sus gajos casi estallan para fines de marzo en la vendimia. Qué lindos tiempos aquellos, en la casa de mi abuela, junto a mi tía Gime y mi mamita. En la gran cocina donde colgaban las trenzas de ajo, el cacho de cabra, el queso colgado para que los ratones les costara un poquito. Unas mateadas mientras las viejas preparaban el chagual con aceitunas, unas gotitas de aguardiente que manaban bajo sus polleras, y de pronto la voz estentórea de mi padre, sus botas embarradas pateando al primer gato que se le cruzara, que porqué estaba ahí, que debía montar a pelo, que la trilla, que el lagar, y mi mamita que se comía una media zurra para evitarme el coscorrón diciéndole que era su único hijo, y que la debilidad, que el médico esto y la meica lo otro. Lindos tiempos, antes de irme al internado de Talca, el peor vertedero en la peor ciudad de Chile. Cuanto extrañaba a mi mamita. Ahí quise ser cura, de eso me queda bastante, porque después de la plaza de armas me voy derechito a la matriz en donde prendo una velita y rezo por mis pecados, que todo hombre, incluso yo, los tiene, y por ti mamita que sé que en el cielo estás orgullosa de mí. Cuánto sufrimos ambos cuando me dio por casarme y venirme a Santiago, quizá era para escaparme de esa cuadrilla que llaman cuidad, en que las calles numeradas impiden hasta perderse, y cómo es de rico perderse, ven, todos tienen pecados, pero como buen cristiano me salvo, de rosario diario antes de dormir, aunque debo confesar que el diazepan me está tumbando antes de terminar por lo que deberé acostarme media hora antes o tomarlo media hora después, aunque es peligroso por que puedo pasar de largo, el reloj suena a las seis y yo lo espero pues despierto a las cinco y media, me doy cuenta porque es la hora en que empiezan a pasar las micros, pero el doctor me dijo que a las nueve y treinta. Me saco el gorro de baño y esparzo gomina brancato, primero en mis manos, luego en mi cabello, el que peino hacia atrás, con un pequeño jopo, con mi peineta de hueso que me vendió el Günter, y que según él de es judío legítimo. Que simpático y bonachón era Günter, me enseño a tomar cerveza, girando el vaso al servirse, con un poquito de espuma, lástima que tenía algunas malas costumbres, pero el chileno siempre habla de más, es legítimo que alguien se diera sus licencias sobretodo si luchó por su país, aunque eso prefería mantenerlo en reserva pues para todos había nacido en Mälmo Suecia. Mi mamita tenía una vez más razón, los rubios son superiores, y Günter lo demostraba porque durante las dos cervezas valdivianas que nos tomábamos los viernes, a las seis y cuarto, en la Unión Chica, nunca guardó sus comentarios en contra de la Claudia, o negra curiche como mi mamita le decía a mi señora. Que era atrevida, suelta y malagradecida. Y eso que ellos no sabían lo que era soportar ese olor penetrante de perra en celo, ese vello púbico frondoso, primitivo, con que acariciaba mi pierna buscándome, implorándome la muy puta. “Es que tienes un problema Claudia, sólo piensas en eso” y me contestaba a gritos, “eres tu el problema Maricón, no te da ni pa pegarme”. José Luis me haya razón, dice que a su señora le pasa lo mismo. Pero la señora Julia que es dura como talón de chilote le da con la hueaita en cada navidad y año nuevo de “¿qué será vecino de la señora claudia?” y a los dos cola de mono, que la claudita aquí y la claudita allá, que era tan buena mujer, que porqué la dejé irse. “La casa está bonita pero igual siempre es necesaria una mujer, aunque tenga buen gusto”. Y esta maldita ventana que sólo me permite ver el lóbrego patio de la vieja Julia y su tomatera apestada, sus clavos de olor oxidados, y toda la yerbería con que prepara sus vomitivos ungüentos. Según ella mi café le daña el jardín pero si no es eso es mi Adonis, que entra por la ventana a recibir el salmón en tarro, marca colorado, no come cualquier cosa. Ingreso a mi dormitorio y me coloco el quimono de seda, que me queda fantástico, saco una máquina de escribir en maletín, marca adler, que me vendió el Günter urgido cuando debió viajar para el sur. Es su reverso tiene dos pinchecitos que permiten sacarla y queda como una convencional. De mi cómoda extraigo las esquelas y unas cuantas hojas de papel ordinario, mi pluma parker, por si debo firmar una carta o dedicar algún trabajo, y del velador mis anteojos. Apago la vieja philips portátil en donde aún suena la Agricultura y prendo mi joyita, mi saba cuadrosonic de tubo, que tiene algunos problemas de onda con la Agricultura pero que con mi tocadiscos RCA suena como los dioses. Busco el disco de Duke Ellington, olfateo su envase, que aún está impregnado con ese olor a negro muerto de hambre. Encajo el disco en el centro y manualmente bajo la cápsula, pues el sistema automático me lo estropeó el José Luis una vez con sus amigos. Me reprimo a encender otro cigarro embrujado por la música, escribo dos cartas al director de las “ultimas noticias” y otra a Alejandrito de la Carrera. Cualquier duda la consulto de inmediato a mis principales fuentes: un diccionario aristos, muy útil e ilustrativo, uno más grande agravaría mi tendinitis, y mi colección de las “Selecciones del readers digest” desde abril de 1946 hasta marzo de 1985. Una vez desocupado de lo urgente me avoco a lo importante: Hace cinco años que asisto al taller de narrativa de la biblioteca Abdon Cifuentes en la calle dieciocho. Al profe se le ha ocurrido esta semana la peregrina idea que escribamos un cuento circular, ¿a qué se refiere con eso? Nos dio un cuento recontra raro de un autor nuevo en que no se entiende nada. En realidad no converso mucho con la gente del taller pero lo poco y nada que hablamos me sirve para darme cuenta que nadie entiende mucho de qué se trata la tarea. Pensaba escribir acerca de un escritor que debe redactar obligado un cuento circular pero siempre me han cargado las historias de escritores. Esa autorreferencia es propia de haber girado después del nueve el último nueve del odómetro, no se tiene ninguna idea para escribir y en vez que dejar el papel en blanco se comienza a hablar de uno mismo. Mejor cocino, es fácil. Cuando me dejó Claudia comía todo en el centro pero ahora me gusta salir lo menos posible, además me cae todo mal para la guata, es que nadie cocina como mi mamita. Además no me alcanza mucho con mi jubilación y entre Adonis, y una pequeña ayudita a José Luis para sus estudios, me queda bien poco; harto se sacrifica el cabro también. Después me dio por la comida mexicana y compraba tortillas como loco las que rellenaba con queso fresco y palta, hasta que me enteré que no las hacían con harina de maíz y de la peor forma, cuando ya no me cabía el quimono. Me cagué de hambre dos meses a puro cigarro hasta que bajé de peso, sin comer y con unas pastillas que me vendía la Jina. Hasta que en la bandera azul un reponedor muy dije me explicó qué eran una especie de bacinicas de plumavit con letras chinas: Son pastas orientales que no necesitan cocinarse. Que me dijeran, me la pasé meses a puras sopas chinas hasta que comprendí que el ahorro en gas no compensaba, entonces el mismo cabro me mostró unos paquetes grandes, “pero vienen sin condimentos y deben cocerse tres minutos, me advirtió”. Entonces le encontré la pillería y cocino dos huevos, abro una lata de atún desmenuzado al agua, pico un poco de pimentón verde y los huevos, cuezo las pastas, lo mezclo con un poquito de aceite tiltilano, y aparte una ensalada de tomate con ají verde, y su cañita de vino cauquenino, del valle del tutuven, pa pasarlo. Y así todos los días, el mismo baile, salvo los miércoles que voy al taller en avenida Dieciocho con Vidaurre a las diecinueve horas. El taller dura hasta las veintiuna horas pero me excuso diez minutos antes para no conversar con nadie. Eso siempre y cuando esté oscuro ya que no me gusta salir de mi casa de día salvo que sea el de pago en que paso al correo central, reviso mi casilla, compro estampillas, pago mis cuentas, compro el periódico, simulo leerlo, compro una vela, un santito, le paso cien pesos al hombrecito de la mano gigante, compro tintas para mi pluma fuente, papel, retiro mi chaqueta del surcidor japones, retiro mis zapatos de la suelería italiana, compro tres cajas de mercadería en la bandera azul: quince latas de “salmón” marca colorado, treinta de atún desmenuzado marca aruba, seis paquetes de cinco pastas orientales cada uno, dos paquetes de galletas que le paso a la vieja Julia por venderme sus desabridos tomates y el ají verde, y dos sanne nuss para el José Luis que tanto que estudia. Es tanta la carga que debo pagar un auto, y darle una propina al empaque para que me acerque con la yegua y me alerte de los peruanos que andan a puro lanzazo en el centro. Llego a mi casa, pongo un disco de tango, ojalá del polaco Goyeneche, cuezo dos huevos, luego las pastas, abro el tarro de atún, pico tomates, ají verde, pimentón y los huevos. Me sirvo un cañón de tinto, retiro la mesa, me fumo un cigarro mentolado extra largo, me relajo, pongo un disco de la Lola Flores, lavo la loza, voy debajo de la cama saco la máquina de escribir marca Adler que me vendió urgido el Günter, le destrabo la maleta, coloco la máquina en la mesa, saco papel, mi pluma parker, por si debo firmar algo, escribo al director de las “ultimas noticias”, luego cualquier tontera pa que el profe de la biblioteca no me rete pues este sábado cambian la hora y no podré asistir al taller sino hasta el próximo año, porque no me gusta salir de día, salvo que sea un día de pago, y si es de noche sólo puede ser miércoles, porque queda a mitad de semana lo que lo amortigua, luego llego a mi casa, le sirvo salmón marca colorado al Adonis, me como lo que quedó del almuerzo y me tomo un cortito de enmurtillado que me manda mi tihíta Gime; me tomo las pastillas, leo el rosario, y así son todos los días salvo el viernes que llega el José Luis a las cinco y se va a las ocho y media, y comemos chocolates y bailamos, o los domingo en que veo a Alejandro de la Carrera en vez que escucharlo en el canal cuatro, luego de la misa, tan bonitas que las hace el Plesbístero Hasbún en el nueve. Hago el desarreglo de quedarme hasta tarde viendo a Alfredo Lamadrid hasta que de tanto catetear Adonis me levanta y le sirvo su porción de salmón marca colorado y me preparo mi mixtura de huevos, atún y pastas chinas, y mi cañón de tinto asoleado de cauquenes, para escribir al director de las últimas noticias y la próxima tarea para el taller de narrativa avanzada de la biblioteca Abdon Cifuentes, luego comer, tomar un cortito, tomar mis pastillas, echarme crema nivea, leer el rosario, dormir, despertar a las cinco treinta, levantarme a las seis, dar cuerda al reloj, acomodar las pantuflas, preparar un café y arrojar la mitad por la ventana.

ARIANA





¿Quién puede negar, quién se atreve a ignorar que Ariana sea una hermosa y atractiva mujer? ¡El que se permita esa barbaridad, puede irse a la misma mierda! Todos los hombres que la conocen asentirán afirmativamente. En cambio a las mujeres, a casi todas las mujeres nunca les agradó, y como se conocen entre ellas. Tienen toda la razón.
A mí me enloquece; mejor dicho, me enloquecía. Sí… Ahora está muy, pero muy bien ubicada y quietecita, en una bonita caja color nogal de 1,80 metros de largo en la sala mortuoria de la iglesia a la cual nunca acudió. La encuentro encantadora, arrebatadora en esa palidez maquillada sutilmente por la muerte.
Era la clase de mujer con quien me hubiese gustado casarme, o vivir juntos. No me hubiese importado correr en círculos en torno a ella, tratando de agradarla y satisfacerla plenamente.

Quiero que conozcan a Ariana y conozcan a un tipo astuto llamado Lotar, Nicolás Lotar. Así me llaman.
Las historias casi siempre se inician con ambientación de tiempo, de lugar, una descripción, un diálogo o el frenazo brusco de un automóvil frente al semáforo en rojo. Pero, ésta nace en el instante en que la conocí. Contaré como sucedió y contraje la infección de Arianitis. Fue en una sala del Departamento de Cultura asignada a los escritores y poetas de la comuna, reunidos bajo el rótulo Círculo Literario. Su ingreso, no dejó sin aliento a los varones y las damas no se volvieron a mirarla. La mujer que se ubicó al final de la sala vestía unos viejos y arrugados jeans, un blazer gris, sobre su hombro el bolso de lana de esos utilizados en el Altiplano. El pelo teñido castaño y escarmenado, dejando apreciar levemente su rostro cubierto de pecas; caminaba algo encorvada, tratando de aminorar su estatura cercana al 1.75mts. ¡Ah! Pero, pero… ¡Desnuda! Su belleza dejaba sin aliento y más aún si esa colorina, porque era una auténtica colorina, ya te había seducido. Si habías explorado con los labios uno a uno los lunares de su cuerpo hasta la llama roja de su pubis. Si había recitado y susurrado uno de sus poemas preferidos -“El beso”- en tus oídos y en cada pausa… caricias extremas a tu cuerpo. Dicen que los lunares son pecados, cometidos o por cometer y en ese cuerpo se excedían demasiado. Más tarde comprendí que para Ariana el sexo nada tiene que ver con el amor y la fidelidad. Para ella era el espacio en que juegan el placer, el deseo, la pasión incontrolable; y en el deseo, la pasión y el placer incontrolable. ¡Una maestra!
¿Preguntan por su carácter? ¿Su personalidad?: Egocéntrica. Fogosa. Independiente al extremo de sacar de su vida a sus descendientes directos. Su soledad la oculta hasta la madrugada en el ordenador y la noche. Se extraviaba a propósito en la magia de las sombras, en esos lugares en donde lo prohibido atraía con sus destellos. Una vampira, y hasta creo que no se reflejaba en los espejos. Sus genes creados por la unión de italianos e ingleses, le permitían ser poseedora de corazón ardiente y mente fría. Incurría en grandes errores debido a su irreflexión. Impredecible. Mal carácter, a veces su ira desembocaba en la agresividad. En su casa reinaba el desorden y los empleos duraban un suspiro. ¡Ah! Sus jaquecas, sus horribles jaquecas, si hasta el caminar del gato la molestaba, sumado a los dolores de espalda y articulaciones. Se pueden nombrar algunos valores positivos enmarcados en una lealtad aplicada en la amistad a toda prueba. Con ella podías pasar algunas semanas entretenidas, fabulosas, pero en las subsiguientes Ariana te reemplazaría sin explicaciones. El dinero no le importaba, solo deseaba tener lo justo para subsistir y en las vacaciones escaparse al sur de Argentina. Desde el momento en que nos conocimos, nació en mí un sentimiento de simpatía hacia ella - y, no olviden que en la palabra simpatía existe una ambigüedad, en español significa: afecto y en inglés, compasión - aunque, si pudiesen preguntarle a Ariana, diría que la palabra que calza es obsesión.
Y, la razón de su muerte: Fueron sus decisiones que la impulsaban a lanzarse a lo que sea. Gustaba desafiar los límites. Navegar en el mar de la adrenalina. Con la palabra peligro se lavaba los dientes y sus relaciones sexuales con desconocidos al parecer no fueron pocas. Hasta pensé en encuentros lésbicos, pero los deseché de inmediato. Le agradaba sobremanera ser mujer.
¿Les interesa saber la causa de su muerte? Calma. ¡Tranquilo papá! Todo a su tiempo.
Los días viernes me reunía con un grupo de escritores amigos y ese lugar se encontraba cerca de su casa, casi siempre pasaba a conversar y a deleitarme con un buen café. Fui su amigo de confianza y conocía casi todas sus aventuras. Ella siempre estaba a la búsqueda de su príncipe azul, y pasaban por su vida: los mecánicos azules, los empresarios azules, los abogados azules, los desconocidos azules, los poetas y escritores de todos los colores que se cruzaban a su paso, a veces en Santiago, en Viña o en Valdivia. Cierto día me dijo que deseaba fotografiarse desnuda, antes que la flacidez y las arrugas la alcanzaran. Había establecido los contactos con un seudo fotógrafo y seudo escultor. En su defensa esgrimía el Talmud: “Un sueño que no se interpreta es como una carta que no se lee” Hice presente mi desagrado, quizás llevado por celos de amigo o la desgracia de no ser un supuesto fotógrafo. El peligro de estar sola con él en su casa, la arriesgaba a cualquier situación incontrolable. Discutimos, nos enojamos y logré al final estar presente en esas sesiones de fotografía, pero, escondido en el closet…
Esa tarde llegó y después de unos cafecitos discutidores, fui instalado en el mueble con una botella de vino, para el frio y las incomodidades del recinto. Debo confesarles que en su café deslicé unas esferitas blancas de un centímetro de diámetro. Fueron dos esferitas que en su interior contenían “E”. ¡Sorpresa! Tengo mis contactos, buenos y malos según el prisma o la óptica de la mirada. “E” de Inglaterra que provocaba aceleramientos en la lívido, en el erotismo y en…. Esas esferitas después de las fotografías debían trabajar para mis deseos. El Éxtasis, la droga blanda del amor o la del bailarín, aumentaría sus percepciones sensoriales. Y yo, Nicolás Lotar, las aprovecharía en mi favor.
El seudo fotógrafo y seudo escultor indicó su llegada con bastante ruido, bajando de su automóvil trípodes, luces y cámaras fotográficas, además de botellas de licor y algunas cosillas para picotear. Pude imaginar desde el interior del guardarropa los preparativos para la sesión fotográfica que inmortalizaría la desnudez de Ariana. Les oí hablar eligiendo el lugar apropiado y para disminuir las tensiones bebieron del licor traído por Américo. Pronto Ariana ingresó al dormitorio – en donde me encontraba en el incómodo closet – y procedió a desnudarse. La malvada, sin ningún pudor, extrajo una a una sus ropas frente a mí. Bebí del vino para contenerme y esperar mi turno… El tiempo pasó lastimando mi inquietud y las risas en el otro cuarto se sucedían con demasiada frecuencia. Las esferitas estaban provocando efecto en Ariana quién colocó música en el equipo de audio. Imaginaba al desdichado Américo, mirando bailar a Ariana e intentando controlar sus deseos De pronto Ariana solicitó los rollos de película fotográfica. Américo se negó, aduciendo que el especialista era él y por lo tanto el revelado corría por su cuenta. Los tonos de voces aumentaron en el ejercicio de la disputa y pronto fueron gritos. Intenté salir del closet, pero el efecto del vino y las piernas entumecidas no lo permitían. De las palabras fuertes a los gritos y Ariana exigiendo a Américo que se marchara. Diciendo entre garabatos que debió haber escuchado mis razonamientos. Al parecer llegaron a los golpes y los gritos de Ariana cesaron. El hombre retiró sus equipos, saliendo apresurado de la casa. Logré mover mis piernas y llegué a tropezones al cuarto preparado para la sesión nudista. Ariana, sin sentido estaba en el suelo sangrando de un corte en su cabeza. En tanto Américo huía raudo en su vehículo ante algunas miradas de los vecinos que alarmados por la trifulca salieron de sus hogares. Todo estaba fuera de control y observé la escena sin atinar a moverme. De pronto Ariana recuperó el conocimiento y sin mirarme se dirigió a la cocina por un afilado cuchillo y las emprendió en mi contra. La esquivé varias veces pidiéndole que se calmara y me reconociera, pero todo fue inútil. En una de sus embestidas cortó el chaleco, hiriéndome levemente el brazo. Me defendí y Ariana volvió a caer, golpeándose de nuevo la cabeza en la cubierta de mármol de la mesa, utilizada para las poses fotográficas. Esta vez no se levantó y pude cerciorarme que por el golpe o los golpes había fallecido. Miré por la separación de los visillos de la ventana hacia el exterior. Los vecinos habían ingresados a sus casas y todo permanecía en silencio. Con mi pañuelo limpié toda posible huella y sigilosamente abandoné el lugar.
Al otro día me enteré por la prensa que Américo el seudo fotógrafo estaba detenido, acusado de asesinato en segundo grado. Apareciendo su foto y la de Ariana desnuda en la portada de los matutinos.
¿Por qué cuento todo esto? Porque debo aligerar la conciencia y les hablo a sus espaldas y porque estoy en una convención de sordos y a sus espaladas no pueden leer mis labios. Debí confesarme ante una reunión de políticos. Esos, son sordos y solo se oyen así mismo.

Bueno, de nuevo en la sala mortuoria de la iglesia en donde Ariana nunca antes ingresó. Frente a la bonita caja de color nogal de 1.80 metros de largo y en la que permanece quietecita, muy quietecita. Encantadora, arrebatadora, maquillada en esa sutil palidez que entrega solo la muerte.
Debo volver a mi casa, porque los poetas y escritores me han asignado su representante y que diga algunas palabras en el cementerio a la desafortunada amiga y socia, Ariana. El inicio del discurso en mi mente esta definido. Es insinuante, distinto y cautivará la atención de los presentes al funeral. Lo imagino de esta forma:

Familiares, amigos, poetas, narradores.

Ariana, hija de Lilit, descendiente de Cleopatra, de Helena de Troya y de La Quintrala, ha dejado este mundo y sin la necesidad de las monedas en sus ojos ingresa al reino de Hades. Digo sin necesidad de las monedas en sus ojos, porque el barquero Caronte, ese anciano cubierto de canas, velludas mejillas con círculos de llamas alrededor de los ojos, cautivado por su desnudez, la transporta delicadamente a través de la laguna Estigia y descansara de repetir esa desagradable tonadilla:

¡Ay de vosotras, almas perversas!
¡No esperéis ya más de ver el cielo!
Aquí vengo a llevaros a la otra orilla
A las tinieblas eternas, al calor y al hielo.

Cancerbero dejará que le acaricien sus tres cabezas y sus horribles colas con forma de serpientes observaran tranquilamente a la nueva invitada. Nosotros la conocimos profundamente y nos preguntaremos: ¿En cuál círculo detendrá sus pasos? ¿En el segundo? En el segundo, donde habitan las lujuriosas. Minos, es quién juzga a las almas y el castigo consiste en ir sin cesar errantes, impelidos por el viento.
No puedo dejar de mencionar a Borges en El inmortal “La muerte (o su ilusión) hacen preciosos y patéticos a los hombres. Éstos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso”. Quizás los creyentes aquí presentes soliciten al Creador su benevolencia infinita para con su hija…Además, es muy cierta la letra de ese bolero que dice:

En este mundo tan profano
El que no ha pecado
No ha sido humano


Si desean conocer el final de este discurso. Asistan a sus exequias hoy en la tarde al morir el día, al nacimiento del crepúsculo, antes del cierre del cementerio, porque Ariana, jamás llegaba a tiempo a una cita y en esta oportunidad no tiene porque suceder algo distinto…
Me despediré de ustedes con un abrazo y un fuerte apretón de manos. Al amanecer partiré en busca de la Ciudad de los Inmortales. Tal vez encuentre a Ariana alterando a los trogloditas…

Lápiz




soy tu lápiz amor
tus colores hipnóticos
y la hoja en que dibujas mi mano

eres caricaturista de una parodia
absurda
lluvia ácida que destruye el monolito
de nuestra historia


soy tu lápiz amor
domicilio errado
de cartas que no tuvieron destino
y palabras que jamás se dijeron

pinto laceraciones
flamas enfermas de cáncer
y tu boca ambiciosa
que otro pincel
coloreó
de besos

publicado en: dijolachanga

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Televisor Blanco y Negro

Era un hombre normal, tenía un puesto como vendedor de periódicos, ganaba bien, podía darme lujos y proyectarme con una familia. Vivo en un pequeño departamento en el piso seis, donde se puede ver parte de la ciudad. Solo me queda un sillón viejo, un colchón en el suelo y mi pequeño televisor en blanco y negro. Era la novedad, muy pocos tienen este pequeño aparato en sus casas, pero yo podía comprarme uno y lo hice. Sara comenzó a molestarse porque después del trabajo me sentaba en mi cómodo sillón y pasaba horas frente a la pequeña caja en blanco y negro, ella me hablaba, pero yo estaba tan concentrado en las imágenes que se proyectaban en la pequeña caja que no la escuchaba. No recuerdo el día en que dejamos de hacer el amor, ni menos cuando ella tomo la decisión de irse y llevarse todo. Tampoco recuerdo su voz, su piel, sus labios, su mirada ni el color de sus ojos.
Cuando compre el televisor, acostumbre llegar a casa con un par de cervezas y una bolsa de papas fritas, encendía el televisor y pasaba horas mirando los programas nocturnos. Ya no dormía, no cumplía con mi trabajo y pronto quede en la quiebra. Trabaje veinte años de forma independiente y el dinero de mis ahorros era suficiente para vivir un par de meses. Así pasaron mis días, no me levante del sillón, el departamento se lleno de polvo, botellas vacías y envases de papas fritas. Me volví adicto a ese mundo encerrado en la pequeña pantalla en blanco y negro.
El día que se acabaron las cervezas y la mala comida que tenia en la despensa, decidí ir de compras, fui a regañadientes, no quería perder ni un segundo de la programación. Creo que hasta subí de peso, una pequeña barriga se asomaba tímida desde el borde del pantalón, era una noche fría y me abrigue con un chaquetón, un gorro y una bufanda. Camine un par de cuadras, era de noche y la gente en las calles comenzaba a desaparecer, las calles ya estaban casi vacías, muy pocos autos y uno que otro local abierto. En una esquina había un mendigo sentado pidiendo limosna y un joven repartiendo volantes, cruce la esquina, entre al negocio, compre lo necesario. Al volver aún se encontraba el joven, esta vez acepte uno de los folletos que repartía, era una publicidad de un nuevo canal de televisión: “Canal 6, las chicas de tus sueños solo para ti” y la imagen de un payaso, apuntando con el dedo índice. Lo mire por varios segundos y de pronto el payaso del folleto sonrió de forma diabólica, asustado solté el papel de mis manos y retorne donde el joven, pero este ya no estaba, había desaparecido, estremecido aún por lo ocurrido, acelere el paso, de pronto sentí una fría mano huesuda aprentando mis pantorrillas, era el mendigo que tomó de mi pantalón, al mirarlo tenia la misma sonrisa perversa de aquel payaso, forcejeé el pie hasta que logre safarme de aquel hombre. Mientras caminaba apresuradamente recordé a Sara y mi adicción por aquel maldito televisor. Al llegar decidí no encenderlo, por lo menos no esa noche.
Me acosté a dormir en mi viejo colchón, las sábanas se encontraban frías y ásperas, di vuelta de un lado a otro, hasta que conseguí ponerme cómodo y conciliar el sueño. Entre en un sueño profundo donde las imágenes de una vida plena giraban alrededor, estaba sonriendo, gozaba con los cuadros que se dibujaban en el entorno, trataba de alcanzarlos y estos se alejaban cada vez que lo intentaba, en ese momento deje de sonreír, ya no me parecía graciosa la situación. A lo lejos observe que se acercaba una larga fila de carros alegóricos, era una fiesta con música y risas, todo adornado con alegres colores y muchos globos, escuchaba como la multitud alzaba las palmas al son de la música. Sin darme cuenta estaba rodeado de personas y los carros transitaban frente a mis ojos, repleto de mujeres hermosas, con los cuerpos semidesnudos, la piel luminosa, adornadas con plumas y lentejuelas, todas sonrientes, era hermoso y sublime, lo contemplaba atónito, con la boca abierta. De pronto el espectáculo se distorsiono, los colores desaparecieron y todo se torno blanco y negro, las muchachas se transformaron en horrorosas viejas arrugadas, raquíticas, con la piel pegada a los huesos, miradas ojerosas y tristes, demacradas y encorvadas y triunfante en el ultimo carro se encontraba el payaso de sonrisa maligna. En ese momento desperté aterrado, un fuerte viento abrió mi ventana y entro un papel volando que se poso justo a los pies de la cama, me levante y lo cogí: “Canal 6, las chicas de tus sueños solo para ti”. Confundido y despavorido rompí en mil pedazos el panfleto, el televisor se encendió sin razón alguna y ahí estaban las chicas junto al payaso, con actitud seductora, con bellas sonrisas y cuerpos encantadores, me quede hipnotizado mirando el pequeño televisor, la televisión me había seducido y las chicas repetían una y otra vez: “Ven, ven…”, estirando sus manos como tratando de tomar la mía y cobijarme en sus brazos, a paso lento me acerque cada vez más a la caja en blanco y negro. Frente a la pantalla, las chicas reían y jugueteaban conmigo, ellas insistían que las tocara y así lo hice, hipnotizado por su belleza, no despegaba mis ojos ni mis manos de la pantalla, sin darme cuenta las estaba tocando de verdad, podía sentir su aroma, su piel, mi cuerpo excitado, lo estaba disfrutando cuando el payaso lanza una carcajada diabólica y con su dedo índice señala una ventana, me acerque a mirar y vi mi departamento, mi sillón, el colchón en el suelo, al voltear, ya no estaba el payaso ni las chicas hermosas, era un vacío blanco, sin cielo, ni superficie y un silencio sepulcral. No sé cuanto tiempo paso, solo recuerdo que un día escuche la voz de Sara llamándome a lo lejos, mire por la pequeña ventana y ahí estaba en mi departamento, bella como siempre, recorriendo de un lado para otro la habitación, buscándome. Comencé a gritar y a golpear la ventana desesperadamente “estoy aquí Sara”, le decía una y otra vez, gritando, golpeando de manera angustiada, mis lágrimas mojaban mi rostro y no dejaba de golpear el vidrio, “Estoy aquí Sara” decía incesantemente. “No se encuentra en casa” escuche que le dijo a una persona que la acompañaba, “pero su televisor esta encendido, que extraño?”, seguí gritando pero ella no escuchaba, “apagare este maldito televisor”, dijo Sara y el vacío blanco donde me encontraba se oscureció.
Publicado en : Crónicas de Erzsebet

lunes, 17 de noviembre de 2008

Bip


Ni la ducha consiguió despertarme, en el paradero luzco como una zombi muy bien presentada, soy una sonámbula de brazos caídos.En la micro recobré un poco la conciencia al escuchar una melodía conocida en el mp3 de una de las sardinas que me acompañaban en la lata cuncuna,-metro las rejas-.Todas las mañanas es lo mismo, espera, choclón e incómodo letargo hasta estación tobalaba, todo hubiese sido igual de no ser por el detalle de haber salido disparada por una de las puertas hacia el riel electrificado que convirtió a este viaje cotidiano en el último.
De más está describir el intenso dolor y la impresión que fue ver como el tren que venía en sentido contrario se llevaba mi cabeza y esparramaba los sesos en el reluciente vidrio junto al letrero que dice no rayes el metro.

Mientras me dirijo a quién sabe donde pienso en todo lo que corrí para tratar de llegar a tiempo al trabajo,- que tontería-, si hubiese sabido que iba a morir me hubiera levantado más tarde

cuento pubicado en dijolachanga
bajo licencia Creative Comons

Función de sábado

Por fin se apaga el televisor y comienza la función privada.
Apagas las luces el resto de la casa, la estufa, entramos en la habitación, la muy pequeña habitación, que sin embargo nos contiene como en un verdadero big bang,-allí-, me empujas contra la pared con fuerza pero delicadamente a la vez, subes mis brazos y sujetas mis manos, como impidiendo que escape, pones cerrojo a la puerta como impidiendo que escape,- me atrapas-.
Un escalofrío recorre mi cuerpo igual que tus manos y tu lengua, me provoca pensar en lo que viene sentirme tan deseada por ti me vuelve loca, aunque mantengo una actitud más bien pasiva dejándote hacer, sumisa, de completa confianza,
Comienzas a quitarme la ropa, pones tu cara entre mis pechos, los hueles, los besas, muerdes, luego mi espalda, esa que tanto te gusta. Quitas el pantalón, me sientas sobre ti, tu pene abultado, endurecido, deseando tenerme, la humedad brota a manantiales cuando comienzo a mover mis caderas, cabalgando sobre ti, sin darle respiro a tus jadeos y aun sin quitarte la ropa, me doy vuelta para mirarte e incendiarme en tus ojos.

Te tiendes en la cama para que suba a tu espalda, voy sin prisa, como una gata, la amaso con mis uñas, y reconozco cada centímetro de piel, no necesito verla, conozco tu cuerpo más que el mío, vienen a mi mente un montón de canciones que de alguna forma expresan lo que siento, pero un abrazo sigue siendo mas elocuente, te estrecho dándote un poco de lo que soy.
Encima o debajo, da lo mismo, el placer no tiene posición favorita y el amor se acomoda, muslos, lenguas y jadeos, cual es mío, cual es tuyo, donde empieza y termina cada quien, exquisita confusión, estás dentro de mí, furioso, convulso, pidiendo refugio,
- cuanto tiempo se puede estar dentro de una mujer- dices
- - cuanto es lo permitido cuanto lo correcto- .
-
Intento responder al tiempo que un rayo de sol impertinente me arrebata de los labios la respuesta , sacándome bruscamente del sueño a la pesadilla de la rutina…contaré los segundos, los minutos, las horas, para que llegue la noche y pueda volver a encontrarte.

GOTARIO


Y, con todo, el cuerpo es un lugar donde nada muere
Paul Auster


temprano todos los días
las horas caen mudas
en el orden exacto en que fueron creadas
otros esos que hemos visto de reojo
aceleran el reloj y de vez en cuando
el mundo se vuelve loco
trasnocha cada vez más seguido
lame fisuras en cada cuerpo
en cada mitad de cuerpo

el tiempo duele al contar de los minutos
erosiona paredes
camas baúles almas
que se partirán en dos algún día

no tenemos certeza del tiempo
que nos rebota vibora entre los ojos
cerramos párpados esperando que
se detenga el huracán de segundos

al anochecer
cuando al fin el mutismo resurge
en todos los rincones
el reloj se detiene
en ésta hora equívoca

domingo, 16 de noviembre de 2008

Transversal






El horizonte cae sobre mis mejillas
como cada tarde transversal
la palabra danza ausente
estático el silencio nada
sumergiéndose en ese vacuo mar
que es nuestra memoria.

Leo los designios escritos
confidencio sueños dispersos
observo la melodía de mis días
canalizo años
ahondo en líneas paralelas
vierto vida a páginas en blanco.

A veces alargo mis dedos
y toco la húmeda distancia
y vaticino espacios, tiempos, relojes
sumergiendo mis ojos en la sal del recuerdo.

Luego la vida transita
dona imágenes descuidadas a mi ventana
y retorna el horizonte a alojarse sobre mis mejillas
y el recuerdo se adelgaza
la amnesia toma mi mano
y vuelvo a ser transversal con la tarde.



Carmen Rosales Vera

jueves, 13 de noviembre de 2008

DE MUDANZA








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