Los animales nacen y sólo deben desenvolverse. En cambio al niño hay que educarlo pues es arrojado a un mundo en que todo le es ajeno.
Porque es común nos habituamos a recargar su candor con fabulaciones de psicóticos y abusadores. “El niño debe desarrollar su imaginación”, nos excusamos, al tiempo en que los habituamos a contemplar un mundo absurdo, dual y maniqueo.
A medida que desarrollamos su mente la vamos atrofiando, acotando las infinitas posibilidades a un bien y mal de dudosa procedencia. A fantasías entre comillas que sólo son versiones imaginativas de un mundo que los obligamos a aceptar como coherente.
La edad pasa y los niños persisten; de cuarenta años tras una consola de video juego pretenden evadir lo real pues fueron educados por y para la fantasía.
El mundo ni siquiera les repugna pues no lo conocen; a cambio balbucean su erudición autista de arcadia.
Cada vez me hago más escéptico del sobrecuidado que se les concede a los niños; muchos nacen de la pasión improvisada, de otros niños púberes; otros son planificados por seres vacíos que ven en la criatura una excusa para sostener sus precarias vidas. En ese contexto educar es procurarles una probeta por el mayor tiempo posible, aislarlos del mundo pues son acechados por monstruos que quieren robarles los costosos objetos de consumo con que pretendemos chantajear su pequeño corazón, o explotarlos sexualmente, pues pareciera que hay un pedófilo por cada infante.
Hay, mis ojos, la luz de mi vida ¿qué podré hacer sin ti? Prefiero envenenarte, domesticarte, acortar tu mirada para que de mí dependas. Pues el amor también se enseña, no surge espontáneamente como la maldad, la gran maldad que siempre es ingenua. Y para eso llenamos su cabecita con tonteras, para atontar su fecundidad que amenaza con independencia, con emancipación. Fecundidad que amenaza con destrucción fecunda, con rebeldía, con gloria.
Debe adquirir miedos para ser gobernado, excusas para creer en escusas, mentiras para poder mentir y mentirse.
Por favor, dense el tiempo de leer la basura con que alimentamos al futuro y admitan que quemar libros no siempre es un acto barbárico.
Admita que los libros no son buenos en sí mismo, pues en ellos se ha volcado lo más sublime del ser humano pero también lo más nefasto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario