lunes, 24 de noviembre de 2008

Circular.

Por Ariel Zúñiga.



El despertador suena a las seis de la mañana, todos los días, desde hace cuarenta años cuando lo compré con letras en una tienda de la calle San Diego. Antes de levantarme le doy cuerda. Luego acomodo mis pantuflas y camino hacia el baño en pijama con la toballa doblada en mi brazo izquierdo. Me lavo la cara, para extraer los últimos rastros de crema nivea, y así, sin afeitar, ingreso a la cocina, abro el cajón de los cubiertos, extraigo una cuchara chica, destapo el tarro del café italiano que compré hace veinte años, para celebrar el abandono de Claudia, y extraigo dos medidas de café molido barato que compro en el bandera azul. José Luis nunca se dará cuenta del engaño, pese a ser un joven muy refinado; del mismo modo inunda la palta con el aceite español extra virgen, que ni coño, ni virgen, ni extra, no es más que un puto remedo tiltilano que me vende el viejo Juan, el de la biblioteca. Relleno la vieja bialetti, encargada a Italia luego de verla en una película de De Sicca. El tano de Tenderini me cobró un coco y la mitad del otro, pero eso es otra historia. Espero los dos o tres minutos que necesita para sonar como un viejo wolskwagen mientras, ordeno las pastillas que deberé tomar en el día y aprovecho de beber las cinco primeras, empezando por aquella para la hipertensión, sé bien que no debo tomar café pero el doctor ni se ha enterado, tomo media tacita y el resto lo boto por la ventana a quien le caiga como un arrebato. La Julia, mi vecina de abajo, me ha comentado un par de veces, durante el año nuevo, que ha visto caer un chorro marrón desde mi ventana y hasta que le apesté una mata de tomates, pero descanso culpando a la Jinet, pues entre tantos defectos que tiene uno más da lo mismo. Vuelvo al baño, preparo la espuma, la esparzo generosamente por mi rostro con el hisopo, cambio la gillette, y la arrastro desde arriba hacia abajo en los pómulos y de abajo hacia arriba en el cuello. Siempre me corto abajo del cuello, antes debía cortar la sangre con sumo cuidado pues se podía manchar el collar almidonado de la camisa blanca, hace cinco años jubilé así que da casi lo mismo, además que ni sangre me queda. Me limpio de nuevo, me seco con la toballa que guardo en mi dormitorio, el único dormitorio del departamento. La Claudia me decía que para qué tan pequeño, “se nota que no quieres hijos”, y yo sólo le contestaba con facturas, que lo caro de vivir en la capital y más encima en el centro. Sólo se animaba a recriminarme con sarcasmo “al menos así no hay lugar para tu madre”, y luego azotaba la puerta y escuchaba sus tacones saltando de dos en dos los escalones. Nunca pregunté hacia donde iba sólo me importaba que me trajera esos cigarros mentolados, delgados y largos, de esos que ahora debo comprar premunido de mis gafas oscuras. En la radio Agricultura transmiten la “gran mañana interactiva” con Alejandro de la Carrera, y la escucho concentrado. El locutor es un caballero, pero valiente y muy inteligente, mi café parece un genuino del Haití del paseo Ahumada, tomado de pie leyendo el Mercurio, cuando desenmascara a toda esa tropa de burócratas, corruptos, ateos y comunistas. Antes cubría mi rostro con Old Spice, el cual me daba un familiar estremecimiento. Pero José Luis me trae unas cremas con aloe vera que vaya a saber uno donde las consigue pero deben ser muy caras, bueno... también me las cobra caras pero debe ser complicado para él encontrarlas y si le sobra algo está bien, que le sirva para un engañito, no todo puede ser estudia que estudia. Luego aplico el tinte en el pelo, el que dejo secar con un gorro de baño mientras me fumo un cigarro mentolado extra largo de esos que compro con mis gafas oscuras en aquel kiosko de mac iver y catedral, al frente de la primera comisaría. Me encanta ese paseo, sólo una vez al mes, voy al banco a cobrar el cheque, saludo al cajero y le doy una propina, con las “ultimas noticias” bajo el brazo reviso mi casilla en el correo central y aprovecho de pagar las cuentas, dejar cartas, comprar estampillas, sobres, esquelas. Mi pañuelo de seda cubre el vulgar cuello de algodón desgastado y sus tonos beige armonizan con mis gafas, dándome un aire de Mastroiani con mis zapatos blancos. De diez a once sentado en la misma banca de la plaza de armas hago como que leo pues estas cosas no tienen aumento y mis brazos están cada vez más cortos, mi vista sólo me alcanza para mostrar el periódico al derecho puesto que de lo contrario la banda de peruanos cochinos que nos amenazan con acorralarnos en la laguna del desierto, se reirían, y no limpiaría la afrenta aunque me publiquen diez cartas al director o don Alejandro me salude al aire mientras miro por la ventana, y arrojo la última bocanada de humo, mirando el viejo patio de la vieja Julia, con la cual me junto todas las navidades y todos los años nuevos, para escuchar de sus achaques, beber su cola de mono agria, demasiado dulce, preparada con ese típico odio viceral de vieja en que le embute los clavos de olor oxidados con los que enturbia la prodigiosa agua ardiente de Cauquenes que me envía religiosamente mi tía Gimena. De ese que hacen de esa uva asoleada, de rulo, que empieza a chirriar a principios de febrero y que sus gajos casi estallan para fines de marzo en la vendimia. Qué lindos tiempos aquellos, en la casa de mi abuela, junto a mi tía Gime y mi mamita. En la gran cocina donde colgaban las trenzas de ajo, el cacho de cabra, el queso colgado para que los ratones les costara un poquito. Unas mateadas mientras las viejas preparaban el chagual con aceitunas, unas gotitas de aguardiente que manaban bajo sus polleras, y de pronto la voz estentórea de mi padre, sus botas embarradas pateando al primer gato que se le cruzara, que porqué estaba ahí, que debía montar a pelo, que la trilla, que el lagar, y mi mamita que se comía una media zurra para evitarme el coscorrón diciéndole que era su único hijo, y que la debilidad, que el médico esto y la meica lo otro. Lindos tiempos, antes de irme al internado de Talca, el peor vertedero en la peor ciudad de Chile. Cuanto extrañaba a mi mamita. Ahí quise ser cura, de eso me queda bastante, porque después de la plaza de armas me voy derechito a la matriz en donde prendo una velita y rezo por mis pecados, que todo hombre, incluso yo, los tiene, y por ti mamita que sé que en el cielo estás orgullosa de mí. Cuánto sufrimos ambos cuando me dio por casarme y venirme a Santiago, quizá era para escaparme de esa cuadrilla que llaman cuidad, en que las calles numeradas impiden hasta perderse, y cómo es de rico perderse, ven, todos tienen pecados, pero como buen cristiano me salvo, de rosario diario antes de dormir, aunque debo confesar que el diazepan me está tumbando antes de terminar por lo que deberé acostarme media hora antes o tomarlo media hora después, aunque es peligroso por que puedo pasar de largo, el reloj suena a las seis y yo lo espero pues despierto a las cinco y media, me doy cuenta porque es la hora en que empiezan a pasar las micros, pero el doctor me dijo que a las nueve y treinta. Me saco el gorro de baño y esparzo gomina brancato, primero en mis manos, luego en mi cabello, el que peino hacia atrás, con un pequeño jopo, con mi peineta de hueso que me vendió el Günter, y que según él de es judío legítimo. Que simpático y bonachón era Günter, me enseño a tomar cerveza, girando el vaso al servirse, con un poquito de espuma, lástima que tenía algunas malas costumbres, pero el chileno siempre habla de más, es legítimo que alguien se diera sus licencias sobretodo si luchó por su país, aunque eso prefería mantenerlo en reserva pues para todos había nacido en Mälmo Suecia. Mi mamita tenía una vez más razón, los rubios son superiores, y Günter lo demostraba porque durante las dos cervezas valdivianas que nos tomábamos los viernes, a las seis y cuarto, en la Unión Chica, nunca guardó sus comentarios en contra de la Claudia, o negra curiche como mi mamita le decía a mi señora. Que era atrevida, suelta y malagradecida. Y eso que ellos no sabían lo que era soportar ese olor penetrante de perra en celo, ese vello púbico frondoso, primitivo, con que acariciaba mi pierna buscándome, implorándome la muy puta. “Es que tienes un problema Claudia, sólo piensas en eso” y me contestaba a gritos, “eres tu el problema Maricón, no te da ni pa pegarme”. José Luis me haya razón, dice que a su señora le pasa lo mismo. Pero la señora Julia que es dura como talón de chilote le da con la hueaita en cada navidad y año nuevo de “¿qué será vecino de la señora claudia?” y a los dos cola de mono, que la claudita aquí y la claudita allá, que era tan buena mujer, que porqué la dejé irse. “La casa está bonita pero igual siempre es necesaria una mujer, aunque tenga buen gusto”. Y esta maldita ventana que sólo me permite ver el lóbrego patio de la vieja Julia y su tomatera apestada, sus clavos de olor oxidados, y toda la yerbería con que prepara sus vomitivos ungüentos. Según ella mi café le daña el jardín pero si no es eso es mi Adonis, que entra por la ventana a recibir el salmón en tarro, marca colorado, no come cualquier cosa. Ingreso a mi dormitorio y me coloco el quimono de seda, que me queda fantástico, saco una máquina de escribir en maletín, marca adler, que me vendió el Günter urgido cuando debió viajar para el sur. Es su reverso tiene dos pinchecitos que permiten sacarla y queda como una convencional. De mi cómoda extraigo las esquelas y unas cuantas hojas de papel ordinario, mi pluma parker, por si debo firmar una carta o dedicar algún trabajo, y del velador mis anteojos. Apago la vieja philips portátil en donde aún suena la Agricultura y prendo mi joyita, mi saba cuadrosonic de tubo, que tiene algunos problemas de onda con la Agricultura pero que con mi tocadiscos RCA suena como los dioses. Busco el disco de Duke Ellington, olfateo su envase, que aún está impregnado con ese olor a negro muerto de hambre. Encajo el disco en el centro y manualmente bajo la cápsula, pues el sistema automático me lo estropeó el José Luis una vez con sus amigos. Me reprimo a encender otro cigarro embrujado por la música, escribo dos cartas al director de las “ultimas noticias” y otra a Alejandrito de la Carrera. Cualquier duda la consulto de inmediato a mis principales fuentes: un diccionario aristos, muy útil e ilustrativo, uno más grande agravaría mi tendinitis, y mi colección de las “Selecciones del readers digest” desde abril de 1946 hasta marzo de 1985. Una vez desocupado de lo urgente me avoco a lo importante: Hace cinco años que asisto al taller de narrativa de la biblioteca Abdon Cifuentes en la calle dieciocho. Al profe se le ha ocurrido esta semana la peregrina idea que escribamos un cuento circular, ¿a qué se refiere con eso? Nos dio un cuento recontra raro de un autor nuevo en que no se entiende nada. En realidad no converso mucho con la gente del taller pero lo poco y nada que hablamos me sirve para darme cuenta que nadie entiende mucho de qué se trata la tarea. Pensaba escribir acerca de un escritor que debe redactar obligado un cuento circular pero siempre me han cargado las historias de escritores. Esa autorreferencia es propia de haber girado después del nueve el último nueve del odómetro, no se tiene ninguna idea para escribir y en vez que dejar el papel en blanco se comienza a hablar de uno mismo. Mejor cocino, es fácil. Cuando me dejó Claudia comía todo en el centro pero ahora me gusta salir lo menos posible, además me cae todo mal para la guata, es que nadie cocina como mi mamita. Además no me alcanza mucho con mi jubilación y entre Adonis, y una pequeña ayudita a José Luis para sus estudios, me queda bien poco; harto se sacrifica el cabro también. Después me dio por la comida mexicana y compraba tortillas como loco las que rellenaba con queso fresco y palta, hasta que me enteré que no las hacían con harina de maíz y de la peor forma, cuando ya no me cabía el quimono. Me cagué de hambre dos meses a puro cigarro hasta que bajé de peso, sin comer y con unas pastillas que me vendía la Jina. Hasta que en la bandera azul un reponedor muy dije me explicó qué eran una especie de bacinicas de plumavit con letras chinas: Son pastas orientales que no necesitan cocinarse. Que me dijeran, me la pasé meses a puras sopas chinas hasta que comprendí que el ahorro en gas no compensaba, entonces el mismo cabro me mostró unos paquetes grandes, “pero vienen sin condimentos y deben cocerse tres minutos, me advirtió”. Entonces le encontré la pillería y cocino dos huevos, abro una lata de atún desmenuzado al agua, pico un poco de pimentón verde y los huevos, cuezo las pastas, lo mezclo con un poquito de aceite tiltilano, y aparte una ensalada de tomate con ají verde, y su cañita de vino cauquenino, del valle del tutuven, pa pasarlo. Y así todos los días, el mismo baile, salvo los miércoles que voy al taller en avenida Dieciocho con Vidaurre a las diecinueve horas. El taller dura hasta las veintiuna horas pero me excuso diez minutos antes para no conversar con nadie. Eso siempre y cuando esté oscuro ya que no me gusta salir de mi casa de día salvo que sea el de pago en que paso al correo central, reviso mi casilla, compro estampillas, pago mis cuentas, compro el periódico, simulo leerlo, compro una vela, un santito, le paso cien pesos al hombrecito de la mano gigante, compro tintas para mi pluma fuente, papel, retiro mi chaqueta del surcidor japones, retiro mis zapatos de la suelería italiana, compro tres cajas de mercadería en la bandera azul: quince latas de “salmón” marca colorado, treinta de atún desmenuzado marca aruba, seis paquetes de cinco pastas orientales cada uno, dos paquetes de galletas que le paso a la vieja Julia por venderme sus desabridos tomates y el ají verde, y dos sanne nuss para el José Luis que tanto que estudia. Es tanta la carga que debo pagar un auto, y darle una propina al empaque para que me acerque con la yegua y me alerte de los peruanos que andan a puro lanzazo en el centro. Llego a mi casa, pongo un disco de tango, ojalá del polaco Goyeneche, cuezo dos huevos, luego las pastas, abro el tarro de atún, pico tomates, ají verde, pimentón y los huevos. Me sirvo un cañón de tinto, retiro la mesa, me fumo un cigarro mentolado extra largo, me relajo, pongo un disco de la Lola Flores, lavo la loza, voy debajo de la cama saco la máquina de escribir marca Adler que me vendió urgido el Günter, le destrabo la maleta, coloco la máquina en la mesa, saco papel, mi pluma parker, por si debo firmar algo, escribo al director de las “ultimas noticias”, luego cualquier tontera pa que el profe de la biblioteca no me rete pues este sábado cambian la hora y no podré asistir al taller sino hasta el próximo año, porque no me gusta salir de día, salvo que sea un día de pago, y si es de noche sólo puede ser miércoles, porque queda a mitad de semana lo que lo amortigua, luego llego a mi casa, le sirvo salmón marca colorado al Adonis, me como lo que quedó del almuerzo y me tomo un cortito de enmurtillado que me manda mi tihíta Gime; me tomo las pastillas, leo el rosario, y así son todos los días salvo el viernes que llega el José Luis a las cinco y se va a las ocho y media, y comemos chocolates y bailamos, o los domingo en que veo a Alejandro de la Carrera en vez que escucharlo en el canal cuatro, luego de la misa, tan bonitas que las hace el Plesbístero Hasbún en el nueve. Hago el desarreglo de quedarme hasta tarde viendo a Alfredo Lamadrid hasta que de tanto catetear Adonis me levanta y le sirvo su porción de salmón marca colorado y me preparo mi mixtura de huevos, atún y pastas chinas, y mi cañón de tinto asoleado de cauquenes, para escribir al director de las últimas noticias y la próxima tarea para el taller de narrativa avanzada de la biblioteca Abdon Cifuentes, luego comer, tomar un cortito, tomar mis pastillas, echarme crema nivea, leer el rosario, dormir, despertar a las cinco treinta, levantarme a las seis, dar cuerda al reloj, acomodar las pantuflas, preparar un café y arrojar la mitad por la ventana.

2 comentarios:

Connie Tapia M. dijo...

Mas que circular es un espiral punzante, certero y bien hecho. Espero que el caballero no se ahogue con tanto café. con tanto cigarro y con tanta idiotes que piensa...

Cariños

Marina dijo...

INTERESANTE... DEBO DECIR QUE ALGUNAS PALABRAS ME DISTRAJERON UN POCO, PERO EN EL FONDO, ESTÁ LA ATMOSFERA... UN PERSONAJE SOLITARIO EN UNA CIUDAD MAQUETA...
ME GUSTÓ... DE UNA MANERA PARTICULAR... ESTABA RETICENTE AL PRINCIPIO, PERO DESPUÉS ME DEJÉ LLEVAR...