miércoles, 24 de diciembre de 2008

Es Mejor Reír que Llorar.

Por Ariel Zúñiga Núnez


Me río con el Dr. House al igual que todos los amargados. La industria del entretenimiento nos alcanza hasta quienes de ella rehuimos. Sus inverosímiles guiones: Siempre sus casos son rarísimos y le consultan a él sin pasar por ninguna parte antes; al final, mágicamente, el peor de los ateos, cínicos y herejes, descubre la dolencia ¡por revelación! Basura, la típica basura yanquee. Ridículo, y a la vez indolente, resulta el despliegue de recursos derrochados en cada paciente en un país en que el acceso a la salud es aún peor que en el de nosotros.

Pienso en los escritores que le dan vida al personaje, peones del gran tablero de Hollywood dedicados a hacer cosquillas, a tiempo completo, a todo el mundo. Pienso en la miseria de sus vidas burdamente compensada con sueldos millonarios.

Es que es mejor reír que llorar.

Reírme, por ejemplo, de los miles que envidian las vidas miserables.

De los que se sienten marginados del simulacro y que luchan día a día para que a sus hijos no les toque la misma suerte.

De las pequeñas querellas con que se entrampan, las pequeñas personas y sus pequeñas organizaciones.

La envidia que provoca cualquier obra por más mediocre que ella sea.

De la televisión tratando de entretener con simios amaestrados, a penas despiojados, que intuyen que los próximos segundos de fama serán los últimos.

De sus noticiarios: Diez por ciento de información adulterada, cincuenta por ciento de publicidad no solicitada, y cuarenta por ciento repartido en nimiedades y avisos convenidos.

Me río de los que se ríen de nosotros; de Lagos Weber a quien pagamos seis años de estudios en Inglaterra para que llegara sin saber inglés; de su padre que busca ser aclamado como rey (el primer emperador demócrata de la historia); de Barrios y Harboe, que tan poco nos aprecian que creen que votaremos por ellos. Entre paréntesis ¿Cómo juntaron los cien millones para la campaña si sólo han sido “servidores públicos”?

Me parece que es mejor reír que llorar, cuando todos estén tristes y no solamente por reír, sino porque la alternativa es llorar y eso agota y deshidrata.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Amante.

Por Ariel Zúñiga


Envilecimiento

licantropía

Feroz sorbencia

insolencia

razgadura

prodigalidad


ácidez borbotando

neutralidad alcalina inoculando

pubis quemante

hediente y ansioso


sed y hambre fusionados

aleados

saceados en la fragua de tus labios

en la pira de este cuarto

en el vahido de los cristales

en la envidia de los vecinos


candor corrompido

reboso indecente

lúdico devaneo

insolencia diluida en caústico tacto

en impostados lamentos aditada

esquizoides sueños esquecida

quemante realidad cristalizada

en vil rutina

emohecida

sábado, 6 de diciembre de 2008


¿Dos tipos de creadores?

Alfonso Cueto, escritor peruano, autor de El susurro de la mujer ballena

¿Hay una edad más adecuada para escribir una obra maestra? Hace algunos años, un amigo me decía que todos los grandes libros se habían escrito cuando sus creadores tenían alrededor de 30 años. Es la edad, razonaba, en la que se integran la energía creadora y la experiencia de vida, la fórmula exacta para escribir una obra maestra. En otra ocasión leí un comentario que señalaba en cambio que los 50 y más años son “la mejor edad para escribir una gran novela”. Malcolm Gladwell, en un artículo reciente en el New Yorker, recoge una investigación hecha sobre los ciclos de un creador. David Galenson, de la U. de Chicago, indagó sobre las edades en que se habían escrito los más grandes poemas en la lengua inglesa y llegó a la conclusión, contra lo que se piensa, de que no es cierto que la juventud sea el período más propicio para la poesía. Autores como Robert Frost, William Carlos Williams y Wallace Stevens habían escrito cerca de la mitad de sus poemas antologados después de los 50 años.
Galenson, diferencia entre escritores precoces y tardíos. Los precoces tienen objetivos muy claros y se concentran en ellos de un modo obsesivo desde el primer día. Los tardíos son tan obsesos como los precoces, pero su mundo pertenece más a la experimentación y son capaces de realizar muchas pruebas antes de dar lo mejor de sí; por lo general no se convencen de que son buenos en algo hasta que cumplen los 50 o más. Los precoces, en cambio, tienen una fe muy clara en su poder desde el primer momento y pueden poner todas sus energías a su servicio. Los tardíos tienen objetivos imprecisos y pueden volver muchas veces sobre los mismos temas de investigación (Ben Fountain, que escribía una novela sobre Haití y fue a visitar el país decenas de veces antes de sentirse listo para escribir). Según Gladwell, son precoces Picasso y Orson Welles. Ambos triunfan de modo muy claro desde muy jóvenes. Un tardío ilustre, en cambio, es Cézanne. Los tardíos necesitan de ayudas: mujeres, mecenas, padres, amigos. Sin la ayuda de Zolá, de su padre y de Vollard, que auspició su primera exhibición a los 56 años, Cézanne nunca habría llegado a la genialidad de su obra final. Los precoces, en cambio, solo se bastan a sí mismos.
La literatura moderna está llena de ambos casos. Precoz es Neruda, que publica “20 poemas de amor… “a los 20 años y escribe su obra maestra, “Residencia en la tierra”, antes de los 30. Vargas Llosa había terminado “La ciudad y los perros” a los 26 años y “La casa verde” a los 30. Hay pocos casos como el de Faulkner. Entre los 32 y los 45 escribe cuatro obras maestras: El ruido y la furia, Mientras agonizo, Santuario y Luz de agosto. Sin embargo, Alfred Hitchcock, entre las respetables edades de 59 y 61 años, dirige “Vértigo, Intriga internacional y la maravillosa Psicosis. Libros como “Pedro Páramo y Cien años de soledad” están terminados a edades intermedias, 38 y 40 años. Robinson Crusoe se escribió casi a los 60. Borges no escribió sus mejores libros sino hasta después de los 40 años.
Tanto precoces como tardíos son creadores serios y trabajadores que tienen disciplina desde muy pronto en sus vidas. La diferencia está en la edad en que logran lo mejor de sí. La creación es el resultado de una integración de energía, y su esplendor tiene edades distintas e inesperadas, misteriosas en cada uno.



Perpetua despedida en las gradas blancas
lágrima abierta descendiendo en la noche
Llamada esquiva
adioses postergados
lámpara encendida desde el sur
decorando el violeta de atardeceres subyacentes
canta tu locura dormida
boca frágil y triste


La nada muerde mi entendimiento
el dios silencioso pide ofrendas
la diosa deletrea cartas
augurios de arena rozando las líneas
mar
abismo
orilla
destejiendo un río de olvido
Caronte enluta mi horizonte


Faros perdidos en costas opuestas
parpadean nombres
crean mapas inexorables
márgenes colindantes a ciudades azules
en tinieblas
mi incompleto camino
traza ficticios puentes
entre tu prófuga existencia
y mi infeliz búsqueda de sentidos.

De literatura infantil y otras falacias




Mientras fui analfabeta, el mundo era seguro y amable. Todos parecían amigos y estar llenos de buenas intenciones. Antes de dormir, mi abuela me contaba unos cuentos un tanto aburridos en los cuales había siempre una niña muy buena y unos animalitos mejores aún y todos se entendían de maravillas. Es cierto que aparecía algún ser malvado, el que era invariablemente vencido al final del relato y todos vivían felices para siempre. Yo no quedaba conforme e intentaba saber algo más. La abuela, de mala gana, iba insertando algunos sucesos disparatados, mirándome de reojo cada tanto para cerciorarse si me dormía y dejaba de jorobar.
Hasta que en una oportunidad cualquiera, la abuela mencionó que alguna vez su vida terminaría y sería enterrada. La miré con espanto. No podía soportar la idea de que algo tan terrible ocurriera. ¿Cómo podría vivir sin ella? No, no podía ser verdad. Debo haber tenido una reacción muy dramática, porque se vio obligada a explicarme que todo ser viviente estaba destinado a morir. Lloraba con desesperación, abrazada a sus piernas. Después, una duda terrible me invadió. “¿Yo también voy a morir?” Compasivamente, trató de negarlo. Pero, ante la falta de lógica del asunto, terminó por admitir “Falta muuuucho tiempo para eso” y trató de desviar la conversación hacia algún tema más inofensivo.
“Pero, ¿cómo permite Dios que eso pase? Si todos nos vamos a morir, para qué vivimos y crecemos entonces?” Era algo monstruoso, tenía que ser un error.
Un abismo insondable se abría ante mí y se tragaba toda la vida que había llevado hasta el momento. Las cosas que me habían alegrado y que llevaban un sello de seguridad e inmutabilidad, como los juguetes, las festividades, los poderosos mayores, el techo que me cubría, todo se desmoronaba para siempre. No, para siempre no. Esa era una falsedad que existía sólo en los cuentos. Nada era ya eterno porque el espacio en el cual había vivido hasta ese momento, no existía.
Cuando aprendí a leer, tuve acceso a la biblia cristiana y a los cuentos tradicionales y pude enterarme que los premiados no son precisamente las gentes buenas sino los seres astutos que se las arreglan para engañar a los otros, manipulando a los incautos a su antojo. Tampoco los animales resultaban ser esos personajes angelicales, sino pobres seres que deben sobrevivir devorando a otros y luego escapar para no ser a su vez, la comida de los demás. Y también al salir al mundo exterior, o sea real, comprendí que esos instintos destructivos que uno tiene adentro como garras malignas que avergüenzan, otros las usan sin ningún escrúpulo.
En consecuencia, comencé a sentir indignación hacia el falso mundo que la literatura, el cine y hasta la juguetería han armado para engatusar a los niños más pequeños. Ya me había parecido que el comportamiento de los nenes no tenía mucha relación con los relatos escuchados. Y si pensaba en los juguetes, el asunto era más absurdo aún. Esas toscas representaciones de ratones, por ejemplo, de los que comenzaba a saber que podían transmitir enfermedades mortales como la rabia, al igual que los perros y gatos. Durante mis años en el falso paraíso, mi compañero favorito era un oso de peluche de quien no me podían separar. Al verlo después con nuevos ojos ya no me pareció tan inofensivo, ya que era la caricatura de una bestia que, de ser real, me habría atacado con toda espontaneidad y ningún reparo.
Como lógica reacción, mi desencanto y furia se dirigió hacia un escritor cuyos textos me hacían leer, llamado Constancio Vigil. Era un argentino que escribía relatos edificantes y fastidiosos dirigidos a los niños preescolares. Ya el nombre sugería un señor en vigilancia constante, una especie de inspector a jornada completa. Lo imaginaba bajito, calvo, de lentes y voz aguda; seguramente no se reía jamás. Los niños que describía en sus relatos eran tan increíblemente perfectos que nadie hubiera podido creerles.
Después, mucho después, pensé que sus textos podrían obedecer a un honrado intento de introducir algunas nociones de buena convivencia en las mentes obtusas de esos asesinos en miniatura. Quizá el pobre señor tenía unos sobrinos bestiales que lo habrían inspirado en su labor. Sobrinos y no hijos, porque ni siquiera podía imaginarlo casado.
Me habían regalado unos cuantos libros de su autoría, ejemplares muy hermosamente encuadernados, con estampas en colores pastel y detalles en dorado. Como era especialmente cuidadosa con los libros, éstos lucían impecables. En una discusión con mis parientes “sobre la verdad de la vida” les comuniqué con bastante énfasis mi crítica ante el literato en cuestión y el desagrado que sentía ante el engaño al que me habían sometido. Con evidente molestia, me contestaron que estaba completamente equivocada; mi escepticismo enfermizo debía corregirse. No quedando más palabras disponibles en mi repertorio, opté por la acción. Cogí uno a uno los libros. Por un instante mi acto pudo parecerme sobredimensionado. Pero no podía detenerme ya. Los tres adultos presentes eran un gran público, de modo que, con pena por dentro y decidida violencia por fuera, di una última mirada a los volúmenes y los destrocé. Aún ahora, habiendo transcurrido toda una eternidad, mi alma de bibliófila se estremece al recordar las bellas estampas, la fina tipografía y el excelente papel que las sustentaba y que tuvieron un final injusto, pero necesario. También es cierto que la ira y consternación de los espectadores le dieron encanto a la escena.
Pero no fue una buena idea; después supe que no hay que confiar en los mayores. Pero esa es otra historia.
Por lo visto, jamás olvidé ese instante de la revelación de la mortalidad y me parece que todos buscan recuperar alguna vez el paraíso perdido en años tempranos. Algunos esperan ganar el juicio final y ser admitidos en el cielo cristiano, un sinnúmero de machistas cuentan con entrar al jardín del Edén, bajo el cual circulan los ríos, donde les esperan vírgenes de ojos semicerrados y les atienden donceles inmortales, otros venerables hermanos ya han partido a decorar el oriente eterno, sin olvidar aquellos que se preparan para otras vidas en otros cuerpos. Al sentir abrirse el vacío de la realidad antes desconocida, al enfrentar el horror de lo inabarcable, me ha hecho falta crear un mundo propio que hiciera las veces de un bastón para seguir caminando.

viernes, 5 de diciembre de 2008

La Insoportable Sordidez de la Infancia.

Por Ariel Zúñiga Núnez

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Los animales nacen y sólo deben desenvolverse. En cambio al niño hay que educarlo pues es arrojado a un mundo en que todo le es ajeno.

Porque es común nos habituamos a recargar su candor con fabulaciones de psicóticos y abusadores. “El niño debe desarrollar su imaginación”, nos excusamos, al tiempo en que los habituamos a contemplar un mundo absurdo, dual y maniqueo.

A medida que desarrollamos su mente la vamos atrofiando, acotando las infinitas posibilidades a un bien y mal de dudosa procedencia. A fantasías entre comillas que sólo son versiones imaginativas de un mundo que los obligamos a aceptar como coherente.

La edad pasa y los niños persisten; de cuarenta años tras una consola de video juego pretenden evadir lo real pues fueron educados por y para la fantasía.

El mundo ni siquiera les repugna pues no lo conocen; a cambio balbucean su erudición autista de arcadia.

Cada vez me hago más escéptico del sobrecuidado que se les concede a los niños; muchos nacen de la pasión improvisada, de otros niños púberes; otros son planificados por seres vacíos que ven en la criatura una excusa para sostener sus precarias vidas. En ese contexto educar es procurarles una probeta por el mayor tiempo posible, aislarlos del mundo pues son acechados por monstruos que quieren robarles los costosos objetos de consumo con que pretendemos chantajear su pequeño corazón, o explotarlos sexualmente, pues pareciera que hay un pedófilo por cada infante.

Hay, mis ojos, la luz de mi vida ¿qué podré hacer sin ti? Prefiero envenenarte, domesticarte, acortar tu mirada para que de mí dependas. Pues el amor también se enseña, no surge espontáneamente como la maldad, la gran maldad que siempre es ingenua. Y para eso llenamos su cabecita con tonteras, para atontar su fecundidad que amenaza con independencia, con emancipación. Fecundidad que amenaza con destrucción fecunda, con rebeldía, con gloria.

Debe adquirir miedos para ser gobernado, excusas para creer en escusas, mentiras para poder mentir y mentirse.

Por favor, dense el tiempo de leer la basura con que alimentamos al futuro y admitan que quemar libros no siempre es un acto barbárico.

Admita que los libros no son buenos en sí mismo, pues en ellos se ha volcado lo más sublime del ser humano pero también lo más nefasto.

martes, 2 de diciembre de 2008

Libertos.

Por Ariel Zúñiga.

Viajabamos en una 509 vacía, mientras todos regresaban a Maipú a dormir, nosotros íbamos al centro.

- ¿Pero qué te dijo esta mina? – indagué por enésima vez.

- Que le daba paja venir a Maipú, además que era muy flaite.- Me contestó Enrique.

- Como si Perralolen fuera tan tranquilo.

Guardé la compostura, qué sentido tenía defender una comuna y de qué, y ante quién. Habíamos asumido la posición salomónica, aunque a mi no me parecía tan así. En mi casa estaba solo, había una botillería en la esquina, patio si querían fumar, habitaciones, camas, preservativos, etc, a cambio de todo eso una dirección y una referencia: Teatinos con Compañía de Jesús.

- ¿Y qué onda, conocí a las amigas?

- Me dijo que iba estar la Tere.

A Teresa la conocía de un carrete anterior, hace unos tres meses. Desde entonces me buscaba, y yo me dejaba buscar, pero siempre se interponía algo, “es que vives muy lejos”, me decía, y yo le respondía que era culpa de su domicilio y de su trabajo para evadir que el tamaño de la cuidad es un impedimento.

- Habrá que tomarse algo y de ahí nos vamos pa mi casa.

- Demás – me respondió Enrique sin mucha convicción, hacía tiempo que había perdido esa vitalidad de antaño, parecía un sobreviviente de la glaciación, delgado y desgarbado. Cuando lo conocí todos lo llamaban Kike y a mi me costaba hacerlo porque me cargan los diminutivos, me resisto a pensar que somos tan sólo un apodo bisílavo de aquellos que se encuentran a granel en una fiesta. Es la escusa de muchos para huir retóricamente de sus padres, ser bautizado por amigos para ese modo emanciparse, o de borrar la impronta que dejan algunos nombres demasiado cargados; pero para la gran mayoría es tan sólo la consagración de su anonimato, los que dicen ser sus amigos tan poco le aprecian que ni se han tomado la molestia de motejarlo artesanalmente y le imprimen “Coco” en la frente con la letanía que una cajera acerca un código de barra al escaner.

El lugar estaba atestado, al entrar nos parecía un hervidero y al sentarnos un resumidero. De un vistazo tres mujeres, un tipo, y no estaba la Teresa.

- ¡Hola! – menos mal que llegaron, dijo Ana, la única que conocía.

Me preguntaba sobre cuál podía ser nuestro aporte trascendental. O quizá estaban a punto de bailar desnudas y no tenían quien las fotografiara. Pero era solamente un decir, nuestra llegada no restaba un codo a lo mal del lugar, a sus doscientos metros cuadrados de hacinamiento, al aire denso de papas fritas mezcladas con tabaco y perfumes falsificados.

- ¿Les pedimos unos pisco souer?, insistió nuestra anfitriona luego de presentarnos.

- Preferiría unas chelas – dije, como en un felino reflejo.

- Chela, chela – reiteraba Enrique como un mantra.

Recién recababa que en todas las mesas yacían bandejas atestadas de papas fritas que reflejaban sospechosamente algunos neones verdes con palabras incompletas que pendían de las murallas. Desde que habíamos llegado no me había concentrado en las mesas pues buscaba con ansiedad al garzón para pedirle cervezas de modo de soportar la clautrofobia, y el aire enrarecido. Eran aquellos momentos en que el alcohol no es un lujo sino que una necesidad.

- ¿Pero a quien las pido?

- A la garzona - me contesta Ana.

El lugar era uno de los tantos restaurantes baratos del centro de Santiago, palta reina de entrada, mechada con agregado, bebida o jugo, café o postre por tres quinientos; colación simple por dos lucas. Y como suele ser en esos lugares había que pedir lo que no queríamos para que nos trajeran lo que sí: ¿Puede ser la mechada con puré?, “no señor, nos quedan sólo tallarines”. El que no reclama puede trabajar treinta años en el centro sin probar el puré, o atosigarse dos veces a la semana con el del día anterior recalentado al microondas y con un chorro de aceite en el centro “le eché un poco de jugito”, dicen, cuando el daño está hecho, si es que dicen algo pues lo normal es que arrojen el plato sobre la mesa y se dediquen a otros asuntos importantes como limarse las uñas.

Pero esa garzona, gorda, perezosa y mal educada, mascadora de chicle, con unas anchas caderas que amenazan con volcar el café encima del italiano en cada paseo por los estrechos pasillos, no estaba por ninguna parte, y si eso fuera poco casi todas las mujeres del lugar podrían sin dificultad haberlo sido y hasta vestían para la ocasión.

- ¿Y cual es la garzona?

- La que está ahí – me dijo, mientras señalaba a una veintena de mujeres que presumiblemente esperaban su turno en el baño. La única que hacía algo distinto era la “garzona” pero desde mi limitado ángulo no lo parecía.

- ¡Hey, aquí, dos cervezas de litro!

La veintena de mujeres me miraron despectivamente mientras rumiaban sus chicles bajos en calorías en un lugar en que la dieta eran papas fritas frías con pisco souer caliente.

Me resigné con dificultad a soportar la vida sin cerveza los próximos veinte minutos al notar que mis gritos eran inaudibles entre tantos otros, y mis gestos no correspondían: Además de ser los de un neurótico sobrio, ellos eran percibidos como sombras sicodélicas por el efecto de lente que producía el aire espeso, aceitoso y perfumado.

La lealtad de amigo me mantenía sujeto a la silla con más vigor que el sudor de la espalda. Se encontraba soltero desde hace poco y yo mismo había dado el mal consejo de “tení que salir a carretear, conocer minas”. Pero esa tontera del clavo saca otro clavo es para quinceañeras y carpinteros de quinta. Ahí estábamos, cautivos en una pesadilla y sin poder despertar, sin poder conversar ya que la deshidratación había avanzado casi hasta una embolia y los gritos eran inaudibles entre tantos otros.

A más de media hora de llegar, llegó una cerveza sin que pudiera distinguir a la garzona. La botella parecía sacada recién de la vitrina por lo tibia y polvorienta. Tomé un trago, en el vaso trizado, adornado con un biológico empavonado, y afiné mi voz para lograr hacerme oír:

- ¿Porqué no nos vamos a otro lado?

Una de ellas me hizo un gesto con la mano, indicando que aún quedaban papas fritas. Enrique se encogía de hombros con resignación.

Cuando acabaron las papas reiteré mi solicitud anticipándome a cualquier propuesta de pedir otra bandeja a la garzona que aún no lograba distinguir.

La amiga de Ana, que hasta hoy no sé cual es su nombre, intervino proponiendo que nos fuéramos al otro “ambiente” del restaurante, el que a esa hora se hacía llamar “pub”.

- Yo les dije que fuéramos para allá desde que llegamos – sentenció.

Se paró y caminó suponiendo que la seguiríamos disciplinadamente. Atravesaba la multitud como un cuchillo inmerso en la manteca con la frente altiva cual si fuera a recibir un premio Oscar tras el umbral de la puerta. No quedó otra opción que seguirla.

Enrique de la mano de Ana, otra amiga de Ana a la que tampoco escuché el nombre cuando nos presentaron, y un amigo de todas, y pareja de ninguna, que sí había sido presentado correctamente pero que de inmediato había sido investido con un sobrenombre. Caminamos como una procesión, como dicen por ahí, en fila india. Una mesa nos aguardaba debajo de unos músicos a los que tardé dos temas enterarme que no eran robotizados.

- Ven, este era el lugar – decía la entusiasta promotora del cambio de ambiente, con sus ojos brillantes, como una niña recibiendo una jesmarina.

Sólo la miré con cara de sobria conmiseración que ella consideró asentimiento. No habíamos sino caminado veinte pasos y atravesado una puerta falsa, para quedar a dos metros de unos músicos abatidos por la vida y su evidente falta de talento, y flanqueados por unas jardineras con flores de utilería. El otro “ambiente” había sido construido con los planos de un restaurante chino de mala muerte por un obrero autodidacta que no sabía leer planos. Se veía un poco más grande que la habitación contigua pero eso era porque estaba groséramente iluminado por tubos fluorescentes, sus paredes pintadas de blanco invierno con incrustaciones de dedos negros en las cuales habían colgado una amplia gama de cachivaches que un indigente con el mal de diógenes habría desechado, y espejos en el cielo raso, el cual estaba a menos de tres metros de la cerámica de oferta. El reflejo del espejo sólo cumplía la función de disimular la falta de espacio ya que apenas era visible a propósito de la polución constante que producían las papas fritas frías y el souer tibio.

Aguanté como dentro de una trinchera otros veinte minutos, sin cerveza, los que parecieron años, mientras los músicos de animatronic cantaban canciones que en mi vida había escuchado y que el público coreaba. A cada minuto dos o tres entusiastas parroquianos chocaban con nuestra mesa mientras estiraban la mano para que los músicos le “enviaran un saludo” a una mina que estaba sentada tres bandejas de papas fritas más allá. Los músicos apenas sabían leer o los cándidos pretendientes de treinta años cada uno, a lo menos, apenas sabían escribir, el hecho es que daban el mensaje equivocado el cual era corregido como por medio de un sonoprompter con altavoz por sus autores mientras afirmaban sus temblorosas manos en nuestra mesa. Yo esperaba el momento en que alguien gritara “¡corten!” pues no me parecía que todo eso pudiera estar pasando, si quiero saludar a una mina que está a cuatro metros espero que nuestras miradas se crucen o en su defecto camino hacia ella, pero estos tipos le enviaban “saludos” como si estuviéramos en una kermesse en quinto básico.

Al amigo de todas, pero solamente amigo, lo había motejado frugalmente con el rótulo de “Futuro”. Se parecía a mi bastante, cualquiera habría dicho “estos son hermanos o primos”. Pero los ocho o diez años con que se adelantaba le habían sentado muy mal como si los hubiese pasado sin dormir, bajo el sol y saltando en un pie. El llamarle Futuro, en tales circunstancias, era parte de una abstinente indulgencia.

Al fin llegaron más cervezas tibias lo que serviría para contestar los gases papafriteros con flatulencias. Uno de los pretendientes anónimos, que usaba de los servicios de los animatronic, ensayaba una coreografía y levantaba las manos cual concierto de Madona. Me percaté que quien cantaba, “estamos en la hora del karaoke” me grita eufórica la amiga número uno a ver mi cara de sorpresa, es la mujer que había saludado el pelotudo que ahora es bailarín.

- En realidad Enrique eso de estar con minas está sobrevalorado – le dije – es una de las tantas huevas que hacemos para lidiar con el tiempo, la soledad y nosotros mismos.

- Igual, voy a cachar primero qué onda con esta mina.

Quise responderle que ciertos árboles torcidos no se enderezan ni con un huinche, que a ese ritmo sus pulmones sucumbirían por falta de aire, que el colesterol, las dioxinas del aceite refrito, los gases invernadero del hielo seco, pero le dije “permiso”, y atravesé la muchedumbre arrancando del lugar. Taso en dos bandejas de papas y cuatro souer cada uno lo que demoraron en concluir que no estaba en el baño.

Leer o no leer



Si esta fuera una elección, la lectura saldría derrotada en Chile. La segunda versión de la encuesta "Chile y los libros: índice de lectura, tenencia y compra de libros". De Fundación La Fuente y Adimark, cuyos resultados se darán a conocer en la Feria del Libro, vuelve a comprobarlo. Interesantísimo artículo de la Tercera Cultura del día 9 de noviembre. Más relevante a mi parecer es la encuesta que pregunta ¿De qué género era el último libro que leyó?
Novela 36,8 %
Autoayuda 8.7
Enseñanza general 8.6
Infantil y juvenil 8.2
Religiosos 7.9
Humanidades Cs. Soc 6.4
Científico Técnico 3.8
Medicina biología 3.6
Poesía 3.4

Razón tiene Zurita al decir que poesía solo la leen los poetas. Y ¿por qué en los Fondos Concursables se eligen trabajos poéticos y se deja de lado la narrativa? Se puede aseverar que muchas de las ediciones sobre poesía no se venden. Pueden preguntárselo a los editores, ellos editan porque cobran y solo entregan a los lectores a los poetas vendibles - Neruda, Mistral, Rojas, Zurita Teillier- Efraín Barquero el premio nacional resucitó algunas semanas, las revistas literarias lo mencionaron y después le olvidaron. Para ser un poeta en Chile, debe ser de calidad superior, o, de lo contrario será conocido por sus amigos, el Círculo o la entidad literaria que dulcemente lo acoge y terminará regalando sus libros ante que sean devorados por el tiempo y las polillas. En el informe de los libros más vendidos no hay ninguno de poesía. Exijo una explicación.

domingo, 30 de noviembre de 2008

INVITACIÓN A LANZAMIENTO



El Departamento de Cultura de la I. Municipalidad de Maipú tiene el agrado de invitarte al lanzamiento del libro El ejercicio del café (20 inútiles poemas y una canción de amor a la fuerza) del poeta Ricardo Sánchez, Orfo.
Se realizará el viernes 12 de diciembre a las 19.oo horas, en el Teatro Municipal de Maipú.
La presentación del libro estará a cargo del Académico de la Universidad Católica Silva Henríquez, Profesor de Estado y Doctor en Literatura, Jaime Alberto Galgani Muñoz.

martes, 25 de noviembre de 2008


















EL OJO DEL ÁNGEL

El encapuchado golpea a ritmo de reloj con puños y pies. Insiste al maltrecho joven atado a una silla metálica, entre garabatos y maldiciones, que hable, que diga todo lo que sabe, es su última y única oportunidad. Música de la banda sonora del “Bueno el Malo y el Feo” a todo volumen desde el equipo de sonido, silenciaba los gritos, dominando el espacio del vagón de tren abandonado. Lugar al que fue conducido el delincuente juvenil apodado el Pingüino por otros dos embozados que le tomaron por sorpresa en el barrio Matadero. Esposaron sus manos, cubrieron la cabeza con una bolsa plástica negra, de una patada en las costillas fue lanzado al interior de un auto, y conducido al lúgubre recinto.

Al hombre que se deleita flagelando, los otros le llamaron Dedo Mayor y él a su vez al más gordo y fornido, le llamó Hermano Pulgar y Hermano Meñique al de baja estatura dotado de una contextura magra.

En una pausa provocada por el cansancio, ordenó el martirizador que ubicaran a uno de los dos limpiadores. El cabeza rapada, aumentando sus temores, recordó que en una película francesa, el limpiador es ejecutor de crímenes por encargo. Localizar al Dedo Índice o al Dedo Anular daba lo mismo, pero los limpiadores deben contactarse a la brevedad. Así de perentoria es la orden del jefe. El Pingüino, sangrando de nariz y boca, apretaba los dientes para no hablar, solo quejidos en respuesta a los golpes y palabrotas.

El torturador vestía ropas utilizadas en el camuflaje de la selva, cosa que no causó sorpresa en el Pingüino. Pero, los ojos, esos ojos, provocaron un terror angustiante... Uno café y el otro de color azul inyectado en sangre. Se hace llamar el Ojo del Ángel. En su mano derecha y en el dedo medio un anillo con una ¿svástica? O una figura que no pudo determinar. Al cuello y sujeta con cadena de plata, un talismán de color rojo, grabada en ella con letras negras la palabra Abraxas. El energúmeno insistió.

- Dime el lugar en que vive el Guarén. El Cd está tocando la canción “La Muerte de un soldado”. Tres minutos demora el tema. Mira el círculo luminoso del equipo de sonido, está marcando el tiempo, tu escaso tiempo. El tiempo es un ladrón. En algún instante de él, nada falta y en otro te aferras a la vida como parásito aterrorizado por la muerte y ésta nos contempla, desgraciado… Tienes diez segundos más para hablar, hijo de puta, en caso contrario... Quizás te encontrarán en algún canal comido por las ratas hermanas de tu socio. Un pedazo de mierda más, lanzada al torrente a nadie importará. ¡Habla conchas de tu madre!

- No conozco a ese guevón al que llamai Guarén- dice el Pingüino entre palabras entrecortadas por el dolor y los labios entumecidos por los golpes.

Intervino el hombre al que llamaban Dedo Pulgar.

-Lo embarrilamos, jefe, como en la pesca antigua y de seguro hablará.

De un bolso tipo marinero extrajo unas vendas sucias manchadas con sangre seca.

-Ayúdeme hermano Meñique.

Firmemente vendadas las manos y las piernas, el maleante transpiraba de pavor. Gemía. Sujeto con fuerza por manos enguantadas, recibió agua por la boca y las narices una y otra vez, hasta que el color de su rostro comenzó a viajar por el arco iris de la desesperación. Desde el rojo al morado, acercándose al azul y abultándose peligrosamente las venas del cuello

- No sé. Por mi madre que no sé. ¡No más agua, por favor!

El dolor y el flagelo reiterado, es siempre superior al anterior, acercándose casi al límite, donde habita la muerte. Cuando demoraba en volver en sí, golpes en el rostro le recuperaban para recibir de nuevo agua en su maltrecha cara.

- Es tu última oportunidad. Si dices el lugar por donde transita y ejecuta sus crímenes, aparte de las patadas continuarás vivo

De un mueble, el Ojo del ángel extrajo una pistola similar a la que utilizan los nazis en las películas, sacó el seguro y pasó la bala. Un tenso silencio. El CD consumía el último segundo de la banda sonora de Ennio Morricone.

La cuenta se inició lenta e inexorable llamando a la vieja de la guadaña.

- Uno... dos... tres... cuatro... seis.

- ¿Y el cinco, jefe? Falta el cinco – dijo envalentonado El Pingüino en una mueca de su hinchada y deforme boca, que intentaba entre sarcástica y divertida.

- Murió mientras contaba. ¡No gueveo! ¡Maldito skin! Siete... ocho.

Acobardado el Pingüino es conocedor de que toda pistola tiene su propia voz y por nada en el mundo deseaba conocerla. Sabe que una bala nunca miente y siempre dice la única monstruosa verdad. Comprendió el pobre diablo el valor de la vida, su propia vida terminaba en el diez y antes de viajar en la carroza fantasma conducida por Satán.

- Hablaré, hablaré. Diré todo lo que sé, pero no me mate.

La escasa valentía derrotada y de rodillas ante el cañón de la Máuser. Tiembla y solloza, solicitando clemencia. Se orinó encima sin poder evitarlo y el áspero olor del amoniaco de sus orines azotó el olfato del Pingüino como una bofetada más en su rostro.

Al Ojo del Ángel ningún antecedente debe escapársele, preparando el equipo para grabar, interrogó buscando detalles de los movimientos del Guarén, jefe de una tribu urbana de delincuentes juveniles conocida por el apelativo de Los pingas. El Pingüino relató que el Guarén, amenazado por narcotraficantes a los que les hicieron la mejicana, decidió ocultarse con amigos ocupas en una casa cercana al puente ferroviario de Lo Espejo. Viste como ellos, pero, el cinturón robado a un milico le identifica. Entre los últimos vestigios de su resistencia ocultó que El Guarén era su hermanastro. Conocedor que toda información entregada se confirma y las mentiras le llevarían marcado con tiza a la calle Las Cruces, o, calato en el coche largo antes que los maestritos gatillaran que era un cabrito cantor.

Un nuevo personaje enmascarado entró a la dramática escena. Habló acomodándose los guantes de cuero negro,

- Estaba cerca de aquí comprando anzuelos para el lenguado. Dígame Hermano Mayor. El corvo y los 9 milímetros están inquietas, necesitan destrozar carne y empaparse en la sangre de los asesinos a los que la ciega ley no castiga. A esos que se salvan de sus crímenes porque no tienen discernimiento y los jueces indolentes liberan, estas alimañas son peores que las bestias.

- Hermano Dedo Índice, en este Mp3 está la grabación con datos que entrego esta mierda. Usted, supongo que identifica a las tribus urbanas, debe vigilar y actuar cerca de los Ocupas. Prefiero que utilice el corvo y deje nuestra marca.

- ¿Son guevones iguales a este? - dijo, examinando a El Pinguino que yacía en el suelo.

- ¡No! Hermano. Esta escoria es cabeza rapada. Los ocupas son como los mohicanos y se pintan el pelo de colores llamativos, chaquetas de cuero, varios aros en las orejas, pantalones ajustados y botas militares, son anarquistas y comúnmente viven agrupados en casas desabitadas. Fíjese que éste usa bototos con cordones blancos, es uno tradicional, un Sharpe. Estas mierdas forman las barras bravas e intentan según ellos llevar una vida natural, pero son peligrosos, no debe confiarse. El que usted eliminará lleva un cinturón de milico y por correo electrónico haré llegar sus datos junto a una foto que entregará el Dedo Meñique. ¿De acuerdo? Se apoda El Guarén, después de efectuado el trabajo, déjelo en la línea del tren sobre los rieles – Gruñó el Ojo del Ángel.

Mientras los encapuchados intercambiaban impresiones, el Pingüino a duras penas logró arrodillarse y observó el lugar en donde nacieron sus desdichas. Entre agitados movimiento de su pecho rescatando oxigeno, oyó que el viento de la noche mantenía largas conversaciones con las planchas de zinc de las techumbres cercanas. Allá lejos en alguna casa o en una desierta calle, un perro ladró furioso a un gato o tal vez a un otaku afirmado en la reja y después enmudeció. En un rincón del vagón abandonado, dormía un destartalado triciclo que en sus mejores tiempos fue rojo, mostraba la ausencia de una de sus ruedas. Una pelota de goma que el contaminado aire había abandonado y la caja con tipos de plomo utilizados en una imprenta. Propaganda de un negocio pintada sobre un latón, había extraviado varias letras en los vericuetos del tiempo y la humedad maquillada de óxido. Una mesa de plástico y sobre ella un computador, el equipo de música y varios discos compactos dispersos. En un armario, pelucas, barbas y bigotes para disfrazarse, junto a algunos uniformes de carabineros y de gendarmería.

Los gemidos seguían produciéndose. Trató de acallar su garganta, pero no le sirvió de nada. Dejó de gemir. Creyó que ya había terminado. Y en ese momento surgió de su interior un alarido apagado, tenue, oscurecido, una especie de áspero y tembloroso ruido, y pensó: ¿He sido yo? Dios mío ¿He sido yo el que ha hecho ese ruido? Apretó sus manos amarradas con furia y lloró. Las lágrimas empezaron incontenibles a rodar por sus mejillas.

De nuevo la bolsa negra sobre la cabeza y un par de patadas lo tumbaron en el suelo, empapándolo en el agua de su martirio. Cerró los ojos sabiendo que no dormiría esa noche, y tal vez nunca volvería a dormir en su cama. A su espalda las amenazas del llamado Dedo Índice. Drogado de terror y apunto de sufrir un desmayo; imaginaba ese rostro tenebroso con un ojo azul en que las venillas se tornaron rojas, de ese horrible ojo que nunca más olvidaría.

Un tren arrastrando los carros con desgano, avanzó por el oscuro túnel de la noche y su cadencioso ruido le llevo a situarse frente a la muralla del pasado. Recordó a su padre, guarda vía ferroviario en San Bernardo que un día aburrido de su miserable vida, se aferró al último carro con destino al sur y nunca más regresó. Su madre ocupó el puesto de su padre y en el límite de sus fuerzas, abrazó el embrujo del expreso a Temuco, dejándoles abandonados. Luego retornaron a su memoria las dolorosas experiencias del orfanato, los delitos menores, la calle, y el terrible ojo azul.

Estos fueron los reales hechos que le ocurrieron a El Pingüino. Intenta relatarlos, obviando sus debilidades, exagerando una resistencia y un valor que nunca demostró. Los policías, sentados en el silencio, interrumpido esporádicamente por el sonido de los bolígrafos sobre el papel de sus libretas de anotaciones, prestan atención a las palabras del joven facineroso. Sonrisas irónicas entre el humo de los cigarros. Su hermanastro, el Guarén fue ejecutado cercenándole el cuello y su cuerpo abandonado sobre los rieles. No quedaron huellas. El victimario se llevó su rostro, el corvo y el máuser. Un borrachín alcanzó a retirarlo de la línea férrea antes que el tren de carga pasara por el lugar. Aterrado. El Pingüino estaba seguro que sería el próximo marcado con tiza en el suelo de alguna población marginal. Solicita protección al inspector Aníbal Anteros encargado del homicidio del jefe de la tribu urbana,

El Caimán, apodo dado por el hampa al inspector, ordenó al detective Alegría ubicar el lugar en donde fue flagelado el delincuente juvenil.

- Es necesario solicitar al mando dos o tres pajarracos de la Escuela de Investigaciones como apoyo, y le agrega.

- Colega, por las declaraciones se obtienen pistas, pero es como buscar un político honrado en el parlamento. Por favor analice estas pistas. Los errores son tiempo en regresiva.

- Señor, a mi parecer el lugar se encuentra en una de las estaciones abandonadas, cerca de un local de venta de artículos de pesca y de una casa comercial que anteriormente fue una imprenta. Partiremos buscando en todas las estaciones del tren a la costa. Al parecer es un carro cerrado y abandonado al costado de la línea principal, cercana al negocio que expende artículos deportivos, y en especial de pesca.- Respondió el joven policía.

- Conversaré con el Prefecto Vergara para la asignación de los novatos. Cuidado con estos recién egresados, su juventud e inexperiencia los hace creer que son superpolicías y pueden alterar el curso de la investigación. El asesinato del subinspector Leiva, intentando hacernos creer en un suicidio es obra de estos criminales. Precaución al máximo si encuentran el lugar, por ningún motivo acercarse y tomar iniciativa individual. Recuerdo que estoy al mando y nos encontramos por primera vez ante un escuadrón de la muerte. Todas las acciones son secretas no sabemos si tenemos policías de alto rango involucrados. Nuestro pellejo depende del silencio. Y nunca un policía muerto me ha invitado a un trago. Zamora y Samaniego, quédense para analizar el sitio del suceso del asesinato del colega Leiva ¿Qué veremos en los ojos de un detective asesinado? La mayoría piensa y cree que con una mirada sabe como somos por dentro. La verdad tiene una costumbre, misteriosa y bella siempre sale a la luz. Entiendo que es familiar de Samaniego. La regla es: prudencia, silencio absoluto y sobre todo observación. Los depredadores humanos aparecen al amanecer y es cuando las presas tienen sed... - Replicó el Caimán.

En la puerta de la Brigada de Homicidios, en el instante que el Pingüino abandonaba el recinto, un auxiliar conductor de vehículo policial se acercó para observarle detenidamente. El miedo se apoderó de su sombra y la sensación fría del pánico, provocada por el brusco movimiento del hombre. Creyó ver de nuevo al talismán en cadena de plata, de color rojo con la palabra Abraxas impresa en letras negras, que se deslizaba por el espacio abierto del cuello de la camisa y en movimiento pendular se balanceaba frente a los ojos del aterrado integrante de las tribus urbanas...

Galletas de Anís



por Marina Keller


El periódico sobre la mesa, un cenicero lleno de colillas de Viceroy Ultra Light, estos son los restos de mi último retiro para tratar de estabilizar mi vida. Tantas veces llamé a tu celular, pero siempre estaba apagado o sin señal y cada vez que llamaba, más desesperado era mi intento por dejarme morir. Llegó el alba a un paso lento y raspó el sol en las cortinas color vino. Tirada despreocupadamente sobre la alfombra esperé que las llagas de esos cortes en las manos siguieran sangrando, no tenía preocupación por dejarme vencer. Un hechizo me condujo a un desespero de ideas llamativas de muerte y dolor.
Cerca de las doce del día vi tus ojos dormilones frente a los míos, traté de ponerme en pie y acercarme a tu boca para besarla, pero noté que sólo era un espejismo de mis ganas de tenerte cerca y adorarte.

Ya la desesperación ha pasado casi por completo, queda, por supuesto, el vestigio de una noche en vela y se nota en mis ojos - el maquillaje corrido y las ojeras- que he llorado más que nunca, pero no te desesperes, de todas formas nada puede ser tan duro para una chica, al final todas sabemos que siempre hay una salida.

No tenemos por qué preocuparnos ahora, la vida se conduce sola, puedo ver como por la ventana entra la luz de la tarde, ya son como las tres y todavía sigo tendida en la alfombra.
Quiero que toques la puerta, salir corriendo a abrir y enroscarme en tus brazos y sentir el olor de tu perfume de violetas y jazmín, adoro ese olor.
¿Comemos juntas? De eso ni hablar, no comes pasta y eso es lo que a mi más me gusta. Fumemos un puro juntas. Olvídalo, tus dientes se van a poner amarillos. Tal vez podríamos tendernos al sol para tostarnos un poco. No, tu piel blanca no puede estar mucho rato expuesta a la luz del sol. Somos tan distintas. Creo que la rudeza de mi carácter no me ha servido para esperarte toda la noche. Y qué noche.

¿Mañana será todo como antes? Dormiremos juntas en la cama king que compré para que te sintieras a tus anchas y te revolcaras en la noche. No me asfixias, te dije, pero bueno, siempre estás preocupada de no importunar. Y es verdad que me ayudaste a pagar la cama, pero siempre me preguntabas antes de acostarte en ella a dormir la siesta. Mariana no tienes más que hacerlo, cuando quieras, te decía. Me encanta verte dormir y no es que sea algo cómico o tal vez tierno, es simplemente que cuando duermes emites un sonido tan especial, como si en sueños alguien te hiciera el amor y perdieras ese quejido poco a poco.

Ya mañana será otro día y tengo miedo de ver tus ojos otra vez, mi niña hermosa, tus ojos de bendita adolescente, qué esperas para arrancar los míos.
Las almohadas de la cama no resistieron tus lagrimas, estuvieron húmedas varios días, no quise lavarlas, sentía ese olor a jazmín tan nítido en ellas, tan pueril, lleno de tus hormonas juveniles. Llora, te dije, porque no hay mejor remedio que ese para la pena. Yo lo sé, por eso lloro ahora que te necesito, porque tengo pena de no estar contigo y la pena no se quita con remedios o yerbas, se quita con el llanto y con el silencio.
Escucho tu voz y tu voz es el silencio, por eso cuando quiero que no estés conmigo te tengo todo el tiempo en mis oídos.

Las galletas de anís ya se acabaron, me las comí sin darme cuenta, el olor del anís es una terapia. Recuerdo que sentí ese olor en tu boca cuando me besaste en el auto, ese olor a dulce de anís y a cigarrillo, ese típico olor tuyo a jazmín en tu blusa y tus manos que tenían esa crema de aloe vera. Recuerdo esos olores porque siempre que los siento vienes tú, corres para decirme que saldrás más temprano y nos iremos juntas.
Y recuerdo el anís de esa vez que nos tiramos en la cama y nos fumamos un pito, ese día trajiste las primeras galletas de anís a esta casa.

¿Qué pasará que no llamas, qué pasará que no respiras en mi oído y me dices todas esas veces que me quieres? Ya es de noche y no has llegado. ¿Quién te convenció de que yo era la mala? ¿Quién te dijo que yo me burlaba de ti a tus espaldas? Quiero que me lo digas para matar a esa persona, para decirle que se vaya al demonio y me deje amarte, porque ya no tengo miedo de hacerlo, cuando te lo dije se acabó el miedo. Porque vi en tus ojos esa dulzura que sólo tú tienes.

Ya estoy en pie, encendí el equipo y puse esa canción que me cantaste en el pub la última noche que estuvimos juntas, ¿recuerdas? Hopelessly devoted to you, de la Newton-Jhon. Que dulce es tu voz, ¿sabías que me encanta cuando estás medio borracha?, porque te atreves a todo lo que el pudor te impide sobria.

Suena el celular, corro a contestarlo y escucho tu voz entrecortada y el silencio. Escucho cada una de tus palabras y no digo nada hasta que termines, cuando siento la necesidad de hacerlo y decir -te necesito- de nuevo el silencio y lloras.
Vendrás a verme, quieres conversar conmigo, quieres que todo se acabe ahora, porque las cosas han ido demasiado lejos y no estás dispuesta a que los demás hablen mal de ti y te tilden de lesbiana cuando no lo eres. ¿Qué es esa estupidez que dices? ¿Quién te dijo que amar es algo malo o sucio? ¿ Y qué encontrarás cuando llegues? No seré yo lo que veas, será el cuerpo de alguien que se parece a mí. Haré cortes más profundos y esperaré que la sangre escurra y oleré el jazmín y el anís de tu cuerpo por última vez. Nadie es culpable del deseo, ni de la muerte, y tienes razón cuando dices que es tiempo de que las cosas acaben, para ti y para mí, aunque siempre uno es el que se lleva la peor parte.
Dime si sigues creyendo en el sabor del chocolate como analgésico, tal vez ese era el único remedio que conoces para el sabor amargo y tal vez esta fue la única vez que no lo ocupé, es que cuando tú no estás todo sabe amargo.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Circular.

Por Ariel Zúñiga.



El despertador suena a las seis de la mañana, todos los días, desde hace cuarenta años cuando lo compré con letras en una tienda de la calle San Diego. Antes de levantarme le doy cuerda. Luego acomodo mis pantuflas y camino hacia el baño en pijama con la toballa doblada en mi brazo izquierdo. Me lavo la cara, para extraer los últimos rastros de crema nivea, y así, sin afeitar, ingreso a la cocina, abro el cajón de los cubiertos, extraigo una cuchara chica, destapo el tarro del café italiano que compré hace veinte años, para celebrar el abandono de Claudia, y extraigo dos medidas de café molido barato que compro en el bandera azul. José Luis nunca se dará cuenta del engaño, pese a ser un joven muy refinado; del mismo modo inunda la palta con el aceite español extra virgen, que ni coño, ni virgen, ni extra, no es más que un puto remedo tiltilano que me vende el viejo Juan, el de la biblioteca. Relleno la vieja bialetti, encargada a Italia luego de verla en una película de De Sicca. El tano de Tenderini me cobró un coco y la mitad del otro, pero eso es otra historia. Espero los dos o tres minutos que necesita para sonar como un viejo wolskwagen mientras, ordeno las pastillas que deberé tomar en el día y aprovecho de beber las cinco primeras, empezando por aquella para la hipertensión, sé bien que no debo tomar café pero el doctor ni se ha enterado, tomo media tacita y el resto lo boto por la ventana a quien le caiga como un arrebato. La Julia, mi vecina de abajo, me ha comentado un par de veces, durante el año nuevo, que ha visto caer un chorro marrón desde mi ventana y hasta que le apesté una mata de tomates, pero descanso culpando a la Jinet, pues entre tantos defectos que tiene uno más da lo mismo. Vuelvo al baño, preparo la espuma, la esparzo generosamente por mi rostro con el hisopo, cambio la gillette, y la arrastro desde arriba hacia abajo en los pómulos y de abajo hacia arriba en el cuello. Siempre me corto abajo del cuello, antes debía cortar la sangre con sumo cuidado pues se podía manchar el collar almidonado de la camisa blanca, hace cinco años jubilé así que da casi lo mismo, además que ni sangre me queda. Me limpio de nuevo, me seco con la toballa que guardo en mi dormitorio, el único dormitorio del departamento. La Claudia me decía que para qué tan pequeño, “se nota que no quieres hijos”, y yo sólo le contestaba con facturas, que lo caro de vivir en la capital y más encima en el centro. Sólo se animaba a recriminarme con sarcasmo “al menos así no hay lugar para tu madre”, y luego azotaba la puerta y escuchaba sus tacones saltando de dos en dos los escalones. Nunca pregunté hacia donde iba sólo me importaba que me trajera esos cigarros mentolados, delgados y largos, de esos que ahora debo comprar premunido de mis gafas oscuras. En la radio Agricultura transmiten la “gran mañana interactiva” con Alejandro de la Carrera, y la escucho concentrado. El locutor es un caballero, pero valiente y muy inteligente, mi café parece un genuino del Haití del paseo Ahumada, tomado de pie leyendo el Mercurio, cuando desenmascara a toda esa tropa de burócratas, corruptos, ateos y comunistas. Antes cubría mi rostro con Old Spice, el cual me daba un familiar estremecimiento. Pero José Luis me trae unas cremas con aloe vera que vaya a saber uno donde las consigue pero deben ser muy caras, bueno... también me las cobra caras pero debe ser complicado para él encontrarlas y si le sobra algo está bien, que le sirva para un engañito, no todo puede ser estudia que estudia. Luego aplico el tinte en el pelo, el que dejo secar con un gorro de baño mientras me fumo un cigarro mentolado extra largo de esos que compro con mis gafas oscuras en aquel kiosko de mac iver y catedral, al frente de la primera comisaría. Me encanta ese paseo, sólo una vez al mes, voy al banco a cobrar el cheque, saludo al cajero y le doy una propina, con las “ultimas noticias” bajo el brazo reviso mi casilla en el correo central y aprovecho de pagar las cuentas, dejar cartas, comprar estampillas, sobres, esquelas. Mi pañuelo de seda cubre el vulgar cuello de algodón desgastado y sus tonos beige armonizan con mis gafas, dándome un aire de Mastroiani con mis zapatos blancos. De diez a once sentado en la misma banca de la plaza de armas hago como que leo pues estas cosas no tienen aumento y mis brazos están cada vez más cortos, mi vista sólo me alcanza para mostrar el periódico al derecho puesto que de lo contrario la banda de peruanos cochinos que nos amenazan con acorralarnos en la laguna del desierto, se reirían, y no limpiaría la afrenta aunque me publiquen diez cartas al director o don Alejandro me salude al aire mientras miro por la ventana, y arrojo la última bocanada de humo, mirando el viejo patio de la vieja Julia, con la cual me junto todas las navidades y todos los años nuevos, para escuchar de sus achaques, beber su cola de mono agria, demasiado dulce, preparada con ese típico odio viceral de vieja en que le embute los clavos de olor oxidados con los que enturbia la prodigiosa agua ardiente de Cauquenes que me envía religiosamente mi tía Gimena. De ese que hacen de esa uva asoleada, de rulo, que empieza a chirriar a principios de febrero y que sus gajos casi estallan para fines de marzo en la vendimia. Qué lindos tiempos aquellos, en la casa de mi abuela, junto a mi tía Gime y mi mamita. En la gran cocina donde colgaban las trenzas de ajo, el cacho de cabra, el queso colgado para que los ratones les costara un poquito. Unas mateadas mientras las viejas preparaban el chagual con aceitunas, unas gotitas de aguardiente que manaban bajo sus polleras, y de pronto la voz estentórea de mi padre, sus botas embarradas pateando al primer gato que se le cruzara, que porqué estaba ahí, que debía montar a pelo, que la trilla, que el lagar, y mi mamita que se comía una media zurra para evitarme el coscorrón diciéndole que era su único hijo, y que la debilidad, que el médico esto y la meica lo otro. Lindos tiempos, antes de irme al internado de Talca, el peor vertedero en la peor ciudad de Chile. Cuanto extrañaba a mi mamita. Ahí quise ser cura, de eso me queda bastante, porque después de la plaza de armas me voy derechito a la matriz en donde prendo una velita y rezo por mis pecados, que todo hombre, incluso yo, los tiene, y por ti mamita que sé que en el cielo estás orgullosa de mí. Cuánto sufrimos ambos cuando me dio por casarme y venirme a Santiago, quizá era para escaparme de esa cuadrilla que llaman cuidad, en que las calles numeradas impiden hasta perderse, y cómo es de rico perderse, ven, todos tienen pecados, pero como buen cristiano me salvo, de rosario diario antes de dormir, aunque debo confesar que el diazepan me está tumbando antes de terminar por lo que deberé acostarme media hora antes o tomarlo media hora después, aunque es peligroso por que puedo pasar de largo, el reloj suena a las seis y yo lo espero pues despierto a las cinco y media, me doy cuenta porque es la hora en que empiezan a pasar las micros, pero el doctor me dijo que a las nueve y treinta. Me saco el gorro de baño y esparzo gomina brancato, primero en mis manos, luego en mi cabello, el que peino hacia atrás, con un pequeño jopo, con mi peineta de hueso que me vendió el Günter, y que según él de es judío legítimo. Que simpático y bonachón era Günter, me enseño a tomar cerveza, girando el vaso al servirse, con un poquito de espuma, lástima que tenía algunas malas costumbres, pero el chileno siempre habla de más, es legítimo que alguien se diera sus licencias sobretodo si luchó por su país, aunque eso prefería mantenerlo en reserva pues para todos había nacido en Mälmo Suecia. Mi mamita tenía una vez más razón, los rubios son superiores, y Günter lo demostraba porque durante las dos cervezas valdivianas que nos tomábamos los viernes, a las seis y cuarto, en la Unión Chica, nunca guardó sus comentarios en contra de la Claudia, o negra curiche como mi mamita le decía a mi señora. Que era atrevida, suelta y malagradecida. Y eso que ellos no sabían lo que era soportar ese olor penetrante de perra en celo, ese vello púbico frondoso, primitivo, con que acariciaba mi pierna buscándome, implorándome la muy puta. “Es que tienes un problema Claudia, sólo piensas en eso” y me contestaba a gritos, “eres tu el problema Maricón, no te da ni pa pegarme”. José Luis me haya razón, dice que a su señora le pasa lo mismo. Pero la señora Julia que es dura como talón de chilote le da con la hueaita en cada navidad y año nuevo de “¿qué será vecino de la señora claudia?” y a los dos cola de mono, que la claudita aquí y la claudita allá, que era tan buena mujer, que porqué la dejé irse. “La casa está bonita pero igual siempre es necesaria una mujer, aunque tenga buen gusto”. Y esta maldita ventana que sólo me permite ver el lóbrego patio de la vieja Julia y su tomatera apestada, sus clavos de olor oxidados, y toda la yerbería con que prepara sus vomitivos ungüentos. Según ella mi café le daña el jardín pero si no es eso es mi Adonis, que entra por la ventana a recibir el salmón en tarro, marca colorado, no come cualquier cosa. Ingreso a mi dormitorio y me coloco el quimono de seda, que me queda fantástico, saco una máquina de escribir en maletín, marca adler, que me vendió el Günter urgido cuando debió viajar para el sur. Es su reverso tiene dos pinchecitos que permiten sacarla y queda como una convencional. De mi cómoda extraigo las esquelas y unas cuantas hojas de papel ordinario, mi pluma parker, por si debo firmar una carta o dedicar algún trabajo, y del velador mis anteojos. Apago la vieja philips portátil en donde aún suena la Agricultura y prendo mi joyita, mi saba cuadrosonic de tubo, que tiene algunos problemas de onda con la Agricultura pero que con mi tocadiscos RCA suena como los dioses. Busco el disco de Duke Ellington, olfateo su envase, que aún está impregnado con ese olor a negro muerto de hambre. Encajo el disco en el centro y manualmente bajo la cápsula, pues el sistema automático me lo estropeó el José Luis una vez con sus amigos. Me reprimo a encender otro cigarro embrujado por la música, escribo dos cartas al director de las “ultimas noticias” y otra a Alejandrito de la Carrera. Cualquier duda la consulto de inmediato a mis principales fuentes: un diccionario aristos, muy útil e ilustrativo, uno más grande agravaría mi tendinitis, y mi colección de las “Selecciones del readers digest” desde abril de 1946 hasta marzo de 1985. Una vez desocupado de lo urgente me avoco a lo importante: Hace cinco años que asisto al taller de narrativa de la biblioteca Abdon Cifuentes en la calle dieciocho. Al profe se le ha ocurrido esta semana la peregrina idea que escribamos un cuento circular, ¿a qué se refiere con eso? Nos dio un cuento recontra raro de un autor nuevo en que no se entiende nada. En realidad no converso mucho con la gente del taller pero lo poco y nada que hablamos me sirve para darme cuenta que nadie entiende mucho de qué se trata la tarea. Pensaba escribir acerca de un escritor que debe redactar obligado un cuento circular pero siempre me han cargado las historias de escritores. Esa autorreferencia es propia de haber girado después del nueve el último nueve del odómetro, no se tiene ninguna idea para escribir y en vez que dejar el papel en blanco se comienza a hablar de uno mismo. Mejor cocino, es fácil. Cuando me dejó Claudia comía todo en el centro pero ahora me gusta salir lo menos posible, además me cae todo mal para la guata, es que nadie cocina como mi mamita. Además no me alcanza mucho con mi jubilación y entre Adonis, y una pequeña ayudita a José Luis para sus estudios, me queda bien poco; harto se sacrifica el cabro también. Después me dio por la comida mexicana y compraba tortillas como loco las que rellenaba con queso fresco y palta, hasta que me enteré que no las hacían con harina de maíz y de la peor forma, cuando ya no me cabía el quimono. Me cagué de hambre dos meses a puro cigarro hasta que bajé de peso, sin comer y con unas pastillas que me vendía la Jina. Hasta que en la bandera azul un reponedor muy dije me explicó qué eran una especie de bacinicas de plumavit con letras chinas: Son pastas orientales que no necesitan cocinarse. Que me dijeran, me la pasé meses a puras sopas chinas hasta que comprendí que el ahorro en gas no compensaba, entonces el mismo cabro me mostró unos paquetes grandes, “pero vienen sin condimentos y deben cocerse tres minutos, me advirtió”. Entonces le encontré la pillería y cocino dos huevos, abro una lata de atún desmenuzado al agua, pico un poco de pimentón verde y los huevos, cuezo las pastas, lo mezclo con un poquito de aceite tiltilano, y aparte una ensalada de tomate con ají verde, y su cañita de vino cauquenino, del valle del tutuven, pa pasarlo. Y así todos los días, el mismo baile, salvo los miércoles que voy al taller en avenida Dieciocho con Vidaurre a las diecinueve horas. El taller dura hasta las veintiuna horas pero me excuso diez minutos antes para no conversar con nadie. Eso siempre y cuando esté oscuro ya que no me gusta salir de mi casa de día salvo que sea el de pago en que paso al correo central, reviso mi casilla, compro estampillas, pago mis cuentas, compro el periódico, simulo leerlo, compro una vela, un santito, le paso cien pesos al hombrecito de la mano gigante, compro tintas para mi pluma fuente, papel, retiro mi chaqueta del surcidor japones, retiro mis zapatos de la suelería italiana, compro tres cajas de mercadería en la bandera azul: quince latas de “salmón” marca colorado, treinta de atún desmenuzado marca aruba, seis paquetes de cinco pastas orientales cada uno, dos paquetes de galletas que le paso a la vieja Julia por venderme sus desabridos tomates y el ají verde, y dos sanne nuss para el José Luis que tanto que estudia. Es tanta la carga que debo pagar un auto, y darle una propina al empaque para que me acerque con la yegua y me alerte de los peruanos que andan a puro lanzazo en el centro. Llego a mi casa, pongo un disco de tango, ojalá del polaco Goyeneche, cuezo dos huevos, luego las pastas, abro el tarro de atún, pico tomates, ají verde, pimentón y los huevos. Me sirvo un cañón de tinto, retiro la mesa, me fumo un cigarro mentolado extra largo, me relajo, pongo un disco de la Lola Flores, lavo la loza, voy debajo de la cama saco la máquina de escribir marca Adler que me vendió urgido el Günter, le destrabo la maleta, coloco la máquina en la mesa, saco papel, mi pluma parker, por si debo firmar algo, escribo al director de las “ultimas noticias”, luego cualquier tontera pa que el profe de la biblioteca no me rete pues este sábado cambian la hora y no podré asistir al taller sino hasta el próximo año, porque no me gusta salir de día, salvo que sea un día de pago, y si es de noche sólo puede ser miércoles, porque queda a mitad de semana lo que lo amortigua, luego llego a mi casa, le sirvo salmón marca colorado al Adonis, me como lo que quedó del almuerzo y me tomo un cortito de enmurtillado que me manda mi tihíta Gime; me tomo las pastillas, leo el rosario, y así son todos los días salvo el viernes que llega el José Luis a las cinco y se va a las ocho y media, y comemos chocolates y bailamos, o los domingo en que veo a Alejandro de la Carrera en vez que escucharlo en el canal cuatro, luego de la misa, tan bonitas que las hace el Plesbístero Hasbún en el nueve. Hago el desarreglo de quedarme hasta tarde viendo a Alfredo Lamadrid hasta que de tanto catetear Adonis me levanta y le sirvo su porción de salmón marca colorado y me preparo mi mixtura de huevos, atún y pastas chinas, y mi cañón de tinto asoleado de cauquenes, para escribir al director de las últimas noticias y la próxima tarea para el taller de narrativa avanzada de la biblioteca Abdon Cifuentes, luego comer, tomar un cortito, tomar mis pastillas, echarme crema nivea, leer el rosario, dormir, despertar a las cinco treinta, levantarme a las seis, dar cuerda al reloj, acomodar las pantuflas, preparar un café y arrojar la mitad por la ventana.

ARIANA





¿Quién puede negar, quién se atreve a ignorar que Ariana sea una hermosa y atractiva mujer? ¡El que se permita esa barbaridad, puede irse a la misma mierda! Todos los hombres que la conocen asentirán afirmativamente. En cambio a las mujeres, a casi todas las mujeres nunca les agradó, y como se conocen entre ellas. Tienen toda la razón.
A mí me enloquece; mejor dicho, me enloquecía. Sí… Ahora está muy, pero muy bien ubicada y quietecita, en una bonita caja color nogal de 1,80 metros de largo en la sala mortuoria de la iglesia a la cual nunca acudió. La encuentro encantadora, arrebatadora en esa palidez maquillada sutilmente por la muerte.
Era la clase de mujer con quien me hubiese gustado casarme, o vivir juntos. No me hubiese importado correr en círculos en torno a ella, tratando de agradarla y satisfacerla plenamente.

Quiero que conozcan a Ariana y conozcan a un tipo astuto llamado Lotar, Nicolás Lotar. Así me llaman.
Las historias casi siempre se inician con ambientación de tiempo, de lugar, una descripción, un diálogo o el frenazo brusco de un automóvil frente al semáforo en rojo. Pero, ésta nace en el instante en que la conocí. Contaré como sucedió y contraje la infección de Arianitis. Fue en una sala del Departamento de Cultura asignada a los escritores y poetas de la comuna, reunidos bajo el rótulo Círculo Literario. Su ingreso, no dejó sin aliento a los varones y las damas no se volvieron a mirarla. La mujer que se ubicó al final de la sala vestía unos viejos y arrugados jeans, un blazer gris, sobre su hombro el bolso de lana de esos utilizados en el Altiplano. El pelo teñido castaño y escarmenado, dejando apreciar levemente su rostro cubierto de pecas; caminaba algo encorvada, tratando de aminorar su estatura cercana al 1.75mts. ¡Ah! Pero, pero… ¡Desnuda! Su belleza dejaba sin aliento y más aún si esa colorina, porque era una auténtica colorina, ya te había seducido. Si habías explorado con los labios uno a uno los lunares de su cuerpo hasta la llama roja de su pubis. Si había recitado y susurrado uno de sus poemas preferidos -“El beso”- en tus oídos y en cada pausa… caricias extremas a tu cuerpo. Dicen que los lunares son pecados, cometidos o por cometer y en ese cuerpo se excedían demasiado. Más tarde comprendí que para Ariana el sexo nada tiene que ver con el amor y la fidelidad. Para ella era el espacio en que juegan el placer, el deseo, la pasión incontrolable; y en el deseo, la pasión y el placer incontrolable. ¡Una maestra!
¿Preguntan por su carácter? ¿Su personalidad?: Egocéntrica. Fogosa. Independiente al extremo de sacar de su vida a sus descendientes directos. Su soledad la oculta hasta la madrugada en el ordenador y la noche. Se extraviaba a propósito en la magia de las sombras, en esos lugares en donde lo prohibido atraía con sus destellos. Una vampira, y hasta creo que no se reflejaba en los espejos. Sus genes creados por la unión de italianos e ingleses, le permitían ser poseedora de corazón ardiente y mente fría. Incurría en grandes errores debido a su irreflexión. Impredecible. Mal carácter, a veces su ira desembocaba en la agresividad. En su casa reinaba el desorden y los empleos duraban un suspiro. ¡Ah! Sus jaquecas, sus horribles jaquecas, si hasta el caminar del gato la molestaba, sumado a los dolores de espalda y articulaciones. Se pueden nombrar algunos valores positivos enmarcados en una lealtad aplicada en la amistad a toda prueba. Con ella podías pasar algunas semanas entretenidas, fabulosas, pero en las subsiguientes Ariana te reemplazaría sin explicaciones. El dinero no le importaba, solo deseaba tener lo justo para subsistir y en las vacaciones escaparse al sur de Argentina. Desde el momento en que nos conocimos, nació en mí un sentimiento de simpatía hacia ella - y, no olviden que en la palabra simpatía existe una ambigüedad, en español significa: afecto y en inglés, compasión - aunque, si pudiesen preguntarle a Ariana, diría que la palabra que calza es obsesión.
Y, la razón de su muerte: Fueron sus decisiones que la impulsaban a lanzarse a lo que sea. Gustaba desafiar los límites. Navegar en el mar de la adrenalina. Con la palabra peligro se lavaba los dientes y sus relaciones sexuales con desconocidos al parecer no fueron pocas. Hasta pensé en encuentros lésbicos, pero los deseché de inmediato. Le agradaba sobremanera ser mujer.
¿Les interesa saber la causa de su muerte? Calma. ¡Tranquilo papá! Todo a su tiempo.
Los días viernes me reunía con un grupo de escritores amigos y ese lugar se encontraba cerca de su casa, casi siempre pasaba a conversar y a deleitarme con un buen café. Fui su amigo de confianza y conocía casi todas sus aventuras. Ella siempre estaba a la búsqueda de su príncipe azul, y pasaban por su vida: los mecánicos azules, los empresarios azules, los abogados azules, los desconocidos azules, los poetas y escritores de todos los colores que se cruzaban a su paso, a veces en Santiago, en Viña o en Valdivia. Cierto día me dijo que deseaba fotografiarse desnuda, antes que la flacidez y las arrugas la alcanzaran. Había establecido los contactos con un seudo fotógrafo y seudo escultor. En su defensa esgrimía el Talmud: “Un sueño que no se interpreta es como una carta que no se lee” Hice presente mi desagrado, quizás llevado por celos de amigo o la desgracia de no ser un supuesto fotógrafo. El peligro de estar sola con él en su casa, la arriesgaba a cualquier situación incontrolable. Discutimos, nos enojamos y logré al final estar presente en esas sesiones de fotografía, pero, escondido en el closet…
Esa tarde llegó y después de unos cafecitos discutidores, fui instalado en el mueble con una botella de vino, para el frio y las incomodidades del recinto. Debo confesarles que en su café deslicé unas esferitas blancas de un centímetro de diámetro. Fueron dos esferitas que en su interior contenían “E”. ¡Sorpresa! Tengo mis contactos, buenos y malos según el prisma o la óptica de la mirada. “E” de Inglaterra que provocaba aceleramientos en la lívido, en el erotismo y en…. Esas esferitas después de las fotografías debían trabajar para mis deseos. El Éxtasis, la droga blanda del amor o la del bailarín, aumentaría sus percepciones sensoriales. Y yo, Nicolás Lotar, las aprovecharía en mi favor.
El seudo fotógrafo y seudo escultor indicó su llegada con bastante ruido, bajando de su automóvil trípodes, luces y cámaras fotográficas, además de botellas de licor y algunas cosillas para picotear. Pude imaginar desde el interior del guardarropa los preparativos para la sesión fotográfica que inmortalizaría la desnudez de Ariana. Les oí hablar eligiendo el lugar apropiado y para disminuir las tensiones bebieron del licor traído por Américo. Pronto Ariana ingresó al dormitorio – en donde me encontraba en el incómodo closet – y procedió a desnudarse. La malvada, sin ningún pudor, extrajo una a una sus ropas frente a mí. Bebí del vino para contenerme y esperar mi turno… El tiempo pasó lastimando mi inquietud y las risas en el otro cuarto se sucedían con demasiada frecuencia. Las esferitas estaban provocando efecto en Ariana quién colocó música en el equipo de audio. Imaginaba al desdichado Américo, mirando bailar a Ariana e intentando controlar sus deseos De pronto Ariana solicitó los rollos de película fotográfica. Américo se negó, aduciendo que el especialista era él y por lo tanto el revelado corría por su cuenta. Los tonos de voces aumentaron en el ejercicio de la disputa y pronto fueron gritos. Intenté salir del closet, pero el efecto del vino y las piernas entumecidas no lo permitían. De las palabras fuertes a los gritos y Ariana exigiendo a Américo que se marchara. Diciendo entre garabatos que debió haber escuchado mis razonamientos. Al parecer llegaron a los golpes y los gritos de Ariana cesaron. El hombre retiró sus equipos, saliendo apresurado de la casa. Logré mover mis piernas y llegué a tropezones al cuarto preparado para la sesión nudista. Ariana, sin sentido estaba en el suelo sangrando de un corte en su cabeza. En tanto Américo huía raudo en su vehículo ante algunas miradas de los vecinos que alarmados por la trifulca salieron de sus hogares. Todo estaba fuera de control y observé la escena sin atinar a moverme. De pronto Ariana recuperó el conocimiento y sin mirarme se dirigió a la cocina por un afilado cuchillo y las emprendió en mi contra. La esquivé varias veces pidiéndole que se calmara y me reconociera, pero todo fue inútil. En una de sus embestidas cortó el chaleco, hiriéndome levemente el brazo. Me defendí y Ariana volvió a caer, golpeándose de nuevo la cabeza en la cubierta de mármol de la mesa, utilizada para las poses fotográficas. Esta vez no se levantó y pude cerciorarme que por el golpe o los golpes había fallecido. Miré por la separación de los visillos de la ventana hacia el exterior. Los vecinos habían ingresados a sus casas y todo permanecía en silencio. Con mi pañuelo limpié toda posible huella y sigilosamente abandoné el lugar.
Al otro día me enteré por la prensa que Américo el seudo fotógrafo estaba detenido, acusado de asesinato en segundo grado. Apareciendo su foto y la de Ariana desnuda en la portada de los matutinos.
¿Por qué cuento todo esto? Porque debo aligerar la conciencia y les hablo a sus espaldas y porque estoy en una convención de sordos y a sus espaladas no pueden leer mis labios. Debí confesarme ante una reunión de políticos. Esos, son sordos y solo se oyen así mismo.

Bueno, de nuevo en la sala mortuoria de la iglesia en donde Ariana nunca antes ingresó. Frente a la bonita caja de color nogal de 1.80 metros de largo y en la que permanece quietecita, muy quietecita. Encantadora, arrebatadora, maquillada en esa sutil palidez que entrega solo la muerte.
Debo volver a mi casa, porque los poetas y escritores me han asignado su representante y que diga algunas palabras en el cementerio a la desafortunada amiga y socia, Ariana. El inicio del discurso en mi mente esta definido. Es insinuante, distinto y cautivará la atención de los presentes al funeral. Lo imagino de esta forma:

Familiares, amigos, poetas, narradores.

Ariana, hija de Lilit, descendiente de Cleopatra, de Helena de Troya y de La Quintrala, ha dejado este mundo y sin la necesidad de las monedas en sus ojos ingresa al reino de Hades. Digo sin necesidad de las monedas en sus ojos, porque el barquero Caronte, ese anciano cubierto de canas, velludas mejillas con círculos de llamas alrededor de los ojos, cautivado por su desnudez, la transporta delicadamente a través de la laguna Estigia y descansara de repetir esa desagradable tonadilla:

¡Ay de vosotras, almas perversas!
¡No esperéis ya más de ver el cielo!
Aquí vengo a llevaros a la otra orilla
A las tinieblas eternas, al calor y al hielo.

Cancerbero dejará que le acaricien sus tres cabezas y sus horribles colas con forma de serpientes observaran tranquilamente a la nueva invitada. Nosotros la conocimos profundamente y nos preguntaremos: ¿En cuál círculo detendrá sus pasos? ¿En el segundo? En el segundo, donde habitan las lujuriosas. Minos, es quién juzga a las almas y el castigo consiste en ir sin cesar errantes, impelidos por el viento.
No puedo dejar de mencionar a Borges en El inmortal “La muerte (o su ilusión) hacen preciosos y patéticos a los hombres. Éstos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso”. Quizás los creyentes aquí presentes soliciten al Creador su benevolencia infinita para con su hija…Además, es muy cierta la letra de ese bolero que dice:

En este mundo tan profano
El que no ha pecado
No ha sido humano


Si desean conocer el final de este discurso. Asistan a sus exequias hoy en la tarde al morir el día, al nacimiento del crepúsculo, antes del cierre del cementerio, porque Ariana, jamás llegaba a tiempo a una cita y en esta oportunidad no tiene porque suceder algo distinto…
Me despediré de ustedes con un abrazo y un fuerte apretón de manos. Al amanecer partiré en busca de la Ciudad de los Inmortales. Tal vez encuentre a Ariana alterando a los trogloditas…